Descastado, como todos los colombianos, su origen no le dio sino trabas, mientras que su talento le granjeó aborrecimiento, que es el tributo que la mediocridad hace al genio. Era también un rebelde, no seguía los cánones del arte adocenado, dictados desde París, o desde Nueva York, por las vanguardias que imponían el arte abstracto, mientras deprecaban del figurativo, con su recetario obligatorio de temas y conceptos, fuera de los cuales no existía salvación. Entonces, a su obstinación por la pintura figurativa, le sumó su repudio a las dictaduras, y el rechazo a la injustica social.
Queda en la retina de sus contemporáneos la imagen del último periodo de Fernando Botero: Rico, afamado, rodeado del poder y la farándula internacional, con una obra copiosa y más costosa que su peso en oro. Se borra en devaneos de frivolidad la ruta de quien se hizo a pulso y contra la corriente. Rodeado de “malas amistades”, como los revolucionarios de mediados del siglo XX, de los creadores sin éxito, de los nadaístas, de los pensadores proscritos, de los poetas de alcantarilla, de la bohemia en una sociedad oscurantista como la de Medellín en esos años, y los siguientes.
El primer galardón que Botero conquistó en su carrera de pintor fue a los quince años, con la expulsión del colegio católico donde estudiaba, por dibujar desnudos.
Era hijo de costurera, la que día y noche pedaleaba la máquina que surcaba caminos en las telas, para con artificios de geometría levantarlas de lo plano para otorgarles la tercera dimensión, y ser poética del volumen. La costurera es una sacerdotisa de la belleza, aunque la mayoría de las veces no lo sepa, que a punta de trapos trata de remendar nuestra condición de ángeles rotos, y por momentos nos restaura las alas. De aquella obrera solitaria, que dejaba los ojos sobre las costuras para que su hijo pudiera ver mejor, debió Fernando Botero recibir la chispa estética que iluminaría su ser creador. Del resplandor de Botero se alumbra hoy Antioquia, y Colombia.
De la tenacidad de la modista, en su tejer minucioso de filigranas, encuentra el aprendiz de artista la disciplina que fundamenta el camino del creador, y la fortaleza que la constancia otorga. Aún partiendo del fondo de la escala social, la trayectoria artística del pintor paisa no tuvo atajos: Estudio y práctica reiterada le hicieron dominar las técnicas pictóricas, el dibujo, el modelado. Estudió la historia del arte hasta recrearla en su estilo, desde la antigua Grecia a la las vanguardias. Igualmente, la obra de Fernando Botero alcanzó reconocimiento internacional, no desde el acatamiento de consignas, sino en el diálogo que, a partir de la antioqueñidad, la colombianidad, y la latinoamericanidad, establece con el arte universal. El gran naufragio de los artistas criollos ha sido el afán de subirse al carro de la moda, y el tratar de remediar la marginalidad del subdesarrollo copiando estilos foráneos.
La historia de Fernando Botero es la búsqueda de la autenticidad, al costo que fuere. Por sobre los dramas personales como la muerte de su hijo menor en un accidente automovilístico, cuando el niño tenía cinco años, y cuyo duelo elaboró en una obra cargada de ternura, origen de la sala Pedrito Botero del entonces Museo de Zea, en Medellín. Aunque no fuera correspondido, Botero amó a Medellín.
De su primer matrimonio con una dama de linaje, aunque de segundo orden, tuvo tres hijos, con los cuales alzó su madre a la hora de la separación, llevándolos a Estados Unidos, donde ella contrajo matrimonio con un industrial norteamericano. En un periplo digno de Odiseo Fernando Botero fue tras de ellos, atravesó no sólo los miles de kilómetros, sino el desierto de la pobreza, vivió en la penuria en la Meca del capitalismo, convertido en pariente pobre de sus hijos. En alguna navidad recurrió a la minería en la basura, para fabricarles regalos a niños que tenían todo lo que la sociedad de consumo puede ofrecer. Ni en ese pasaje adverso perdió Botero el rumbo como creador.
