Germán Ayala, profesor de la universidad Autónoma de Occidente, en Cali, expuso dentro de una columna titulada “Más allá del Covid-19”, refiriéndose al origen del virus, que, aún no es claro origen del covid-19. “Si resulta cierta la versión que indica que este fue inoculado por militares norteamericanos en la China, o creado en un laboratorio con fines de control poblacional, estaremos ante un nuevo escenario de confrontación político-militar, esto es, una guerra bacteriológica, biológica o virológica de nuevo cuño. Escenario posible, si tenemos en cuenta la desarrollada capacidad humana para eliminar a sus adversarios o a esos otros que lleguen a competir por agua, alimentación o por un lugar donde guarecerse.
Por el contrario, si el virus que produce la enfermedad llamada coronavirus tiene origen ecológico-ambiental en virtud de los deficientes manejos de disímiles residuos, la contaminación generalizada del aire, de ríos y acuíferos y la convivencia humana en condiciones de hacinamiento y por lo tanto, en pobres ambientes asépticos; o si provino del contacto con algún animal en particular, entonces, la humanidad entera está llamada a revisar su lugar en el planeta y por esa vía, pensar en escenarios de decrecimiento sistémico: poblacional, económico y cultural”.
Si la causa es la transmisión por zoonosis, por inoculación virológica, o una guerra bacteriológica preconcebida para afectar economías de otros países y competir, cualquiera de ellas se determinará el escenario real y asistiremos al esclarecimiento de la verdad. Pero por ahora el virus ya está suelto y debemos cuidarnos para no reproducirlo in crescendo. Pero queda claro que el papel de las ciudades por la aglutinación de personas debe replantearse. Millones de personas que no pueden salir por el confinamiento obligatorio; miles de personas que ven insuficiente los sistemas de sanidad nacionales. Ulrich Beck planteó desde comienzos del año 2000 en su libro “La sociedad del Riesgo Global”, que la otra cara de este envejecimiento de la modernidad industrial es la aparición de la sociedad del riesgo. Este concepto describe una fase de desarrollo de la sociedad moderna en la que los riesgos sociales, políticos, ecológicos e individuales creados por el impulso de innovación eluden cada vez más el control y las instituciones protectoras de la sociedad industrial”. Debemos entonces replantear nuestra relación con la naturaleza, con los ecosistemas y con la fauna sometida a extinción alimentaria inclusive rompiendo la cadena trófica normal, por consumos alimenticios inapropiados.
David Trueba, planteó en una columna madrileña, una distopia con un escenario tenebroso y desolador por la nueva peste extendida, el Coronavirus, no es del todo una utopía de esta distopía; pero si es una lección a cierta satrapía como la de Hungría con el muro que construyó Viktor Orbam, para no dejar entrar a refugiados y migrantes africanos. Otros sátrapas han hecho lo mismo, como Mateo Salvini en Italia, y Donald Trump lo ha anunciado para cercar a los mexicanos; y otros xenófobos en el mundo lo vienen haciendo.
La distopia alude a gente impía deshumanizada que correrían a refugiarse en África porque las temperaturas le hacen invivible la circulación al letal coronavirus; una África vapuleada desde la primera cacería de esclavos que emprendieron las coronas europeas cuando empezaron a ver disminuida la mano de obra indígena por el exterminio al que fueron sometidos durante la cruel conquista y sometimiento; autorizaron a mercachifles y asesinos para secuestrar africanos como si fueran mercancía durante la Monarquía española y la Monarquía inglesa que animaron la cacería en medio de una cruel jauría comercial con contratos sangrientos. En esta distopía de Trueba los europeos buscarán a África como refugio, una paradoja porque desde el año 2015 , con más notoriedad vienen rechazando africanos refugiados e inmigrantes que no tienen oportunidades en sus países, los hacen ahogar al no recibirlos, convirtiendo el mediterráneo en un cementerio acuoso.
Lisandro Duque Naranjo, en su columna titulada, “En vivo: Coronavirus”, describe el fenómeno de la globalización, la interconexión aérea que facilita la expansión del virus por el tráfico aéreo y la movilización de pasajeros. A ello sumemos las comunicaciones por las redes sociales y la televisión por cable también utilizando el espacio aéreo del espectro electromagnético. La globalización de las comunicaciones facilitando el pánico en directo con advertencias ponderadas y otras exageradas.
La columna de Duque Naranjo produce reflexiones a tutiplén. Las ciudades confinadas y reprimidas por asuntos de salud, las protestas sociales suspendidas por estados de excepción o de alarma. La evidencia de la desatención hospitalaria en los países del tercer mundo comienza a flotar. Por ejemplo en Colombia, el colapso e insuficiencia del sistema de salud por la corrupción de la clase política instrumentalizando las EPS, es notorio desde antes del coronavirus. Ya veremos hoteles convertidos en hospitales.
