Menos mal existe la segunda vuelta, la misma que obliga en el trayecto final a que la carrera se concentre en dos opciones, hecho que provoca una agregación de los votos en el eventual ganador, un fenómeno inducido que está más en consonancia con la ley de hierro de la mayoría absoluta, provechosa para el equilibrio estable de las decisiones democráticas.
Y menos mal, así mismo, que los apuros mesiánicos de cada campo ideológico obran como los motores que dinamizan los acercamientos internos y finalmente los acuerdos; esto en todas las tendencias; en la derecha, el centro y la izquierda, para seleccionar, con sus intrigas intestinas, sus concursos de feria o sus convocatorias populares, a los candidatos verdaderos, a los más audaces o acomodaticios; en todo caso, a los más representativos; capaces de medírsele a la primera vuelta, después de que quede atrás el maremagnum de las precandidaturas en cantidades alarmantes y coloraciones inverosímiles.
La hora de las candidaturas oficiales
El primero en madrugar ha sido el Pacto Histórico, la vanguardia del petrismo, esa alianza de grupos en donde se mueve lo más granado de esta tendencia; y cuyas definiciones por cierto podrían resultar decisivas para el destino de la izquierda, enfrentada al reto de ganar nuevamente una elección, pero ahora, sin Petro como candidato, una apuesta ganable; eso sí con los votos suficientes, más de 12 millones; y no únicamente con buenas intenciones y palabras al viento.
Luego de que Petro diera la orden con aire profético de que fuera el pueblo el que tuviera la última palabra, tres aspirantes terminaron por someterse al veredicto de las urnas en la Consulta del 26 de octubre: Daniel Quintero exalcalde de Medellín, Carolina Corcho exministra de salud e Iván Cepeda senador en funciones.
El primero es un político de empuje, todavía emergente, camaleónico e indoctrinario, sin una línea consistente de militancia alternativa, pero en posesión de una audacia mediática sorprendente, condiciones que le permitirán recoger su votación entre los electores más periféricos del Pacto Histórico, los menos militantes de este movimiento, el mismo proyecto político que cobija tanto a la Colombia Humana del petrismo nuclear, como a segmentos de la tradición izquierdista y sindical, afines al Polo Democrático.
La joven exministra, en cambio, tendrá un arrastre mayor en las bases de este petrismo, sin excluir a una franja de curtidos militantes de izquierda, atraídos por su combatividad y por la vehemencia articulada de sus intervenciones, al igual que por su eficacia en algunas redes sociales.
Iván Cepeda a su turno podrá movilizar el voto de una buena parte del Pacto Histórico y así mismo el de una izquierda clásica, más el de algunos sectores independientes. Su reconocimiento y la visibilidad de la que ha gozado por haber hecho su carrera pública sobre líneas como los derechos humanos, la defensa de las víctimas y la búsqueda de la paz, quizá le permitan conseguir un respaldo más amplio y heterogéneo, a lo cual se sumará cierta adhesión ciudadana por haber llevado a juicio al expresidente Uribe Vélez, epítome de lo que detesta la izquierda y el progresismo liberal.
¿Simple preámbulo sin soluciones definitivas?
Con todo, la Consulta del 26 no resuelve enteramente la candidatura de la izquierda. Queda pendiente otro escalón, una etapa adicional, para decantar el asunto de las escogencias.
En marzo del 2026, al encarar las elecciones legislativas, la izquierda deberá encontrar un mecanismo para escoger la candidatura final, la del Frente Amplio, una especie de coalición, a la que se incorporen los potenciales aliados, los independientes o los venidos de otros horizontes ideológicos, como Juan Fernando Cristo del liberalismo o como Roy Barreras, antes del Partido de la U, personajes que de cualquier forma también han hecho parte del gobierno de Gustavo Petro.
La idea es la de ampliar el espectro de posibilidades para acercarse al registro cuantitativo de la votación de Gustavo Petro; y repetir así un caudal de orden competitivo, con cotas más elevadas que las del solo Pacto Histórico.
Este último ha demostrado tener un capital de 2 millones 900 mil votos; muy importante, pero de verdad mucho menor que el acumulado por el propio Petro que, como candidato, consiguió 8 millones largos en la primera vuelta del 2022, una cifra a la que el candidato escogido en un Frente Amplio tendría que acercarse; y no con menos de 6 millones, si quiere entrar en la pelea para pasar a la segunda y definitiva vuelta.