Cuando su apellido fue una marca de reconocimiento mundial Colombia empezó a mirarlo diferente, no con admiración, pero ya sin odio, sólo como pintor de figuras exóticas, no como profanador de la dignidad humana, como lo llegaron a considerar. Mientras Medellín se convertía en capital del narcotráfico, y muchos se sentían orgullosos de vivir, o morir, en la ciudad más peligrosa del planeta, las capitales del primer mundo se disputaban el honor de exhibir Boteros, y la cotización de su trabajo se elevaba en volúmenes exagerados como sus figuras, pero, su obra seguía siendo despreciada en la sociedad antioqueña que, gobernada por conservadores en esos años atroces, se dio el lujo de desatender la donación que Fernando Botero ofreció, de cientos de sus cuadros, muchas esculturas, y su pinacoteca personal.
El boom del narcotráfico deslumbró a buena parte de esa sociedad que renegó del trabajo, de la ciencia, del arte, pero el rebelde de Fernando Botero se atrevió a soñar una ciudad no como metrópoli del crimen, sino como capital del arte. Por eso no lo querían. Cuando algunos en Bogotá aprovecharon el desdén antioqueño con el maestro, y ofrecieron construir un museo con las condiciones que Botero ponía, ante todo que fuera gratuito, en Medellín se mueven, más por envidia, a aceptar la donación. El alma generosa del artista dividió el legado: Las esculturas monumentales, con su plazoleta financiada, para Medellín, y otra parte enorme de su obra para Bogotá. Le correspondió a la capital de Colombia recibir su pinacoteca con obras de Picasso, Dalí, Matisse, Degas, Balthus, Lipchitz, Miró, Soutine, Léger, Braque, De Chirico, Boudin, Toulouse-Lautrec, Renoir, Monet, Guillaumin, Vuillard, Camille Corot, Sisley, Pissarro, Caillebotte, Max Ernst, Lucien Freud, … más de siglo y medio de pintura, grabado, y escultura, con cuya obra cualquier ciudad se habría enriquecido. Decía el maestro Botero que su mayor legado era haber construido esos dos museos.
Su aporte en arte todavía no se valora, pero, Botero también regaló instrumentos musicales para escuelas juveniles de música, obsequió ayudas para los necesitados en la pandemia. Entonces, algunos lo consideraron buena persona, otros nunca lo bajaron de rico hijueputa. Hoy cuando muchos personajes sufren transformaciones en su forma de hablar, de caminar y, sobre todo, en el trato a los demás. Fernando Botero nunca perdió su forma de ser, no se le afectó el habla, ni cambió su amabilidad proverbial.
Todas las dimensiones del ser nacional fueron plasmadas en su obra, desde la costurera, al presidente; el ladrón, el obispo, la guerrilla, la figura portentosa de Pablo Escobar sobre el tejado antioqueño; la masacre, el desplazamiento, el secuestro, Tirofijo, la madre llorando, y las torturas norteamericanas en la cárcel de Abu Ghraib. Nunca se dejó amordazar, y en su vida hizo más exposiciones que cualquier otro pintor, el dinero le llegaba a raudales, y a raudales lo regalaba. De él puede decirse lo mismo que Duque Ellington sobre Louis Armstrong: “Nació pobre, murió rico, y nunca le hizo daño a nadie”. Fernando Botero en esa parábola hizo bien a muchos, y dio dicha a millones. A Colombia le devolvió centuplicado lo que recibió, y le añadió esperanza.
Botero no sólo describió la crueldad de la violencia, o gritó con colores el sufrimiento de las víctimas, sino que así como él encontró un camino para ser desde el arte, le señala a Colombia el mismo camino: Elaborar poéticamente el sufrimiento y la violencia, para hacer del arte el hilo de Ariadna que nos guie en el heroísmo de salir del laberinto de la violencia, y superar las miserias desbrozando nuestro propio camino.
José Darío Castrillón Orozco
Foto: Botero por Hernán Díaz
Amelia Sanchez Durango says
Ahora sí lo valoran, después de muerto. Afortunadamente, eso para el, eso poco importaba.
Hernan Pizarro says
El arte siempre será controvertido y ese es su principal triunfo y grandeza, fanáticos y detractores, elevan al artista y a su obra. Que hablen bien o mal, pero que lo hagan.
El arte que no provoca nada, está muerto. La creación artística da deseos de vida porque muestra que el ser humano, también puede crear belleza.
Aplausos, agradecimientos y gloria eterna para todos los artistas de los diversos campos.