No es cierto que Colombia sea un país de democracia longeva e instituciones fuertes. Si es, por el contrario, un país dirigido históricamente por una élites e instituciones cooptadas por los más mezquinos intereses de poder, que nos han conducido a la inviabilidad, a una nación fallida. En efecto, tener una desigualdad de ingresos la segunda más altas del continente (Gini de 0.52) una concentración vergonzante de la tierra (Gini de 0.92), una informalidad laboral que de acuerdo con la metodología con la que se mida puede estar entre el 48% y el 67%, unas profundas brechas urbano rurales en educación, infraestructura, productivas, laborales, en salud y en general en calidad de vida, son solo indicios, evidencias, de que no hemos logrado ser esa nación que nos prometimos ser, desde la propia constitución nacional.
Y es bastante diciente que hoy, al fragor de los debates por las reformas, laboral, de salud y pensional, esas élites, agremiadas, planteadas desde los más recónditos privilegios, en lo que incluso me incluyo, salgan a pregonar que sí, que es verdad, que no se ha hecho todo como es debido, pero que es innegable que hemos tenido aciertos, así que lo que se tiene que hacer es construir sobre lo construido, que todo siga igual, que cualquier cosa que se piense contraria a los intereses establecidos como sensatos, es pura ideología, como si aquello otro no lo fuera. Si, esa ideología neoliberal que tiene una virtud indiscutible: se volvió natural, y al hacerlo hace gala de aquella expresión inigualable de Margaret Thatcher: “No hay alternativa”, no hay una elección distinta al capitalismo global.
Esas élites lograron posicionar algunos ministros que llamaron sensatos, los adultos responsables. También hay otros que no lo son y hasta pasan de agache, aun con los dos remezones que se han dado (¿por qué los y la mantienen?). Todo en busca de la gobernanza, del poder gobernar y tratar de hacer algo. Pero es mentiras eso de la sensatez: a Santos le hicieron una oposición visceral, a él y al proceso de paz, todo para que no lo lograra. Duque no solo desconoció a la oposición, sino que todo el tiempo gobernó para un país imaginado, en el que solo cabían sus amigos, y se olvidó de lo que debía de hacer, o no lo quiso hacer, aunque hoy sale a mostrar indicadores para decir que si lo hizo. Es como un juego de niños que sigue teniendo un gran despliegue mediático.
Mientras todo eso pasa, las familias campesinas siguen soportando el peso de las desidias gubernamentales. Si esas mismas familias que habitan los 641 municipios que no cuentan con una sede rural de salud. Esas campesinas que deben encargarse de la economía del cuidado y ello implica la huerta casera para tener los alimentos, mientras los hombres, sin importar la edad, deben además de labrar la tierra de ellos y/o de otros, para intentar un jornal, que lejos está de corresponder al salario mínimo legal y mucho menos a los derechos que se derivan del trabajo, es decir, a prestaciones sociales, a cotizar a una pensión. Campesinos que se esconden en las cifras bajo el eufemismo de “trabajadores cuenta propia”. De hecho, el 14% de las y los trabajadores campesinos, fundamentalmente empleados en la agroindustria, son los que tienen acceso a un trabajo decente, cotizan a una pensión y tendrán la posibilidad de aspirar a una pensión, si las semanas cotizadas se los permite. De acuerdo con la Escuela Nacional Sindical, los sindicatos por rama de actividad, en el sector agropecuario, silvicultura caza y pesca, al año 2021 eran 554, el 9.46% de los sindicatos del país, que agrupan a 123.039 trabajadoras y trabajadores, el 11.41% de los sindicalizados, pero el 2.6% frente a los y las trabajadoras registradas como ocupadas en el campo.
Así que en este primero de mayo las y los trabajadores en Colombia van a salir a las calles, por reivindicación de mejores condiciones de laborales, de vida y de asociación. Pero hay dos sectores más de trabajadores, entre muchas otras posibles, que no lo harán: las y los informales y las y los trabajadores del campo. Entre unos y otros, pueden ser tres cuartas partes de la fuerza laboral ocupada del país. Si, se puede devolver para leer de nuevo la frase, porque es espeluznante. Sectores con pocas voces, con mediaciones democráticas frágiles, que se deberían fortalecer y posibilitar un tránsito hacia nuevas formas de regulación, participación política y social.
Así que el camino no será sencillo, tampoco de logros rápidos, pero si tienen que darse certezas, y no se trata de economía para pobres, debe ser de misiones para la dignidad humana, para una vida plena, para que las y los jóvenes del campo sientan, crean y disfruten de oportunidades para realizar sus proyectos de vida.
Los caminos de las reformas son tortuosos, así que también es posible recurrir a la normativa vigente para avanzar en derechos. Y eso sería algo trascendental. Si este Gobierno logra al menos disminuir esas brechas odiosas del campo y la ciudad, si posibilita la construcción de territorios integrales, rescatar confianzas perdidas y potenciar procesos innovadores desde la ruralidad, pasará sin duda a la historia, a una realidad hecha por y para vida.
Jaime Alberto Rendón Acevedo, Director Centro de Estudios e Investigaciones Rurales (CEIR), Universidad de La Salle
Foto tomada de: BBC
RUBÉN DARÍO PATIÑO LONDOÑO. says
Muy cierto profesor, hay que tener en cuenta además, la tergiversación de la historia en la que se reconoce como clase obrera solamente a quienes trabajan en la industria y se deja de lado a los campesinos que labran la tierra y viven en condiciones cuasi feudales, organizados en asociaciones o gremios que los dividen y no en sindicatos porque no encuentran en estos eco a sus reivindicaciones, como la tierra para el que la trabaja y precios justos para los alimentos que producen, por no decir salarios y prestaciones sociales en igualdad de condiciones con los trabajadores en la industria y los servicios. Se necesita más solidaridad de la clase obrera con los campesinos que la alimenta y poder alcanzar la unidad revolucionaria que haga temblar desde sus cimientos al capital que los encadena a ambos.