El colapso de los partidos y el ascenso de las resistencias
Colombia atraviesa una profunda crisis de representación política. A pesar de algunos avances institucionales, los partidos tradicionales siguen desconectados de las realidades populares, capturados por intereses privados de los grandes capitales y marcados por lógicas clientelistas y caudillistas. Paralelamente, el país ha sido testigo de una notable efervescencia social, expresada en la revuelta social de 2021, en los procesos de resistencia indígena, afrodescendiente y campesina, en las luchas feministas y juveniles, así como en experiencias de autogobierno y economía popular que culminó en un hito histórico con la llegada a la presidencia de Gustavo Petro en el 2022.
Sin embargo, estas luchas, aunque poderosas, no han logrado traducirse en un proyecto político unificado con capacidad de disputar el poder de manera estructural. En este marco, emerge la propuesta del partido-movimiento como una estrategia de síntesis, capaz de articular la energía social acumulada con una vocación programática de transformación institucional.
¿Qué es un partido-movimiento?
El partido-movimiento es una forma organizativa híbrida, que combina las características clásicas de los partidos políticos (estructura, legalidad, representación electoral) con los principios de los movimientos sociales (movilización, territorialidad, identidad colectiva, horizontalidad).
No se trata de una alianza circunstancial entre activistas y dirigentes, sino de una nueva cultura política que rompe con la dicotomía entre “calle” e “institución”, entre “militancia” y “movimiento social”. Es, en esencia, una herramienta popular de poder, orientada a construir hegemonía desde abajo, disputar el Estado y democratizarlo desde sus márgenes.
Características estructurantes del partido-movimiento
El partido-movimiento no es simplemente un dispositivo electoral con rostro social, ni un movimiento social con aspiraciones institucionales. Es una forma política híbrida, dinámica y estratégica, que busca resolver una tensión histórica entre la acción colectiva desde abajo y la representación política desde arriba. Su diseño y funcionamiento deben permitir una relación dialéctica entre movilización social e intervención institucional, sin que una subsuma a la otra.
Una de sus características más fundamentales es su estructura organizativa mixta. A diferencia de los partidos tradicionales que funcionan como pirámides jerárquicas, el partido-movimiento se articula a través de espacios múltiples de deliberación, que combinan instancias formales con formas más flexibles, territoriales y horizontales. Esta polifonía organizativa le permite adaptarse a realidades diversas y mantener un vínculo vivo con los territorios.
Otra dimensión clave es su territorialidad orgánica. No puede operar como una maquinaria centralizada, sino que debe enraizarse profundamente en las comunidades: en barrios, veredas, sindicatos, escuelas, redes de cuidado, expresiones culturales. La presencia territorial no puede ser simbólica ni coyuntural, sino estructural y permanente, sostenida en relaciones de confianza y compromiso cotidiano.
En lo interno, el partido-movimiento debe estar regido por principios de democracia participativa y horizontalidad radical. Se requieren mecanismos de rotación de cargos, revocatorias, asambleas vinculantes y control desde las bases. Un partido-movimiento no puede ser una élite ilustrada, sino una escuela de democracia colectiva.
Debe ser también plural, articulando diversidades de clase, género, etnia y territorio. Esto implica construir una síntesis política común sin anular las identidades ni las memorias de lucha.
Finalmente, el partido-movimiento se define por su capacidad de articular la acción institucional y la movilización social. Disputa elecciones, sí, pero también camina junto a las luchas: legisla y resiste, propone y protesta, ocupa instituciones y calles. Todo esto bajo una ética transformadora que rompa con las prácticas patriarcales, burocráticas y clientelistas. Es, ante todo, una herramienta política del pueblo.
El corazón del proyecto: la articulación con los movimientos sociales y populares
La articulación con los movimientos sociales y populares es el núcleo vital del partido-movimiento. Lejos de ver a los movimientos como meras plataformas de apoyo electoral o como reservas logísticas, el partido-movimiento debe reconocer en ellos a sujetos políticos con legitimidad, historia y proyecto.
Los movimientos no deben ser absorbidos ni subordinados. Se trata de construir una relación simétrica, donde las organizaciones sociales tengan voz real en las estructuras internas, incidencia en la agenda política y mecanismos de representación directa. Esta articulación debe reflejarse en la manera en que se redacta el programa —de forma participativa, desde los territorios— y en la selección de vocerías, con escaños reservados para liderazgos sociales sin que deban renunciar a su identidad.
La formación política compartida es otro pilar: una pedagogía popular donde confluyan saberes territoriales, análisis crítico y experiencias de resistencia. Así se construye una epistemología política común, forjada desde abajo.
Además, la articulación debe expresarse en la acción concreta. El partido-movimiento debe estar presente en las luchas, no solo como observador solidario, sino como actor involucrado y protector. Las redes de defensa para liderazgos amenazados, el acompañamiento jurídico, logístico o comunicacional, deben ser parte de su trabajo cotidiano.
Aunque inevitablemente surgirán tensiones —por tiempos, formas, prioridades—, estas pueden gestionarse si existe una ética política de respeto, escucha y diálogo. Si lo logra, el partido-movimiento será mucho más que un instrumento electoral: será una herramienta histórica del pueblo en movimiento.
