Aunque hay cada vez más gente preocupada por los estragos desencadenados por el cambio climático, todavía son pocas las personas que se cuestionan qué lo ha originado, porque los humanos tendemos a actuar tras el desastre. Sin embargo, la «tormenta climática» que se nos ha echado encima es de tal envergadura que sería beneficioso que empezásemos a ser más proactivos2.
Creo que algunos hemos constatado ya que la antigua creencia en la «inagotabilidad» del planeta es errónea; no solo por el creciente y escandaloso número de humanos sino también y sobre todo a causa del capitalismo, cuyo supremo objetivo es el crecimiento sin fin. Efectivamente, nuestro mundo es finito y se asemeja más a una nave espacial que a un barco surcando un océano sin límites.
Así pues, el «vector» capitalista, agente de un crecimiento descontrolado y causante del cambio climático, nos aboca a un desenlace que ya empezamos a intuir.
Citemos tan solo dos ejemplos. El primero son las crecientes sequías. De nada servirá desviar los cursos de los ríos para satisfacer a nuevos consumidores si los beneficiarios habituales necesitan el agua, puesto que se negarán a perderla y estarán dispuestos a iniciar contra los usurpadores una guerra sin cuartel. De hecho, ante la progresiva necesidad de acuíferos, el poder mundial se está reorganizando estratégicamente: ¿no resulta revelador que el mercado financiero relacionado con el agua sea cada vez más floreciente? ¿no parece sospechoso que aquellos territorios donde existen importantes bolsas de agua, como Libia, hayan sido invadidos «en defensa de la democracia»? ¿por qué los habitantes colombianos de Casanare y Arauca se oponen a la exploración y explotación de sus valiosísimas reservas de agua dulce subterránea? ¿no están las sequías africanas provocando la migración multitudinaria de sus nativos hacia tierras más «mojadas»? ¿qué tipo de conflictos se derivarán de todo ello?
El segundo es el aumento de la temperatura media del planeta. Ciertamente, el público mayoritario —un 95% — no capta en toda su extensión qué puede implicar un aumento de 1,5º o 2º, ya que, a nivel local, no tiene importancia. No obstante, cuando el aumento es global y progresivo, transforma definitiva y radicalmente la vida de todos los seres vivos. Está demostrado que, no solo altera su conducta, sino que también desencadena mutaciones —como los patógenos— que provocan la extinción de especies, el rebrote de viejas enfermedades y la aparición de otras nuevas; como la actual pandemia. Sin olvidar que es el principal causante de las sequías.
Centrémonos ahora en cómo afectará el cambio climático a las generaciones futuras. Muchos de nosotros llevamos un buen pedazo de vida en este mundo y somos incapaces de imaginar un planeta devastado, pero ¿no presagian las alteraciones estacionales la extinción de nuestra especie como ya ha provocado la de otras? En el caso de que así sea, ¿se merecen nuestros descendientes que les dejemos el planeta en esas condiciones? ¿por qué han de pagar ellos por nuestros errores? Por cierto, ¿por qué no incluir entre nuestros descendientes a todos los seres vivos, como harían los «biocentristas»3, entre otras cosas porque muchos de ellos son la fuente de nuestra supervivencia? El número de preguntas podría hacerse casi infinito…
En cualquier caso, como bien saben los expertos en la materia, el ser humano responde ante el peligro extremo mediante la huida, la parálisis o la «proactividad». Un número considerable de público suele seguir las dos primeras opciones, razón por la cual considera que las inquietudes acerca del cambio climático son fruto de predicciones poco fiables e imaginaciones febriles y, en consecuencia, las desestima en aras del «sentido común» y la «reflexión mesurada». Frente a ellos, los «proactivos» —muchos menos que los dos grupos anteriores—, empiezan preguntándose por la verdadera gravedad de las amenazas para, a continuación, pasar a actuar de manera positiva. Espero y deseo que este tercer sector aumente progresiva y notablemente.
He empezado este artículo hablando de las alteraciones estacionales constatadas por un personaje shakesperiano. Quiero terminarlo con una narrativa «cienciaficcional», fruto de mi agradecimiento al planeta que me ha permitido disfrutar de él. Espero que no disguste a mis pacientes lectores…
Situémonos, por ejemplo, en un prado. Corre el año 2121. Un grupo de 200 personas sentadas sobre la hierba y en actitud pacífica escucha a varios oradores que hablan de la locura, egoísmo y negligencia de los habitantes de finales del siglo XX y principios del XXI; es decir, nosotros. Así como de la irresponsabilidad de la política mundial de nuestra época, basada en la ausencia de medidas para limitar el cambio climático aun sabiendo del grave peligro que supondría para la humanidad y restantes especies vivas.