El problema reside en el hecho de que por fuera del Pacto Histórico es difícil encontrar figuras que, recogiendo la votación de este partido, se sintonicen al mismo tiempo con las franjas ciudadanas, amigas del cambio; esto es, con el voto de opinión, progresista y moderno, el que por otra parte, ha acampado en las toldas tradicionales y clientelistas del viejo bipartidismo, solo que ya, desprendido de esas lealtades primarias.
Dificultades para conjurar, dilemas para resolver
Si la participación el 26 de octubre es alta y si es sólida la presencia electoral del ganador o ganadora, su candidatura será indestronable. No importa, si por alguna razón, el jefe “natural” del partido le encuentra dificultades para enfrentar una batalla de marca mayor contra el candidato de la derecha.
A los ojos de Petro, como jefe y como estratega, como el “dueño” de una muy alta votación, cualquiera de los tres competidores en la Consulta Popular puede ofrecer vulnerabilidades frente a los ataques de una oposición con deseos de revancha. Ahora bien, la realidad es que por fuera del Pacto Histórico no asoma el as de poker con posibilidades de triunfo.
De acuerdo con las encuestas de hace unos pocos meses, Petro conserva los poco más de 8 millones que obtuvo en la primera vuelta; es decir, más o menos el 32% del respaldo ciudadano, lo que traducido al universo electoral, da una cifra cercana a esa votación preliminar de hace tres años y medio.
El reto estriba en si en la coyuntura por venir operará el endoso de ese apoyo en favor de un nuevo candidato de la izquierda; y si dicha operación obtiene una proporción suficiente, para que el beneficiario del endoso tenga éxito en la primera vuelta, la de mayo del año entrante.
Todavía se levanta una incógnita sobre la potencialidad de esa transferencia de votos en cabeza de otro candidato y sobre todo alrededor de la proporción en que pueda darse; lo cual depende de la intensidad de las lealtades creadas.
Seguramente, la candidatura que emerja de la Consulta comenzará muy pronto a servir de catalizador de esa transferencia de simpatías y adhesiones, traducibles en intención de voto. Es algo que podrá medirse entre noviembre y febrero, en el sentido de si posee la capacidad de condensar y atrapar las inclinaciones del electorado identificado con la figura del presidente actual.
Incidencias en el sistema político
Por lo pronto, dicha transferencia de votos y simpatías, lo mismo que la votación que se recaude en las elecciones para Congreso, serán elementos del barómetro que medirán las posibilidades de estabilidad y durabilidad de un bloque electoral de izquierda.
Horizontes políticos
Un bloque de esa naturaleza sería beneficioso para la suerte del orden político; sería además necesario específicamente para la democracia, al contrario de lo que sucedería con lo que proponen algunos, cuando hablan sin que les tiemble la voz, de extirpar esa misma fuerza de izquierda, una idea horrorosa.
Se requiere de la perdurabilidad de ese bloque, del mismo modo como se necesita algún nucleamiento del centro y de la derecha, para una mayor claridad en las identidades, en la participación ciudadana, en la alternabilidad; y por qué no en la misma gobernabilidad, fundada en unos mínimos consensos.
El sistema de partidos atraviesa por un estado de enorme fragmentación, extravío de un razonable multipartidismo.
Ochenta candidatos presidenciales y más de treinta partidos para 25 millones de votantes; todo ese caos es lo más parecido a un modelo de atomización interpartidista, según la categorización de Giovanni Sartori.
La consolidación de un bloque de las izquierdas, con cierta coherencia ideológica y con un enraizamiento popular, al calor de las actuales experiencias históricas, sería un factor poderoso para los equilibrios de una democracia, urgida de amplitud, pero a la vez de solidez.
La transmigración, como herencia, de los votos del petrismo hacia nuevas figuras, en la perspectiva de un proyecto siempre transformador, es ya una posibilidad de progreso y de institucionalización partidista. En esas condiciones, por cierto, el fenómeno Petro empezaría a dejar de ser algo excepcional en la historia de la izquierda, como lo ha sido hasta ahora.
Ricardo García Duarte
Foto tomada de: Carolina Corcho en X
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