El afán de capturar el gobierno es para anular el Estado de Derecho, e institucionalizar las vías de hecho contraponiendo la guerra, de la que esperan salir vencedores e instaurar un régimen de hecho que les otorgue impunidad, vuelva virtudes sus defectos, legalice sus robos, saque de la cárcel a sus compinches, y meta en ella a sus opositores. Por eso se aferran a los fueros militares, por eso infiltran las altas cortes, por eso persiguen magistrados y tribunales, por eso quieren acabar la Jurisdicción Especial de Paz, JEP.
Pero la guerra que tanto claman es una partida de cobardía, va dirigida contra civiles, contra los desarmados. De hecho una de las artimañas de este régimen, expresado por su propio presidente, es minimizar las masacres de civiles llamándolas “Homicidios colectivos”, mientras reserva el nombre de masacres para los actos de guerra donde caen soldados, armados y entrenados, cuando el concepto de masacre implica la condición de indefensión de sus víctimas. Incluso presentan como actos de valor las masacres ordenadas desde el gobierno el nueve de septiembre de 2020, o la de reclusos que pedían protección ante la pandemia en la cárcel Modelo, 21 de marzo 2020, que dejó 24 presos asesinados y 107 heridos.
Tales actos cobardes le son útiles para hacer de Colombia una sociedad paranoizada, donde el ciudadano ha de vivir permanentemente atemorizado, porque, a semejanza de las tácticas mafiosas se crean los dispositivos de inseguridad, para posteriormente ofrecer seguridad al ciudadano inerme, desde esos dispositivos. El mismo que amenaza es el que protege, a veces desde la institucionalidad de las Fuerzas Armadas, otras desde la parainstitucionalidad. ¡Otra coincidencia con las grandes mafias: generar inseguridad para vender seguridad!
También la cooptación del poder judicial sirve a este fin, ya que ningún ciudadano podrá encontrar amparo en el sistema de justicia, sino que temerá persecución de este, el montaje de procesos criminales. Hay ausencia total de sensibilidad por el otro, el sufrimiento ajeno sólo les merece desprecio, y la cruzada inicial es a destruir toda forma de solidaridad en la sociedad, toda forma de asociación. Se promueve al individuo, no al ciudadano, sobre el interés colectivo, pero para aislarlo, debilitarlo y someterlo. Por eso las únicas agrupaciones promovidas por este régimen son las militares, y las paramilitares. El mismo libreto nazi de hace un siglo.
En los albores del siglo XXI el fascismo incorpora dos nuevos elementos: el desprecio depredador por el medio ambiente, y el dejar a la ciudadanía inerme ante la pandemia, dejando morir a los más vulnerables.
La alianza Duque – Bolsonaro destruye El Amazonas y, de paso, a los pueblos originarios que ellos tanto detestan. Junto con Donald Trump entonan el coro de la negación del cambio climático, aunque por dinero digan lo contrario. El régimen colombiano pretende devastar los páramos, fábricas de agua, para vender la huevera de los huevos de oro; ha matado ríos, como el Cauca, con su flora, con su fauna, y con sus habitantes rivereños; el exterminio de defensores del medio ambiente es un genocidio que no se detiene… Ahora pretenden no ratificar el acuerdo de Escazú, que compromete al gobierno a detener la depredación del medio ambiente, y a proteger a los líderes ambientales. El partido de gobierno busca la no ratificación: ellos, como casta superior, se arrogan el derecho de saquear cualquier riqueza, a cualquier costo, y matar a cualquier dirigente ambiental que se atraviese.
Otro patrón que identifica a los regímenes fascistas es su falta de acción frente a la pandemia. Para ellos es una oportunidad de deshacerse de pobres, jubilados, y enfermos al por mayor, y así generar utilidades a los negociantes de la salud y de las pensiones. Si en Colombia hubo algunas medidas de prevención, y de tratamiento fue por obra de los alcaldes y gobernadores, que el gobierno nacional pretendía dejar morir a los más. Ahora, con el horizonte de la vacuna al Covid-19, se evidencia la misma intención: mientras los gobiernos del mundo contratan las dosis necesarias para atender a su población, todo el subcontinente lo hizo, hasta Bolsonaro, el gobierno colombiano anuncia babosamente millones de dosis, pero miente porque no ha hecho un contrato que lo respalde. También rechazó los ofrecimientos de la Federación Rusa, por lo cual no habrá vacunas en Colombia en menos de un año.
En el colmo de la criminalidad contra la humanidad, el gobierno de Duque se abstuvo de votar en la sesión de la Organización Mundial de Comercio, donde se propuso levantar la propiedad de la vacuna, para que se pudiera producir en cada país, como se ha hecho con las de la poliomielitis, la tuberculosis, la viruela, y otras. Con esa negativa, de seguro bien paga, el fascismo colombiano protegió las utilidades de la multinacional Pfizer, y condenó a muerte a millones de seres humanos, colombianos incluidos.
Por eso se equivocan quienes piensan que es asunto de un país. Nunca lo ha sido: la cabeza de playa que el fascismo hace en América avanza contra todos los pueblos del mundo. El exterminio de defensores de Derechos Humanos es un menoscabo a los mayores logros de la humanidad; acabar ríos, páramos, y la amazonia es un crimen contra todas las especies de la tierra, la humana incluida; dejar morir de enfermedad a los sectores vulnerables de la población debe ser tipificado delito de lesa humanidad… la matanza de colombianos, y la destrucción de la democracia, es un problema del mundo. Los nazis criollos no han llegado a más porque están en países pobres, a los que empobrecen más, andan buscando un aliado poderoso para hacer mayor daño. Hace un siglo desoír los llamados a detener el fascismo costó más de 60 millones de muertos, crímenes que los ciudadanos decentes del mundo debemos evitar.
José Darío Castrillón Orozco
Foto tomada de: Pulzo
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