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Una Colmena llamada Polombia

11 mayo, 2020 By Gabriel Bustamente Leave a Comment

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Cuando llegó el avispón asesino a las inmediaciones de la próspera Colmena Polombia, la abeja de dirigente que tenía el singular panal, y los cinco abejorros, dueños únicos de la dulce miel, unos gordos y henchidos zánganos que desde sus amplias celdas manejaban a la sombra los destinos de la Colmena, decidieron dar la orden de confinamiento a todos, con el fin de evitar morir ante la amenaza del avispón oriental.

Pasaron los días en medio de un monótono encierro y un rutinario zumbido, solo interrumpido por el discurso real de quien se creía el líder de la Colmena, un obeso abejorro de gorrinas facciones, que al comienzo de todas las noches hacía más tormentoso el encierro con sus presuntuosos discursos llenos de vacuas palabras.

La Colmena Polombia estuvo en relativa paz hasta que la miel empezó a escasear. ¡Pero como va a ser posible, si las obreras han trabajado todo el verano y las arcas del panal deberían estar a rebosar! Se quejó el abejorro real. De inmediato los zánganos, indignados como nunca, le increparon: ¡Esta cuarentena nos va a arruinar, y la colmena no está para dar miel a las obreras sin que trabajen, si haces eso noble abejorro, crearás mentalidades perezosas, atenidas, sin iniciativa y dependientes del panal! ¡Tú lo que tienes que hacer es inyectar más dulce néctar a los bancos de miel, igual las obreras están acostumbradas a aguantar hambre, y por unos días sin comer no se van a volver unas pobres abejas¡ sentenció el más viejo y zorro de los zánganos, quien con sus palabras dio aval al grupo para expedir un decreto real y entregar así la miel producida por las obreras a los bancos de los cinco holgazanes insectos.

Las humildes obreras hambrientas no tuvieron más remedio que trasladar la miel que ellas producían a las bodegas de los bancos de los zánganos, quienes frotándose las patas veían ese dulce dorado crecer y crecer en sus arcas, pero lo que más crecía era su ambición y avaricia, por lo que cada día querían más y más miel, y obligaban para ello al cretino mandatario a exprimir hasta el fondo al desgraciado panal.

Y fue esa ambición ilimitada por acumular más y más miel, lo que empujó a los zánganos a dar una terrible orden al rechoncho líder de la Colmena. ¡La economía del panal no aguanta más, la producción debe continuar noble mandatario, todos tenemos que hacer esfuerzos y sacrificios por el bien del colmenar¡  le gritaron en tono despectivo al tripudo líder. ¿Y qué proponen sus señorías ante esta calamidad pública? Les contestó el nervioso y novato mandatario. ¡Debes  enviar cuanto antes a las obreras afuera de la Colmena. Hay que reactivar cuanto antes la producción de miel! Gritaron al unísono los zánganos. Y el orondo líder no tuvo más remedio que ordenar a su peludo escriba que redactara el decreto real y se dispuso a preparar su alocución para comunicar su soberana decisión a las obreras.

Las abejas obreras salieron felices a trabajar sintiendo que, por fin, pensaban en ellas. ¡Sin nuestro esfuerzo no hay miel, y sin miel no podemos comer! Se dijeron los trabajadores insectos; y dando las gracias a su mandatario por el excelente manejo de la tragedia, y a los zánganos por permitirles trabajar en tan noble empresa, partieron sin mayor protección en búsqueda del dulce néctar de las flores.

No habían pasado un par de horas cuando el temido avispón las divisó, las siguió con sigilo y, una vez estuvo cerca, las destrozó con sus mandíbulas. Indefensas las abejas obreras cayeron por miles, ya que, las abejas guerreras, por orden real, tenían que permanecer en el panal para asegurar la protección del líder y de los zánganos.

Sin obreras, el panal no quedó sirviendo para nada, los avaros zánganos huyeron llevándose toda la miel de la colmena, y dejando solo al gorrino mandatario real, quien vio como su propio ejército, molesto por su estupidez, se fue contra él y, mientras estaban en esta disputa al interior de las ruinas de lo que una vez fue la próspera Colmena Polombia, el avispón entró de improviso y acabó con todos y con todo.

Gabriel Bustamante Peña

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Filed Under: Revista Sur, RS Desde el sur

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