- Introducción 1
- El intuicionismo analítico 2
- El tímido acercamiento a la teoría económica 7
- Los alcances de la historiografía 10
- El optimismo moderado frente a la paz 12
- El desarrollo económico y el papel del sector agropecuario 15
- Conclusiones 22
- Referencias bibliográficas 22
1. Introducción
El texto comienza tratando de caracterizar el pensamiento de Bejarano. Su método podría llamarse intuicionismo analítico, ya que conjuga con maestría la percepción, el sentido común, y el análisis lógico. En la sección siguiente se analiza la posición de Bejarano frente a la teoría económica. Su acercamiento fue tímido, y no le cabría el calificativo de teórico. Posteriormente se presentan sus análisis sobre la historiografía, que fue uno de los temas que lo apasionaron. Es crítico del determinismo histórico y de la llamada “historia de las mentalidades”. En la sección siguiente se describe su visión sobre la paz. Conjugó la lectura de autores, el conocimiento de experiencias como la centroamericana y su tarea como consejero presidencial. Tenía un optimismo moderado. Finalmente, se presentan algunas de sus visiones sobre el desarrollo económico y el papel del sector agropecuario. Muestra que la agricultura es una pieza central del desarrollo económico, y que no se le debe atribuir un papel secundario, al servicio de la industria. Creyó en la reforma agraria, y trató de pensar el sector agropecuario desde una mirada global, en la que se tuvieran presente las dimensiones macro de la política económica.
La lectura de la obra de Bejarano ha sido posible gracias a la excelente Antología de 7 tomos, que es el resultado de los esfuerzos conjuntos de las universidades Nacional y Externado.
2. El intuicionismo analítico
Bejarano no se puede calificar en ninguna escuela. Su método lo he llamado intuicionismo analítico por su capacidad admirable para percibir con el sentimiento y ordenar con la lógica. Hay personas con una excelente percepción pero que no son capaces de ordenar y sistematizar. Otras tienen un buen razonamiento lógico pero no logran conjugar sus modelos con los procesos del mundo real. Les falta percepción y sentido común. Este es un mal frecuente de los economistas que se apegan a los modelos sin la más mínima percepción de la realidad. Sin intuición los modelos dejan de ser instrumentos útiles de la política pública. Marshall (1898, p. 52) decía que la comprensión de la realidad económica requería del sentido común que para él es “el resultado de la experiencia de la vida, de nosotros mismos y de nuestros antepasados”. El enfoque intuicionista de Bejarano supera cualquier pretensión positivista.
Bejarano avanza en tres pasos: percibe, contextualiza y ordena. La intuición le permite captar las dimensiones de la realidad que considera pertinentes para entender el problema específico. Contextualiza recurriendo a la historia y a una visión amplia del mundo. Y su ordenamiento lógico, que siempre invita a la polémica, busca explicar y proponer.
De la extensa obra de Bejarano destaco los siguientes aspectos. El primero es la diversidad de las temáticas. El segundo es el afán de entender las características específicas de los países y las regiones. El tercero es su rechazo a la lógica determinista, y su negativa a proponer leyes de carácter universal. Y el cuarto es una amplia revisión de la literatura, sin la pretensión de matricularse en una escuela.
Entre sus ensayos se destacan los relacionados con la teoría económica, el Estado, la historia, la paz y el desarrollo, especialmente el agropecuario. Gracias a su capacidad analítica, Bejarano tuvo una mirada de conjunto que alimentó su reflexión académica y contribuyó a sus tareas como negociador. Conociendo experiencias internacionales sobre la paz, especialmente en Centro América, no cayó en la tentación de asociar de manera simplista los procesos de allí con los de Colombia. Siempre destacó la particularidad de cada país.
