Porque la trinca de partidos políticos opositores de la derecha colombiana tiene miedo de perder las elecciones del año que viene, se jugó todos sus restos para convertir la solemne instalación de las sesiones del Congreso en una actuación patibularia para ahorcar al Pacto Histórico y sus opciones de continuar, con otro nombre en la papeleta, las reformas que los de abajo esperan.
¡Ay!, ya vienen, Álvaro, ya vienen los jueces,
el ángel azul del ángelus te dio la espalda
y te espera una sentencia de política muerte
que acallará tu lengua amasada con mentira y paja.
Álvaro Uribe Vélez, “il capo di tutti i capi” y sus secuaces de todos los colores de la derecha pedían ver la sangre de Petro sobre la arena, creyendo que lo atraparían esa tarde de domingo que con una barita de mimbre fue a Sevilla a ver los toros.
Les escuecen las pelotas a unos (no a las otras); que un “zurdo de mierda” se haya hecho con la caja de la mesa, y que después de que por tres años de juego brutal la gavilla derechosa lo tuvo al borde de la quiebra negándole los proyectos sociales que le dieron la presidencia, con los dos golpes de mano del “decretazo” y la amenaza de convocar una Consulta Popular, consiguiera restablecer los derechos laborales mutilados por Uribe Vélez en su gobierno de los 6402 inocentes asesinados por el ejército, con el voto complaciente y subordinado de la mayor parte de los jugadores a la diestra del que las cartas reparte.
Dos derrotas muy dolorosas y sangrantes, porque desde la gradería los reconocieron por sus verdaderos nombres: enemigos de la solidaridad social, lacayos de sus patrones, demócratas de carreta y pacotilla.
Los derrotados parlamentarios incrédulos de su derrota, necesitados de un desquite a muerte ese día, urdieron con minucia su plan.
El primero en salir al ruedo fue Efraín Cepeda, capitán de la banda de complotados, magnífico ejemplar de la impudicia y la hipocresía, que leyó un discurso asombroso para sus luces propias, mientras la caja de dientes tropezaba las palabras bailando en sus encías. (No, no extrajo el discurso del Rincón del Vago que acaparó la Cabal, sino en la IA de Obdulio Gaviria).
“El Fincho” Cepeda mostró pavor a las elecciones del próximo marzo. La derecha teme verse obligada a seguir en la oposición; un lugar al que jamás imaginó ser relegada después de controlar las tres ramas del poder público por más de dos centurias, porque es igual a cruzar un desierto de cuatro años a pie y sin cantimplora.
Y necesitan volver al gobierno, pues ya controlan las Cortes y el Congreso.
¡Que vienen, que ya vienen las elecciones!
Y para desgracia de todos, ¡ay!, yo al borde de la cana,
traed a la guardia civil a librarme de esos cargos infames
que los gitanos nos dejan sin el pan y sin la lana.
El triunfo del Pacto Histórico que instaló a Gustavo Petro en el ejecutivo con minoría parlamentaria propia, creó una situación política nunca vista: los partidos políticos que jamás fueron gobierno comenzaban a ejercerlo con la oposición cerril de los que por primera vez fueron a sentarse en el gallinero opositor, superados por esa gente de toda ralea.
Para Cepeda, el gobierno actual daña la democracia y pone en riesgo el futuro de la nación, algo que jamás sucedió mientras gobernaron a sus anchas y convirtieron a la salud de los colombianos en un fabuloso negocio consagrado por el neoliberalismo que se tomó la Constituyente de 1991.
No es la democracia la que ha estado en juego, respondió el presidente, son sus prerrogativas abusivas las que corren riesgo. Y para sorpresa de los complotados expuso las cifras con las que en tres años comienzan a verse las mejoras en la salud y la educación de los pobres. La paz total se ha malogrado, lo admitió, pero eso es otra cosa, porque no depende de un acuerdo entre los tres poderes del Estado, sino de la disposición de paz de los violentos armados; un proceso que ha llegado en el pasado a cuenta gotas, como se sabe.
