Una persona que sabe leer y escribir y que, sin embargo, fanfarronea de que no lee, de que desprecia los libros, de que no necesita aprender nada, es un ignorante. Nada hay más peligroso que un necio con iniciativa. Si encima es presidente de los EEUU, Houston, Houston, tenemos un problema.
Esta semana veíamos a Trump en el Despacho Oval decir que la Declaración de Independencia, que es de 1776, podría haberse logrado sin los 600.000 muertos que costó la guerra civil, la guerra de secesión. El problema es que la guerra civil tuvo lugar entre 1861 y 1865, esto es, casi cien años después. Es decir, que el presidente de los EEUU no sabe las cosas básicas de la historia de los EEUU, que debe saber un niño de ocho años. De manera que ¿qué puede saber de la historia de otros países del mundo?
Cuando el mundo se organizaba por ideologías, los presidentes necesitaban saber de ideología. Eran de derechas, de izquierdas, conocían la historia, habían leído libros y estaban versados en las tradiciones políticas de sus países y de sus continentes. Con la primacía de lo territorial, puedes ser un burro y ser presidente, simplemente diciendo “Hagamos América grande de nuevo”. Aunque no sepas ni siquiera los elementos esenciales de tu historia. Qué diferencia con presidentes como López Obrador que constantemente hacían referencia a la historia de México.
En los jardines de la Casa Blanca, y antes de partir para la reunión de la OTAN en La Haya en los Países Bajos, Trump le dijo a los periodistas que ni Netanyahu ni Jamenei tenían “ni puta idea”. Incluso cargó más las tintas contra Israel, por haber incumplido la promesa y lanzar bombas contra Irán. Como si Israel pudiera hacer lo que le diera la gana si EEUU no se lo permitiera. Porque la verdad es que Israel hace lo que le da la gana y EEUU se lo permite. Es ese adolescente mal criado que no solo desobedece a sus padres, sino que puede llevarles a la ruina.
Trump ha afirmado que el ataque de guerra contra instalaciones nucleares civiles en Irán ha sido como cuando lanzaron las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Uno de los mayores actos de barbarie de la historia de la humanidad. Chasquear los dedos y 120.000 seres humanos muertos. En unos meses llegaron a 300.000. Dos bombas. Little boy y Fat man.
Cada vez parece más evidente que Donald Trump imita el comportamiento de los vaqueros del lejano Oeste, lo que pasa es que ahora ya no es con un Winchester o un colt 45, sino con misiles. Parece que no tiene más referentes. Le pasa como a los adolescentes que solo tienen de referente a los influencers: van al abismo.
A Trump sólo le falta ir con pistolas en la cintura y meterle el cañón en la boca a quien le incomode. En las películas del Oeste, los pistoleros morían jóvenes, a no ser que se pusieran al servicio de alguien más inteligente. El problema es que, si eres el presidente de los EEUU, no tienes nadie por arriba. Y si encima te has dispuesto a poner de rodillas a las universidades y poner las redes sociales y los medios de comunicación a tu servicio, lo que nos queda en volver a ver aquella película de la guerra fría de Stanley Kubrick, Teléfono rojo volamos hacia Moscú. Aunque ahora es volamos a Beijing con escala en Teherán.
Trump es un vendedor de casas que ha llegado a la Casa Blanca, igual que Berlusconi era un amenizador de cruceros que llegó a presidente de Italia o Milei es un payaso de las tertulias que ha llegado a la Casa Rosada. Por eso le conviene bien eso que se atribuye al terrorista israelí, luego convertido en héroe nacional, Moshé Dayan, de que “Los enemigos de Israel tienen que percibirnos como a un perro loco: demasiado peligroso para que nadie lo moleste”. A Trump le gusta que ni siquiera Trump sepa lo que va a hacer Donald.
Claro que tiene intereses y que le gustaría pasar como el mejor presidente de EEUU de la historia, además de enriquecerse. Pero le falta conocimiento y no es lo mismo que exageres y no puedas vender un inmueble a que empieces una guerra. La vulgarización de la política cuando se hundió la URSS y el neoliberalismo declaró el fin de la historia, el fin de las ideologías y el fin del pensamiento tiene estas cosas. Un mundo que se rige por esa escena del Lobo de Wall Street con gente hasta las orejas de cocaína, ganando dinero a sacos y con la misma responsabilidad que una hiena con las crías de una gacela.
Lo realmente triste es ver a Europa arrodillarse ante Trump. Ha sido Trump quien ha filtrado una conversación privada entre él y el secretario general de la OTAN, el holandés Mark Rutte:
“Señor presidente, querido Donald,
felicidades y gracias por su acción decisiva en Irán, que fue verdaderamente extraordinaria, y algo que nadie más se atrevió a hacer. Nos da más seguridad (…) “Donald, nos has llevado a un momento muy importante para América, Europa y el mundo.