En efecto, Colombia vive desde mucho antes de la llegada del coronavirus, una grave crisis económica y política. La primera porque los grupos económicos concentraron el capital gozando de los beneficios del neoliberalismo, esto llevó a la pauperización de las familias y el acrecimiento del precariado. Y política, porque los partidos políticos se desperfilaron, atomizaron y corrompieron. Los partidos políticos quedaron en manos de clanes políticos que los vaciaron aún más de la ideología y los enrutaron hacia los grandes negocios para saquear el Estado.
Este virus difícil de detectar también está demostrando ser más efectivo que los muros de infamia para no dejar pasar refugiados trasnacionales, un muro sanitario que bloquea la transfronterizacion de ciudadanos , un bloqueo soñado por los fascistas del Likud e Israel contra los palestinos de Gaza. Una peste, la del coronavirus, como Pandemia que se suma al drama del calentamiento global que ha producido desplazados climáticos y varias epidemias. El planeta tierra amenazado por el cambio climático, efecto de la depredación de los ecosistemas y la naturaleza, y el uso desmedido de los combustibles fósiles.
El coronavirus Covid-19 ya no es una enfermedad que ataca a varias personas en China, o en Italia, en España, ni una epidemia solo manejable nacionalmente, es una pandemia que debe enfrentarse. Es como una peste compuesta por un ejército invisible (le ganó al terrorismo internacional asustando a la población); el terrorismo después del 11 de septiembre se ha comportado como un ejército disperso e invisible dentro de la guerra asimétrica, para llegar a esa etapa evolucionó desde la década de los años 50s. El coronavirus en menos de tres meses se esparció como ejército invisible en una guerra sanitaria planteada por los Estados tratando de atajar a las personas en las fronteras.
Otras pestes en la historia de la humanidad han castigado las conductas inapropiadas de las poblaciones y la falta de sanidad; la peste negra (yersinia pestis) en Italia descrita por Bocaccio; la viruela; la gripe española (1918-1920); la plaga antonina, la plaga de Justiniano (siglo VI en el impero Bizantino), el Sida, el tifus, el sarampión; el ébola, el Sars, la gripe aviar; la malaria, etc. Ahora por lo menos tenemos más avances de la medicina para salvar a inmensas capas poblacionales, pero la vacuna no está probada.
Varios países están tratando de manejar esta pandemia o peste transnacional, con Estados de Excepción, es decir, gobernar por decreto, suspender o reemplazar a los congresos y parlamentos para poder expedir normas que enfrenten de inmediato, en caliente los asuntos que se vayan presentando. El derecho como arma sanitaria y de combate a los daños de la salud: La salubridad pública.
A cerrar las fronteras los Estados limitan el tránsito de personas, y no de refugiados solamente como lo han venido haciendo en estos últimos 5 años. Ahora también son retenidos o rechazados turistas e inmigrantes por la sospecha de que todos somos portadores del virus. Un enemigo invisible y microscópico que afecta los derechos humanos, la circulación, la autonomía personal, la libertad y amenaza la vida. Todos estos elementos podrían ser insumos para guiones del cine de ficción o futurista, pero es en vivo y en directo, y no es cine, es realidad. Estamos viendo en los canales internacionales de TV y en las redes sociales a una sociedad global donde todos somos sospechosos de estar apestados.
En Colombia antes del estado de emergencia económica, social y ecológica (Decreto 417 de marzo 17), hemos observado una falta de coherencia respecto a las limitaciones sobre la circulación y reunión de personas. La Alcaldesa de Bogotá, ordenó al principio que no podrían ser más de 1.000 personas, al otro día el Presidente de la República, estipuló 500 personas; luego la reducción llegó a 50 personas; la Gobernadora del Valle planteó 10 personas; y en varios municipios se inició una racha de toques de queda, restricciones disímiles; y una enumeración de sitios prohibidos, de actividades comerciales restringidas; entraron los mandatarios regionales y locales en una especie de competencia para mostrar quien reducía más los derechos so pretexto de evitar la curva de crecimiento del virus, hasta que el Presidente asumió el Estado de Excepción que es potestativo del ejecutivo nacional. Una política pública de saneamiento y salubridad debe ser coherente en un país con un deficiente sistema de salud y sin experiencia en enfrentar una pandemia, pero con una entidad de atención a los riesgos UNGRD que debe adaptarse a esta calamidad.
Alberto Ramos Garbiras, Magíster en Ciencia Política (Universidad Javeriana); PhD en Derecho Público con énfasis en Política Latinoamericana, Universidad Nacional de Madrid (UNED- España); profesor de derecho internacional en la Universidad Libre.
Foto tomada de: Diario26.com
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