Esta situación significó una crisis en la dirección que reposaba de manera centralizada en el liderazgo de las centrales sindicales. La crisis de dirección se precipitó fundamentalmente por dos errores del movimiento sindical en la conducción política del paro. El primero es que no comprendieron que, si bien ellos tuvieron la iniciativa en la convocatoria de la movilización ciudadana del 21 de noviembre, lo desatado allí fue un movimiento ciudadano que va más allá de ellos; que implicó a otras formas organizativas que operan de manera muy distinta al sindicalismo. El deber de la dirigencia sindical, entonces, era trascender sobre sus propias estructuras para garantizar la unidad del movimiento.
En vez de esto, intentaron imponer al resto del movimiento organizado sus formas organizativas, supeditando la participación a un conjunto de reuniones a las que no es posible asistir todo el tiempo (dado que el resto de organizaciones no gozan de las posibilidades que otorga el fuero sindical). En los distintos sectores generaron intermediarios que no construyeron legitimidad y con incapacidad de comprender el trabajo en red y descentralizado, que demandan los nuevos movimientos sociales, situación que no fue sostenible y derivó en la crisis de dirección, que se expresó en la división.
El segundo error tiene que ver con que el movimiento sindical, que ha sido particularmente democrático con procesos de elección popular en sus direcciones nacionales, fue tomado por una tendencia aparatista que no supieron contener y dio al traste con la unidad del movimiento. El aparatismo tiene que ver con la instrumentalización por parte de un sector político del movimiento, para orientarlo en una sola perspectiva sectaria. Esto se vio claramente reflejado en el manejo equivocado para validar la representatividad y la participación delegataria en el encuentro de organizaciones.
Esto se hizo limitando la participación de los delegados de las organizaciones, con criterios poco claros, privilegiando el ingreso a partir del grado de cercanía de la organización con un sector político o social en particular, generando un mecanismo cerrado de entrega de credenciales que terminó por limitar la participación de manera arbitraria, situación que generó la crisis que derivó en la ruptura que dio pie a los dos encuentros. Se hubiera podido apelar a medidas creativas de habilitar observadores, pero la obstrucción de la participación no era admisible. Este escenario terminó por abrir espacio a manifestaciones violentas y vandálicas que, aprovechando el malestar por la ausencia de diversidad en los participantes y ante el cierre arbitrario en el evento, cosecharon esta circunstancia con expresiones de violencia que se deben rechazar desde todo punto de vista y que no son justificables. Ese momento requería reconocer los errores en la limitación de la participación delegataria y generar apertura para restituir la dirección del movimiento; no obstante, esto no se dio y el resultado fue la generación de dos encuentros y dos comités de paro.
A partir de esto, surge el espacio de CAFAM, un escenario conformado en su mayoría por las centrales sindicales y otras organizaciones sociales de tipo agrario y estudiantil. Y el espacio de la Universidad Nacional, en donde existe una parte organizada del movimiento sindical, indígena, campesino y estudiantil. Ambas escenarios tienen organizaciones fuertes con estructuras de representación nacional. Se equivocan quienes han pretendido mostrar a uno de los escenarios como integración de lo organizado, y el otro como un escenario desorganizado y vandálico. En ambos existen organizaciones bastantes fuertes y con reconocida trayectoria dentro del movimiento social.
Lo sucedido en el encuentro es bastante desafortunado, pero también puede permitir llevar a cabo una crítica y autocrítica constructiva, que permita una acción unitaria del movimiento. En los dos espacios, en ningún momento se ha puesto en duda la contradicción del mundo social y ciudadano con la orientación neoliberal y excluyente del conjunto de políticas públicas del gobierno de Iván Duque.
En ese sentido, es menester establecer los riesgos que tienen cada uno de los espacios, que deben ser superadas para que ambos escenarios puedan converger en una unidad de acción. El espacio de Cafam tiene el riesgo descrito: el no control del aparatismo como práctica que desconoce otras formas organizativas y que deriva en exclusión y se torna instrumental. Las fuerzas sociales y políticas democráticas que se encuentran allí, que a mi juicio son mayoritarias, deben hacer el esfuerzo por limitar mediante un acuerdo político estas prácticas y tendencias para que se logre mayor amplitud.
El escenario de la Universidad Nacional tiene la amenaza del anarquismo, que podría terminar por obstruir unos mínimos organizativos para construir una unidad política y de acción, dado que existen allí tendencias cuyo interés es el choque con el régimen a toda costa, en menoscabo del planteamiento de una negociación en el marco del pliego de peticiones. Las fuerzas democráticas de este escenario, que son mayoritarias, deben limitar este tipo de prácticas y ser absolutamente claras con la condena de cualquier tipo de violencia en el marco de las movilizaciones. Este espacio debe cuidarse de reproducir las prácticas aparatistas que critica del otro escenario, pero sin irse al extremismo de un democraterismo paralizante, en donde cualquier detalle operativo tiene que ser consultado con asambleas para que sea legítimo.
A mi juicio, si se logran superar estos riesgos en ambos escenarios, las fuerzas democráticas de cada uno de estos espacios podrían converger en un escenario unitario en donde se acuerde una unidad de acción. No creo conveniente que se intente construir un nuevo aparato, en donde cada fuerza luche por subordinar a la otra a su forma organizativa, pues esto fue exactamente lo que fracasó en el encuentro. No es necesario someter al movimiento al desgaste de lo que ha demostrado ser fallido.
Una alternativa es que cada fuerza mantenga sus formas organizativas y se logre la convergencia alrededor de una unidad de acción para la movilización. Es absolutamente necesario que se mantenga esta conciencia y se enfilen todos los esfuerzos para lograr esta unidad de acción. El país y el movimiento ciudadano que se ha movilizado en las calles reclama grandeza: unos mínimos unitarios de las fuerzas políticas y sociales organizadas. Para saldar estas diferencias, debería programarse un nuevo encuentro, que no tenga un carácter delegatario sino de masas, con metodologías muy específicas que han sido utilizadas en el mundo para que puedan participar no solo el movimiento organizado, sino también el ciudadano del común. Esto podría ser un mensaje de apertura de las fuerzas políticas y sociales organizadas hacia la ciudadanía colombiana, este podría ser un acuerdo de unidad de acción para saldar las diferencias.
El llamado es a tener grandeza en un momento en que el Gobierno de Duque anuncia una batería de reformas contra el pueblo colombiano.
Carolina Corcho Mejía, Médica Psiquiatra, Integrante Corporación Latinoamericana Sur.
Foto tomada de: Vibra
Cuando cada bando quiere pasar por enzima del otro, y creer que es mas fuerte que el otro es muy dificil llegar aunos acuerdos.