En los trabajos de Bejarano subyace una lógica hayekiana, que reconoce los procesos endógenos e inciertos de las interacciones sociales. Este enfoque recoge elementos constitutivos de la catalaxia de Hayek. El intuicionismo de Bejarano es compatible con el orden sensorial (Hayek 1952 a), que pone de relieve la importancia de las sensaciones. Y en la perspectiva de Hayek esta afirmación de la biología es el primer paso para criticar la pretensión de objetividad del positivismo. Además de las dimensiones sensoriales, las advertencias en contra del positivismo se apoyan en argumentos lógicos. Por ejemplo, en Contrarrevolución de la Ciencia, Hayek (1952 b) compara los procedimientos metodológicos de las disciplinas sociales y de las naturales. De manera enfática muestra que cuando los ciencias sociales pretenden utilizar el método de las naturales, crean los gérmenes propios de las lógicas totalitarias. Bejarano no cae en esta tentación. En las numerosas zonas grises que deja cualquier diagnóstico económico, se abre un amplio espacio para la “superposición de elementos éticos, jurídicos y políticos, envueltos en diferentes interpretaciones según las perspectivas en que los medios de comunicación se sitúen frente a la crisis” (Bejarano 1996 d, p. 218).
El pensamiento de Bejarano no se puede enmarcar en una escuela específica[*]. No fue marxista, pero no negó a Marx. En sus escritos no utiliza, ni las categorías, ni el método de Marx. No necesita hacer referencia a la plusvalía, al valor de cambio, al valor de uso, a la baja tendencial de la tasa de ganancia, etc.[†]
No fue estructuralista pero no atacó al estructuralismo. No fue keynesiano pero no negó a Keynes. Bejarano muestra su preferencia por el mercado interno, y cree en los argumentos cepalinos sobre la sustitución de importaciones. Pero esta mirada no lo lleva a ser un cepalino radical, ya que duda de las bondades de los procesos de integración, y muestra que es muy factible que las importaciones crezcan a un ritmo mayor que las exportaciones. De hecho ha sucedido así.
En las discusiones de política económica Bejarano propone intuiciones que se acercan con precaución a Prebisch (1950). No se preocupa por hacer reflexiones sistemáticas sobre la moneda, el crédito o la deuda. No discute problemas como la endogeneidad de la moneda, la creación de dinero a través del crédito, la asimetría entre los mundos real y monetario. Estas reflexiones conceptuales no hacían parte sustantiva de sus preocupaciones. En sus análisis de la hiperinflación de comienzos del siglo XX muestra la relación entre emisión y aumento de los precios, pero no entra en el debate conceptual sobre su significado (Bejarano 1994 b, p. 300).
No le interesó matricularse en una corriente de pensamiento. No fue militante pero no renegó de los partidos. No fue un seguidor de doctrinas, y no se dejó encasillar. En momentos de intensa militancia, evitó la adscripción a una escuela. Y mantuvo esta distancia aún en los momentos en que los debates políticos se hicieron más álgidos. Los escritos de Bejarano no pretenden alimentar los principios idearios de un partido. Tampoco tuvo la intención de proponer alternativas teleológicas que pudieran ser apropiadas por un grupo de militantes. En el fondo se reía de cualquier modalidad de militancia.
Y, claramente, fue un crítico del determinismo histórico. Quizás fue un institucionalista moderado. Su aproximación al institucionalismo fue relativamente tardía, y tuvo mucho que ver con las publicaciones de North de finales de los años ochenta.
Bejarano no cabría en los parámetros de los viejos y de los nuevos institucionalistas. Aceptaría, con Commons (1934), que somos “personas institucionalizadas”. Los sujetos son relevantes en el conjunto del orden social. Este institucionalismo, entendido en sentido amplio, inspira gran parte de sus reflexiones. Entre los autores institucionales, Bejarano no se inclina por alguno de manera especial. North (1990), siguiendo a Keynes (1936), reconoce que las convenciones permiten reducir la incertidumbre. Bejarano asume con simpatía los planteamientos de los autores institucionalistas sin radicalizarlos. Se trata, entonces, de un institucionalismo suave, y por esta razón los textos de autores más radicales como Veblen[‡] no le llamaron la atención. Acepta que las instituciones son relevantes, pero no les da tanta importancia como lo hacen, por ejemplo, Acemoglu y Robinson (2012).