¿Qué adjetivo lo bastante adecuado se nos puede ocurrir para definir la despreciable conducta de nuestros líderes mundiales y de quienes los aupamos y defendimos, por muy ignorantes que fuésemos, si contábamos con los suficientes expertos para asesorarnos en la materia?
Y, sin embargo, nuestros descendientes han logrado sobrevivir gracias a las previsiones de científicos y activistas de nuestra generación que supieron comunicar lo que se les venía encima y fueron lo suficientemente valientes —a pesar de su escaso éxito— para llevarlo a cabo durante la «Era de la Negación».
No obstante, nuestros descendientes han comprobado que de nada les han servido los tibios objetivos que nosotros, sus antecesores, planteamos en todas las naciones del mundo, ya que el cambio climático ocasionó terribles «Guerras del Agua» que estallaron simultáneamente en algunos puntos del planeta, se propagaron por todos los continentes y provocaron guerras nucleares que acabaron con un buen número de habitantes. Si bien una paz radical impuesta por las siguientes generaciones a la nuestra permitió el reasentamiento de los menguados pobladores en los escasos territorios que restaron habitables.
Pero la tragedia aún no había terminado, porque empezaron a surgir innumerables y variadas pandemias entre los supervivientes como consecuencia del «salto» de patógenos de unos huéspedes a otros; entre ellos, los humanos. Dichas pandemias, provocadas por virus «asesinos», se propagaron con enorme rapidez y estuvieron a punto de exterminar a los pocos habitantes que quedaban, entre otras cosas, a causa de la debilidad inmunitaria en que habían quedado como consecuencia de varias guerras mundiales, la escasa higiene debida a las sequías y las explosiones nucleares. Así que nuestros descendientes también nos condenan por habernos peleado entre nosotros mientras el planeta se consumía.
Con todo, nuestros sucesores han extraído varias lecciones fundamentales de nuestra asesina irresponsabilidad.
La primera, que si no hubiesen existido las pandemias que han reducido, tanto a la especie humana como a otros seres vivos, no hubiesen sido conscientes de la necesidad de luchar para cambiar la situación.
La segunda, que sus antepasados —nosotros— crecimos de forma desmesurada sin suficiente espacio ni medios para poder sobrevivir.
La tercera, la valoración de la humildad aplicada a sus vidas, mucho más sencillas y limitadas que las nuestras, que jugamos con su futuro y el de todas las especies vivas del planeta.
Indudablemente, nuestros descendientes han perdido elementos que para nosotros eran importantes y que estaban muy vinculados a la sociedad de consumo, pero que realmente no lo son tanto. Y son conscientes de ello porque su sabiduría es resultado del enorme sufrimiento que por nuestra culpa han padecido. Sufrimiento que les ha conducido a renunciar a todo lo que no merece la pena para conservar lo más importante y valioso de sus vidas: el planeta Tierra.
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1 «…Y vimos cambiar las estaciones: la escarcha cae, cana, en el regazo fresco de la rosa carmesí, y, sobre la coronilla helada y sutil del viejo Invierno, se posa, como por burla, una fragante diadema de tiernos capullos estivales. La primavera, el verano, el fértil otoño, el airado invierno cambian sus libreas habituales, y el mundo, atónito ante su multiplicación, no sabe ya cuál es cuál. Y esta misma serie de males nace de nuestras disputas, de nuestra disensión. Nosotros somos sus padres y sus causantes.». Tanto este fragmento como el presente artículo parten del libro Y vimos cambiar las estaciones de Philip Kitcher y Evelyn Fox Keller (Editorial Errata Naturae, 2019).
2 La persona «proactiva» es aquella que toma activamente el control y decide qué hacer en cada momento, anticipándose así a los acontecimientos (Diccionario de la RAE).
3 El «biocentrismo» (del griego βιος, bios, «vida»; y κέντρον, kentron, «centro») es un término aparecido en los 1970 para designar una teoría moral que afirma que todo ser vivo merece respeto moral.
Asociado en sus orígenes con la «ecología profunda» o radical, el biocentrismo pretende reivindicar el valor primordial de la vida. Se trata de un modo de pensar que se contrapone al «teocentrismo» y al «antropocentrismo».
Funda su ideario en los conceptos de «interacción», «coevolución», complejidad de las relaciones entre las especies, no discriminación, trato con los animales, la cultura de lo vivo, interactividad de los sexos, democracia participativa, agricultura ecológica y uso de las energías renovables. (Wikipedia).
Pepa Úbeda
Diego B. ESCRIVÁ says
Aunque no recibimos el mejor planeta, tienes razón, no estamos autorizados, a dejar uno peor.