Tensiones inevitables, pero gestionables
La relación entre los movimientos sociales y un partido-movimiento no es armónica por naturaleza. Existen diferencias de ritmos, objetivos, lenguajes y culturas políticas que pueden generar fricciones. Por ejemplo, los partidos suelen actuar con base en los calendarios electorales, mientras los movimientos se enfocan en procesos de acumulación de largo plazo. Esta desincronización puede traducirse en frustraciones si no se gestiona adecuadamente.
Del mismo modo, los discursos técnicos y administrativos propios del ámbito institucional pueden chocar con los lenguajes populares, simbólicos y radicales de los movimientos. Pero esta diferencia puede convertirse en una fuente de riqueza, si se construye un terreno común de diálogo y traducción política.
El riesgo de burocratización y pérdida del vínculo orgánico con las bases está siempre latente. La profesionalización de la política, si no está equilibrada con mecanismos democráticos y participativos, puede alejar al partido-movimiento de su razón de ser. Por eso, es vital crear estructuras de control interno, transparencia y corresponsabilidad, junto con mecanismos ágiles para resolver conflictos sin verticalismo.
En definitiva, las tensiones no deben temerse, sino asumirse como parte del proceso político. En lugar de debilitar el proyecto, pueden fortalecerlo, si se convierten en oportunidades de aprendizaje colectivo.
Lecciones de experiencias internacionales
Casos como el del Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia, Podemos en España, La France Insoumise en Francia, el Frente Amplio en Uruguay y Chile, y Morena en México, ofrecen valiosas lecciones para Colombia.
El Frente Amplio de Uruguay es una de las experiencias más estables de articulación entre fuerzas progresistas y movimientos sociales. Surgido en 1971 como coalición diversa, logró gobernar por tres períodos consecutivos (2005–2020), con avances importantes en derechos sociales y políticas redistributivas. Su fortaleza fue combinar vocación de gobierno con vínculos orgánicos con sindicatos y actores sociales, aunque con el tiempo enfrentó retos de institucionalización y desconexión con nuevas generaciones. A pesar de ello, sigue siendo un referente en América Latina.
El MAS boliviano mostró que una articulación real con los movimientos sociales puede sostener una transformación estructural si se mantiene el vínculo con la base. Podemos demostró el potencial de irrupción electoral desde el descontento popular, pero también los riesgos de burocratización y pérdida de horizontalidad. La France Insoumise ha articulado una plataforma programática fuerte sin estructura partidaria clásica, aunque con tensiones por su concentración en un liderazgo personalista.
Morena, en México, representa una experiencia ambigua pero crucial. Nacido como movimiento popular contra la élite política, articuló sectores sociales diversos en torno a una narrativa transformadora. Su llegada al poder con López Obrador fue histórica, pero la posterior institucionalización debilitó su relación con los movimientos y mostró las dificultades de sostener una estructura democrática en el poder. Aun así, Morena demostró que una plataforma popular puede disputar y conquistar el poder, siempre que se mantenga conectada con el pueblo y su programa transformador.
Estas experiencias enseñan que el diseño organizativo importa, pero también la ética, la estrategia y la coherencia con las luchas desde las cuales se origina un partido-movimiento.
En Colombia: urgencia histórica y oportunidad estratégica
Colombia está en un punto de inflexión. La crisis del sistema político tradicional ha creado un vacío de representación que no puede seguir siendo ocupado por el clientelismo o la ultraderecha. Al mismo tiempo, el país cuenta con un entramado riquísimo de movimientos sociales con legitimidad, capacidad de propuesta y vocación de poder. Lo que falta no es fuerza social, sino una herramienta política común.
El partido-movimiento, en este contexto, no puede ser simplemente una nueva sigla ni una coalición electoral. Debe ser el resultado de un proceso territorial, participativo y profundamente democrático. Debe construirse desde los territorios, en diálogo constante con los procesos organizativos, y con una estructura que evite la repetición de los vicios del pasado: personalismo, verticalismo, burocracia.
La oportunidad está ahí: unir lo disperso, traducir lo popular en poder, transformar la política para que sea del pueblo y para el pueblo. La historia no garantiza nada, pero ofrece momentos propicios. Este puede ser uno.
Conclusión: construir sin repetir, transformar sin traicionar
El partido-movimiento no es una moda ni una marca. Es una apuesta profunda por una nueva forma de entender y ejercer el poder. No busca administrar lo existente, sino construir lo que aún no existe: una democracia popular, radical, territorial y feminista; una política al servicio de la vida y no del privilegio.
Convertir la indignación en organización, la memoria en estrategia, la esperanza en programa: esa es la tarea. Para que los pueblos no solo hablen, sino decidan. No solo resistan, sino gobiernen. No solo sueñen, sino construyan.
Porque en los márgenes de lo posible ya se respira otra política. Una que no se decreta ni se impone, sino que se teje, se cultiva y se habita. Esa política, si queremos nombrarla, se llama partido-movimiento.
Jaime Gómez Alcaraz, Analista de política internacional
Foto tomada de: El Heraldo
¡Muy interesante!
“Sostenida en relaciones de confianza”. Veo muy difícil apartar esta noción de la espontánea unión con amig@s de vieja data y familiares, que son l@s compañer@s de años en los movimientos sociales. Lo único que se me ocurre es que se implemente un conjunto de micro mecanismos informativos, pedagógicos y electorales, para que los liderazgos de cada comunidad vayan surgiendo dentro del partido-movimiento, y se vaya así tejiendo entre regiones una red de información de necesidades, acciones y soluciones. De otro modo no hay manera de salir de “los mismos con las mismas”.