En las disciplinas sociales finalmente se plantea la disyuntiva entre la afirmación de la relevancia del sujeto, o la del orden institucional. Es el conflicto entre la Idea de la Justicia (Sen 2009) y la Teoría de la Justicia (Rawls 1971). El primer libro pone el énfasis en el sujeto, y el segundo gira alrededor del orden institucional, de la sociedad “bien ordenada”. La lógica intuitiva de Bejarano lo lleva a moverse, dependiendo de las circunstancias, entre el consecuencialismo y la deontología. Como negociador se acerca a Sen, y deja el perfeccionismo. Pero en su interpretación de la corrupción claramente invoca, como lo haría Rawls, la necesidad de una sociedad “bien ordenada”. La corrupción dice, es una “falla de organización” (Bejarano 1996 b, p. 127), así que el esfuerzo no se debe centrar en la invitación a la honestidad de los individuos. En Teoría de la Justicia, cuando Rawls menciona la honestidad de la persona lo hace solamente para afirmar que la sociedad bien ordenada no puede estar basada en la buena voluntad de los individuos.
“Por lo general, se reclaman campañas de moralización, acompañándolas de un discurso moral que reclama “individuos honestos”. Cuando la corrupción es generalizada, de poco sirven los cursos de ética ni los buenos modales, ni aquella se puede modificar con cambios en las actitudes individuales sin antes cambiar las reglas de juego, para luego depurar los jugadores” (Bejarano 1996 b, p. 125).
Los problemas de la corrupción no se resuelven a partir de la “sanción legal de las conductas individuales” sino a través de la “fortaleza institucional”. La corrupción se ha agudizado hasta el punto que la “corrupción política” es una “amenaza colectiva” (Bejarano 1997 a, p. 188).
Como indica Kant en la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, “… la buena voluntad no es buena por sus efectos, por su aptitud para alcanzar un fin propuesto, sino por la simple volición, es decir en sí misma” (Kant 1785, p. 60). El camino del infierno está hecho de buenas voluntades.
Las apreciaciones de Bejarano van en la misma dirección que la propuesta analítica que hace Hurwicz (2007) sobre la necesidad inevitable que tienen las sociedades de que haya “guardianes de guardianes”. A partir del diálogo socrático es evidente que el cierre de primera instancia tiene dos opciones: o el guardián es guardián y no se emborracha, o el borracho es borracho y no pretende ser guardián. El problema de las sociedades es que los guardianes quieren ser, al mismo tiempo, guardianes y borrachos. Y por ello necesitan guardianes de guardianes, con el inconveniente de que los guardianes superiores también se emborrachan y, entonces, se requieren guardianes de los guardianes de los guardianes. El cierre en cualquier instancia que sea, siempre será imperfecto. Y no es extraño, entonces, que el fiscal anticorrupción también sea corrupto.
La categoría “persona institucionalizada” es adecuada porque permite tener una mirada comprehensiva que se mueve entre el sujeto y la institución. Bejarano va avanzando con precaución entre los dos extremos. No acepta el perfeccionismo institucional, y reconoce que los individuos tienen un papel relevante en la dinámica de la sociedad. Los individuos y las instituciones interactúan. Bejarano se niega a darle prioridad a lo uno o a lo otro. No introduce la discusión, porque este tipo de alternativas metodológicas no le parece pertinente. Los aportes del institucionalismo tienen la virtud de ofrecer una mirada global que facilita el análisis multidimensional. La simpatía de Bejarano por el institucionalismo tuvo su expresión formal, a través de sus cursos, en el Externado y en la Nacional. Y en el Externado dejó la semilla de la Revista de Economía Institucional.
