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Trump contra el mundo (y contra nosotros)

14 julio, 2025 By Carlos Jimenez Leave a Comment

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Es un hecho que el presidente Donald Trump está empeñado en una
reorganización a fondo del Imperio Americano. Los frecuentes cambios de rumbo en sus políticas y exagerada la frecuencia con la que hoy niega lo que ayer afirmó, no deben confundirnos. Hay un orden en su aparente locura, su disparatada locuacidad sirve a su modo a una estrategia fríamente calculada, tan coherente como arriesgada. En el cumplimiento de cuyos objetivos se juega la vida y posiblemente la vida del Imperio que ahora comanda. El primero de todos, al que le atribuyó la máxima importancia desde su primer mandato: la derrota de la República Popular China. Obama, el presidente que entonces le antecedió en el cargo, ya la había identificado como el más temible adversario, pero fue Trump quien inició las hostilidades con el gigante asiático. Fue él quien inició la guerra comercial, rompiendo con una primera ronda de aranceles los acuerdos comerciales existentes hasta entonces entre las dos grandes potencias. La guerra que continuó discretamente su sucesor, el presidente Joe Biden y que con Trump de nuevo en el Despacho Oval de la Casa Blanca, ha adquirido los rasgos de una violenta confrontación.

 

La explicación de los motivos de esta guerra ha dado lugar en el mundo a un aluvión de análisis e interpretaciones que, antes de que se hiciera popular la de que “Trump está loco”, se reducían a dos. La primera: Washington, guía moral del mundo, no podía consentir y ni siquiera tolerar “las sistemáticas violaciones de los derechos humanos por parte de las autoridades de Beijing”. No voy a ser yo quien afirme que en China no se violan los
derechos humanos, como ocurre prácticamente en todas partes.

Empezando por nuestra querida y ensangrentada Colombia y siguiendo, para no ir muy lejos, con Estados Unidos de América, donde actualmente se están negando los más elementales derechos a millones de inmigrantes latinos, legales e ilegales.

 

Pero no es esta la única razón para poner en duda el argumento de los derechos humanos. El otro lo ofrece la historia del último medio siglo de las relaciones entre Estados Unidos y China. Las relaciones que experimentaron un vuelco en 1971, cuando el presidente Richard Nixon y su asesor Henry Kissinger viajaron a Beijing, se reunieron con el presidente Mao e
inauguraron una nueva era de relaciones de paz y de cooperación y mutuo beneficio. No representó entonces ningún obstáculo el argumento de los derechos humanos, a pesar de que para Washington China seguía siendo una tenebrosa dictadura comunista para la que era anatema la defensa de estos derechos.

 

Tampoco lo fue para el presidente Bill Clinton a la hora de impulsar el ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio, que tanto contribuyó a que el gran capital estadounidense se beneficiara de la apertura al capitalismo promovida en la propia China por Deng Xiao Ping, el sucesor de Mao en la dirección del Estado y del Partido comunista chino.

Hoy cuando Trump acusa a China del abultado déficit comercial que su país tiene con ella y, además, la acusa de haber “robado el trabajo” a los trabajadores norteamericanos, pasa por alto el hecho incontrovertible que fueron los empresarios estadounidenses quienes libremente decidieron llevarse sus fábricas al país asiático. Para todos ellos resultó irresistible la tentación de producir allí pagando en yuanes salarios bajos para vender caros y en dólares sus productos en Estados Unidos. Y en el resto de Occidente.

El plan de China de anexarse por la fuerza a Taiwan, la segunda explicación dada a la guerra emprendida contra China, omite igualmente que hasta la fecha Beijing ha respetado los términos de los memorandos de entendimiento suscritos por las dos potencias a raíz del histórico encuentro de Nixon con Mao, ya citado. Estados Unidos reconoció en los mismos que no había sino una sola China y China se comprometió a no emprender ninguna acción agresiva contra Taiwan y a confiar en que tarde o temprano se producirá la reunificación pacífica de la isla con la China. Como resultado de la evolución normal de los acontecimientos. Si ahora hay un alto grado de tensión en el estrecho que las separas o por obra exclusiva del gobierno de Biden de romper los términos de los citados memorandos de entendimiento, para rearmando a sus fuerzas armadas taiwanesas y apoyando política y diplomáticamente a los independentistas isleños. Qué tal si eso hiciera Rusia con los independentistas de Puerto Rico. O de Hawai.

La verdadera explicación de la guerra, por ahora incruenta, que Trump le ha declarado a China es tan evidente que nadie puede negarla. China supo aprovechar su apertura al capitalismo y las masivas inversiones extranjeras para potenciar hasta alcanzar metas antes impensables en su propio proceso de industrialización. Hoy es la primera potencia industrial del planeta, “el taller del mundo” y ese hecho le resulta completamente inaceptable a la oligarquía financiera que controla la política de Washington. Por muchas razones entre las que figura en primer lugar, según los estrategas del Pentágono, que el solo de que China se halla convertido en primera potencia industrial del planeta pone en jaque el poder de Estados Unidos.

Porque dicho poder, o sea su capacidad de determinar el curso de la economía y la política mundial, ha sido sostenido hasta fechas recientes por su impresionante poderío industrial.

 

El año de 2016, el año de la primera elección de Trump como presidente, puede ser elegido como la fecha en la que una fracción importante de la elite estadounidense tomó consciencia del peligro mortal que representaba para el Imperio Americano, el crecimiento vertiginoso del poderío industrial de chino, que ya estaba igualando al de Estados Unidos y que de
mantenerse podría superarlo largamente en muy poco tiempo. Había que hacer algo para evitarlo y Trump propuso entonces una reforma radical de las instituciones nacionales e internacionales generadas por Estados Unidos durante los años de hegemonía indiscutida. E incluso su anulación si hacía falta en función de los objetivos de reindustrializar su país y de bloquear y en lo posible revertir el avance de la industria china. Todo en función de dos objetivos: reindustrializar a Estados Unidos y abortar o por lo menos bloquear nuevos avances del poderío industrial chino. En su primer mandato no logró avances significativos en la puesta en marcha de su estrategia. Por lo que en este segundo mandato decidió pisar el acelerador, firmando ordenes ejecutivas un día sí y otro también, desde el primer día que tomó posesión del cargo. Pero la más impactante de todas sus decisiones ha sido sin duda la declararle una guerra de aranceles a todo el mundo. Lo hizo en el Day of liberation, el Dia de la liberación, cuando exhibió una tabla de los aranceles que planeaba ponerle a las importaciones procedentes de prácticamente todos los países miembros de la ONU.

El ataque apunta abiertamente a China, pero también al entorno internacional que hace tanto contribuye al rápido crecimiento de su economía: el centenar largo de países de todo el mundo que tienen a China como su primer socio comercial. A todos ellos los quiere someter a la misma disyuntiva que nos esta sometiendo a nosotros: elijan entre librarse de los aranceles a sus exportaciones a Estados Unidos o conservar o incluso expandir sus
relaciones comerciales con China. Este es el debate.

Carlos Jiménez

Foto tomada de: El País

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Filed Under: Revista Sur, RS Desde el sur

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