La votación y el NO al Acuerdo
Contra todo pronóstico, la campaña uribista por el NO consiguió arrastrar a las urnas a seis millones cuatrocientos treinta y un mil trescientos setenta y seis (6.431.376) votantes, el 50.21%, suma que le fue suficiente para superar por unos cincuenta y tres mil sufragios (53.000) a los seis millones trescientos setenta y siete mil cuatrocientos ochenta y dos (6.377.482) de los que apoyaban resueltamente la paz, un 49.78% del total.
El caudal de votantes por el NO rompió los cálculos previos que muchos observadores pudieron trazar sobre los límites de esta movilización negativa; sobre todo, por tratarse de una actitud que, multiplicada, entrañaba el riesgo de echar por tierra, no ya la mera expectativa de un arreglo, sino un acuerdo, finiquitado, cuidadosamente elaborado, sellado por las partes y bien armado; además, respaldado por los más influyentes actores internacionales.
No por nada el expresidente uruguayo José Mujica había lanzado, al desgaire, como si se tratara de una hipótesis inverosímil, la consideración de que un rechazo mayoritario levantaría toda suerte de sospechas sobre la insania mental de una nación, a la que le gustaría sentirse prisionera de la guerra; un pueblo de comportamientos extraviados en el laberinto de unas violencias que, a fuerza de repetirse, le borraron de la conciencia la línea que separaba lo correcto de lo insensato.
John Kerry, el secretario de Estado, un político curtido en mil batallas, conocedor de los cambios de humor en el electorado, soltó en una reunión la tesis optimista de que una vez firmado el tratado, convertido ya en una realidad, éste recibiría el respaldo popular.
Yo mismo pensé que el expresidente Uribe removería, para su oposición visceral, sólo la mitad de su potencial electoral, unos tres millones y medio de electores, los más antisantistas; los que hacen parte de la franja más “leal”; al tiempo que los otros tres millones y medio se inhibirían. No dejé de advertir, sin embargo, sobre los riesgos de que esa limitación se quebrara, si había una conexión psicológica entre el recuerdo de los crímenes de guerra, cometidos por la insurgencia, y el discurso reiterativo, de las élites más refractarias al cambio, contra el “narcoterrorismo”.
Pues ese etéreo techo de tres millones y medio fue superado con facilidad y casi duplicado por la marejada del NO. La cual se encaramó hasta casi colmar las potencialidades del uribismo, esas mismas que son llenadas por sus energías de fuerza populista de derecha, cuando se trata de competir nada más y nada menos que por la presidencia de la República.
Las tendencias en la participación electoral
Si el candidato del uribismo consiguió en 2014 casi siete millones, ahora en la oposición al acuerdo de paz, esa misma corriente alcanzó los ya mencionados seis millones cuatrocientos cuarenta mil sufragios, apenas unos cuatrocientos mil menos; pero en todo caso una cifra muy cercana al universo total del uribismo puro y de los conservadores que le son proclives. Claro: con la condición de que sus votantes moderados que pudieron desertar, fueron reemplazados por las bases más reaccionarias de los grupos cristianos, militantes de la cruzada promovida artificiosamente contra ese fantasma llamado “ideología de género”.
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