Usted logrará algo que ningún presidente estadounidense en décadas podría lograr” (…) “Europa va a pagar a lo grande, como debe, y será tu victoria”
Con este grado de envilecimiento, no es extraño que cuando a Trump no le salgan las cosas monte en cólera. El enfado de Trump con Israel es que alguien le ha dicho que EEUU no iba a ganar la guerra contra Irán, igual que no ha ganado una sola posguerra salvo cuando invadió Panamá. Aunque visto como está ahora el país, quizá ni esa ganó. Porque igual que perdió la guerra de Vietnam, ha perdido finalmente la guerra de Afganistán, de Irak, de Libia y sabe que ha perdido la guerra de Ucrania. Puede hacer muchísimo daño, pero al final, después de robar lo que puede, tiene que salir con rabo entre las piernas.
La agresión a Irán no ha servido para frenar la producción de energía nuclear con fines civiles en el país persa -aunque sí para demostrarnos una vez más sus riesgos- sino para poner a todo el mundo enfrente de la OTAN, empezando por los BRICS que han hecho un contundente comunicado condenando lo que han hecho Israel y EEUU. Son el 5% de la humanidad, más el 5% de la Unión Europea, el 10%: frente al otro 90%:
“Expresamos nuestra profunda preocupación por los ataques militares contra la República Islámica de Irán desde el 13 de junio de 2025, que constituyen una violación del derecho internacional y de la Carta de las Naciones Unidas, y por la posterior escalada de la situación de seguridad en el Oriente Medio”
La globalización se sostuvo sobre un discurso entusiasta por el fin de las fronteras, narrado por ricos que habían estudiado en colegios privados, que creían que todo el mundo hablaba idiomas, que hacían maestrías en escuelas de negocios que confunden a la gente con cifras y a las que les entusiasmaba cuando James Bond destrozaba con su Aston Martin puestos de frutas y verduras en pueblos que ellos veían como exóticos y poco civilizados. Ni se les pasaba por la cabeza que fue un dueño de uno de esos pequeños puestos, Mohamed Buazzizi, el que comenzó la primavera árabe al prenderse fuego en Túnez cansado de que la policía le robara y le tumbara su changarro.
Por eso, la respuesta a la globalización ha sido en casi todo el mundo un repliegue al territorio. El discurso de la globalización lo escribieron los que podían permitirse el lujo de ser cosmopolitas, al tiempo que despreciaban todo lo local como atrasado y aldeano o pueblerino. En sus diarios hacían ranking de los restaurantes con estrella Michelin del mundo o se sabían los tipos de aviones o los tratamientos de belleza o de salud más caros de Nueva York o Suiza.
A las clases medias les dieron vuelos low cost, baratos, que han logrado que los aviones sean más incómodos que los viejos autobuses de ruta que iban a los pueblos. Con esa línea de consumo de outlet, con rebajas, esas clases medias creían acariciar el sueño consumista de los ricos. Algunas series de televisión les enseñaban el estilo de vida de los ricos y las clases medias, aspiracionales, encontraron ese modelo seductor.
Pero el modelo neoliberal funciona, como el capitalismo, con burbujas que cuando estallan, se llevan a todo el mundo sin pedirte ni el carnet del partido ni el pasaporte. Eso ocurrió primero en América Latina y Asia a finales del siglo pasado, y luego en EEUU, Europa y el resto del mundo con la crisis de Lehman Brothers en 2008.
La pandemia del COVID-19 terminó de lanzar un mensaje contundente: si no tienes industria nacional, cuando surjan problemas igual te quedas sin suministros.
La globalización sirvió a las élites de los países del Norte, no a sus poblaciones. En EEUU el pueblo terminó votando a Trump y en Europa a la extrema derecha. En otros lugares del mundo, que pudieron consolidar una posición exportadora, redistribuyeron la renta y sacaron a millones de personas de la pobreza. Paso con la marea roja en América Latina.
También en India y en China. En China, el Partido Comunista finalmente reaccionó y expulsó a los neoliberales que estaban pidiendo una salida capitalista y liberal como la de Rusia después de la implosión de la Unión Soviética. Hoy, los intelectuales chinos celebran no haber hecho caso a esos cantos de sirena que hubieran hundido al país. Gracias a que China no le siguió los pasos a las recomendaciones de EEUU y Europa, hoy es la potencia mundial que es.
En México, el neoliberalismo empezó con Miguel de la Madrid en 1992, cuando el PRI se hace notoriamente neoliberal. Por eso en 1988 se articuló el Frente Nacional Democrático, la candidatura liderada por Cuauhtémoc Cárdenas que luego daría lugar al PRD.