Sus trabajos sobre la cuestión agraria ponen el énfasis en la necesidad de modernizar la productividad del campo, pero no le importa si el desarrollo colombiano se debe realizar a través de la vía “campesina” o “terrateniente”. Este debate que era relevante entre los pensadores de izquierda de los años 60s y 70s, no entusiasmó a Bejarano. Para él era más interesante tratar de entender las especificidades de las regiones colombianas. Y afirma, con énfasis, que “categorías como aparceria, peón, terraje, etc., tienen un contenido diferente en cada región […] regiones y períodos parecen ser, entonces, los aspectos claves del análisis de las relaciones sociales en el campo” (Bejarano 1983 b, p. 58).
Se preocupó por la enseñanza. Decía con ironía que los economistas gastan su tiempo “… entre los modelos matemáticos sin datos y el análisis empírico sin teoría” (Bejarano 1984 b, p. 106). Se quejaba porque los profesores formamos a nuestros alumnos “a la medida de nuestra ignorancia”. El economista, decía, “debe saber de todo”, porque los profesores especializados enseñan una “ciencia a pedazos”.
En su opinión, hay tres campos relevantes complementarios a la formación del economista en los cuales debe hacerse especial énfasis: historia, epistemología (y, específicamente, lecciones de historia de la ciencia) y teoría política. Las universidades deben conjugar investigación y consultoría porque a pesar de la diferencia en los métodos y en las preguntas, finalmente convergen (Bejarano 1996 e). En Colombia la “especialización teórica” y el “formalismo de los métodos” no ha permitido consolidar escuelas. Y afirma, con profundo escepticismo, que en el país se observa “la inexistencia total de comunidad académica” (Bejarano 1997 c, p. 155). Tanto Kalmanovitz (1999) como Bejarano, se preocuparon por incentivar en los estudiantes la buena escritura. Y ambos estaban convencidos de la necesidad de analizar los modelos económicos a la luz del mundo real.
3. El tímido acercamiento a la teoría económica
Los primeros trabajos de Bejarano fueron en los años 70s. Por aquellos días las categorías de Marx impregnaban las discusiones académicas. Los estudios de Bejarano no recurren al método de Marx. Las categorías marxistas no son compatibles con su intuición. Las descarta porque no se las puede apropiar. Sentía que lo amarraban y lo limitaban. Critica a los economistas “marxistas”. El siguiente texto es una muestra de ello.
“Para los efectos que aquí nos interesan definiremos la crisis como una crisis orgánica en el sentido de una tendencia que no puede ser contrarrestada por contratendencias y no como una fluctuación (recesión) susceptible de corrección en el mediano plazo. En especial, los economistas marxistas interpretan la crisis en el sentido de una onda larga depresiva y no como un accidente coyuntural. En tal sentido se incuba desde 1966 y estalla en 1974-75 sin solución inmediata como han mostrado los hechos más recientes. El que ello sea así deriva de que se trata de una crisis que concierne a las condiciones de producción de plusvalía y no a las condiciones de regulación y estabilidad del capitalismo, es decir, pone en cuestión las condiciones de reproducción real al nivel de plusvalía relativa y no al nivel e los movimientos cíclicos de la tasa de ganancia” (Bejarano 1982 e, pp. 88-89).
Bejarano nunca se sintió cómodo con este lenguaje, y no lo incorporó en el conjunto de su obra. Consideró un poco más apropiadas las categorías de Keynes. Y siguiéndolo privilegia al “hombre de empresa” frente al especulador. Es la diferencia entre los capitales industrial y financiero.
“Hace poco, Lleras Restrepo confesaba que en sus tiempos la economía era un asunto de fácil comprensión pero que ahora se le dificultaba entenderla. Cuando Lleras era joven la economía consistía en cómo hacerse rico, pero trabajando; ahora – es lo que él no puede entender – la economía consiste en cómo ser poderoso usando la plata de los demás y dejando que los demás trabajen. Es lo que va del capital industrial al capital financiero, y en eso consiste toda la clave del domino de este último” (Bejarano 1978 a, p. 27).