La noche del 20 de julio pagó la boleta ver la cara de los miembros del CD, de CR, los godos aborregados de Pastrana, los liberales de Gaviria, y la de los arrimados de otros grupos y partidos que participaron en la encerrona presidencial repartiéndose las actuaciones.
Porque luego tomó las banderillas Paloma Valencia, la gritona en falso por lo nada que dice. Sin embargo, es ella quien, declarándose siempre la favorita del inicuo sultán del Centro Democrático (mientras la Cabal la miraba rencorosa), repitió las mismas mendacidades contra el gobierno progresista y habló como si fuese ya candidata de ese partido en las elecciones que temen. Y consciente de la audiencia nacional del acto, repitió con descaro la acusación de que Miguel Uribe Turbay fue atacado porque Petro lo señaló como su contradictor días antes.
Esa mujer, siempre al límite del desafuero, calumnia, porque el senador Uribe Turbay fue víctima de un plan largamente preparado por un grupo armado al margen de la ley siguiendo sus propias decisiones, según lo ha documentado la fiscalía. Es la impunidad penal que otorga el fuero parlamentario y que debemos tolerar por ser una condición esencial a la democracia cuando se ejerce dentro de las sesiones y funciones propias del congreso. Es un feo pelo en el ombligo de una doncella.
La representante Marlen Castillo, que se ganó el escaño en la rifa democrática al acompañar a Rodolfo en la derrota, es un buen ejemplo del error de la constituyente de 1991 al crear la vicepresidencia, derogando la invención colombiana del Designado llamado a suplir al presidente que jamás creó complicaciones políticas, como sí lo ha hecho la vicepresidencia desde H. De la Calle y Samper.
Y la representante Lina Garrido que se declaró defraudada como votante de Petro – vaya usted a saber señor mío las cosas que se dicen por despecho –, quiso desacreditar las promesas del presidente acusándolo de fingirse ante los electores como defensor de sus derechos. La joven de Cambio Radical con sombrero “pepa´e guama” que debe su lugar en esta vida a un docente condenado por corrupción, y su puesto en el Congreso a un hombre impresentable en público, nada dijo sobre las cifras y los resultados del gobierno que la apabullaron.
Como se vio al resto en los escaños de la derecha en el salón elíptico y en los sillones de sus casas debieron estar sus financiadores, porque el 20 de julio Petro abrió las aguas en dos: de un lado los que quieren que un gobierno como el suyo lo reemplace para continuar los cambios, y los que se oponen con frenesí.
En esa realidad política no hay lugar para los disfrazados de centro. Ya se ve a Fajardo envalentonado – por fin – tirando piedras al árbol del Petrismo; a De la Calle dialogando con Uribe sobre “el futuro del país”, y cosas que hacen pensar que corren a buscar una banca en la misa. Hasta la buena Claudia López recordó los crímenes políticos de Uribe cuando gobernó. Tal vez dos para allá, una para acá… y así seguirá hasta marzo venidero. Se mueven, porque no hay sitio para los indecisos.
La confrontación actual no es entre dos “narrativas” como dice con malicia la gran prensa y repite tontamente la alternativa – pues no relatan dos realidades distintas –, sino el choque entre dos formas opuestas de hacer la política, y dos sistemas mentales de entender la sociedad y los cambios que necesita.
Un póker sangriento se jugó el pasado 20 de julio en el congreso, a ocho meses de conocerse quién ganará la partida.
Por fortuna no rige la propuesta de Miguel Uribe Turbay para que “la gente de bien porte armas”, porque hubiésemos acabado como la plenaria del congreso del 8 de septiembre de 1949, cuando los godos dispararon contra los liberales y éstos respondieron, resultando muerto allí mismo el representante Gustavo Jiménez, y posteriormente Jorge Soto del Corral por causa de las heridas. Ambos liberales, que los godos eran buenos para dar en el blanco.
Sí, señoras y señores, violencia ventiada por cuenta de ustedes es la que conoció el pasado. Y en lo mismo siguen para no perder el hábito ni las prendas, mientras acusan a otros de ser violentos con la palabra.
Álvaro Hernández V
Foto tomada de: Red + Noticias
Deja un comentario