Sólo hay un aspecto ideológico que se ha mantenido durante el último medio siglo: lo religioso, de manera que si bien el eje derecha-izquierda se ha debilitado, el eje religioso, precisamente por el crecimiento de la importancia del territorio, se ha consolidado.
Es evidente que Irán, un país persa y chiíta, choca con los suniés de otros países. Ser católicos o protestantes o evangélicos no afecta en los conflictos territoriales. Ser chiíta o sunita sí. En Oriente Medio, la división entre chiísmo y sunismo no es solo teológica, sino también estratégica y geopolítica.
Por eso, en oriente medio se está jugando una gran partida del tablero mundial: El equilibrio del petróleo, la carrera nuclear, quién gana el relato; y como van a ser las alianzas regionales y globales.
La conclusión es que hay un regreso al territorio. La reacción al cosmopolitismo liberal, que promovía la disolución de fronteras físicas, económicas y culturales en nombre de una humanidad compartida, ha generado enormes desigualdades. Ricos más ricos y más pobres más pobres. Esa narrativa, dominante tras la Guerra Fría y, sobre todo, desde los años 80 con la hegemonía neoliberal, ha generado desde inicios del siglo XXI una reacción territorial, donde el espacio geográfico y la identidad anclada en el lugar han vuelto a ocupar un papel central, incluso desplazando a las ideologías tradicionales. Hay una renovación del nacionalismo, una revalorización de la soberanía territorial, conflictos por controlar espacios geoestratégicos y un cambio incluso en el lenguaje, con un mayor uso de palabras como “frontera”, “defensa”, “seguridad”, “patria”, etc.
Europa no comparte ideología con Trump, pero están juntos en la OTAN porque han decidido jugarse su suerte al lado de los EEUU contra Rusia y China. Es la Cumbre de la OTAN en La Haya este miércoles 24 de junio.
El territorio no se entiende como cercanía a otros países, sino en qué bando juegas en la reconfiguración geopolítica del mundo. Japón o Corea del Sur, que debieran aliarse con China por cercanía, se piensan territorialmente al lado de los EEUU y les apoyan en los organismos internacionales que controlan los gringos, sea el FMI, el Banco Mundial o la Organización Internacional de la Energía Atómica.
La izquierda latinoamericana puede no compartir ideología con muchos países de los BRICS, pero sabe que su suerte está ligada a este bloque porque los EEUU quiere volver a convertir la región en su patio trasero.
Visto que el mundo le ha permitido el genocidio contra los palestinos, Netanyahu, apoyado por capitales judíos norteamericanos, decidió dar un paso más y atacar a Irán, algo para lo que no contaba con el apoyo de Donald Trump. Pero una vez puesto en marcha, Trump, que es un ignorante bravucón, decidió dar una vuelta más de tuerca y atacar sin autorización del Congreso norteamericano, de la ONU y sin declaración previa, tres instalaciones nucleares civiles de Irán.
Irán es el principal Estado chiíta, con un proyecto de influencia regional que incluye a Hezbolá en Líbano, a los hutíes en Yemen y a sectores chiíes en Irak y Siria. Del otro lado están Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y otros países suníes, tradicionalmente apoyados por EE. UU., que ven a Irán como una amenaza regional. Israel, se está convirtiendo en una teocracia autoritaria y explota estratégicamente las diferencias religiosas en la región: ha estrechado lazos con países suníes (como los Acuerdos de Abraham con Emiratos Árabes Unidos o Marruecos), bajo un enemigo común: Irán.
EEUU ha roto la carta de Naciones Unidas, igual que Israel lo ha hecho en Palestina, en Siria, en Líbano y ahora en Irán. Tiene, como siempre, la voluntad de controlar el petróleo iraní y garantizar la hegemonía en la zona que la garantiza Israel armado hasta los dientes por los EEUU.
China, Rusia, Brasil no han permitido que esta jugada de Netanyahu acompañada por el iletrado Trump fuerce la geopolítica a una situación de hace 50 años. Las espadas están sobre lo alto. Y la opinión pública mundial no se va a comer el cuento de que hay armas nucleares, porque el uranio que estaban enriqueciendo en Irán servía para asuntos civiles pero no para hacer bombas. No hay espacio en el mundo para creernos otra mentira como la de Colin Powell en Naciones Unidas y las armas de destrucción masiva en Irak. Igual las manifestaciones mundiales que no han cuajado con el genocidio en Palestina, sean ahora más eficaces con la guerra que le ha declarado EEUU e Israel a Irán.
El choque territorial en la reconfiguración geopolítica hará de una III Guerra Mundial una guerra mundial de verdad, donde apenas quedarán territorios neutrales en ningún lugar del planeta. Y tampoco en el único continente donde no hay guerra: en América Latina.
Se hace urgente, como ha planteado Venezuela, una cumbre mundial sobre la paz. Mientras tengamos tiempo.
Juan Carlos Monedero
Foto tomada de: El País
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