La actividad especulativa le hace daño a la economía:
“Lo que ha venido ocurriendo en las tendencias de comportamiento de la inversión industrial, está asociado, por supuesto, al ascenso de lo que ha dado en llamarse la “economía especulativa”. Este fenómeno es suficientemente conocido y puede caracterizarse por el hecho de que ante el alto costo de oportunidad de los recursos financieros, gran parte de la industria ha pospuesto sus proyectos de inversión para movilizar un mayor porcentaje de recursos hacia actividades más rentables en los sistemas de intermediación” (Bejarano 1983 a, pp. 150-151).
Por aquellos días, a comienzos de los 80s, en este diagnóstico coincidían, Kalmanovitz y Tenjo (1986)[§]. Las empresas se contagiaron del ánimo especulativo, y prefirieron colocar los excedentes en los mercados de capitales, en lugar de aumentar la inversión productiva. Bejarano propone “revitalizar el sector de bienes de capital”, y para ello es necesario “utilizar las compras estatales como una palanca de consolidación del sector y asumiendo, por parte del Estado” (Bejarano 1983 a, p. 156). Estos acercamientos a Keynes son tímidos y no son sistemáticos.
En los análisis de Bejarano se observan elementos del pensamiento estructuralista, pero su enfoque no es estructuralista. No se la juega por el estructuralismo porque no quiere ahogar al sujeto. En algunas partes de su obra se siente la influencia de la catalaxia de pensadores austriacos como Hayek y Mises.
De manera ligera, Bejarano (1982 b) considera pertinente desarrollar una crítica a la teoría neoclásica, teniendo como punto de referencia a Sraffa: “… la posición de Sraffa constituye entonces la única posición posible”. Frente a esta aproximación se podrían hacer dos observaciones. Primero, la teoría neoclásica no es un corpus teórico homogéneo. Al interior se observan diferencias significativas. De manera equivocada, Bejarano (1999 a) piensa que es posible hacer una crítica a la teoría neoclásica en su conjunto. Segundo, no hace una lectura a profundidad del pensamiento de Sraffa. En líneas generales, en la obra de Bejarano no se observan discusiones teóricas sistemáticas. Estos debates no fueron su prioridad. Su acercamiento a Sraffa es marginal. Por esta razón, la afirmación “la única posición posible” es exagera y taxativa. No discute otras versiones.
Criticó en bloque lo que él llamó la “teoría neoclásica”, pero no incursionó en los autores. En González (2002) discuto las apreciaciones de Bejarano (1999 a) sobre lo que él llama la teoría neoclásica. La teoría que tenemos, dice, “no es realista”, “tampoco es pertinente” y, además, es “irrelevante”. Y agrega, con profundo escepticismo, que es “apolítica”, “ainstitucional” y “amoral”. Estas apreciaciones de Bejarano desconocen los aportes que los autores han hecho en cada uno de los campos, especialmente en la dimensión ética. Bejarano no hace ninguna referencia a la intensa discusión valorativa que se ha presentado entre los principales autores. Olvida, por ejemplo, que Arrow, Harsanyi, Hicks, Samuelson… – por mencionar solamente algunos de los artífices del pensamiento económico contemporáneo – concibieron las funciones de utilidad como opciones entre estados del mundo y, por tanto, la dimensión valorativa es constitutiva del pensamiento económico del siglo XX, que de manera simplista se cobija bajo el calificativo de “neoclásico”. Para estos autores es evidente que no puede haber elección sin juicios de valor.
En contra de lo que piensa Bejarano, la economía, desde sus orígenes, ha tenido una clara dimensión ética. Su desprecio por lo que él llama “teoría neoclásica” es una muestra de la poca importancia que le atribuyó a la discusión conceptual. Por ejemplo, en sus trabajos sobre el monopolio y la teoría económica, no hay una discusión sobre la visión de los diferentes autores (Bejarano 1972, 1979). Hace referencia a las escuelas, más que a pensadores específicos. Esta manera de abordar los problemas impide que haya una discusión teórica sistemática porque termina haciendo una caricatura de las distintas escuelas. A pesar de las limitaciones de la reflexión conceptual, en el caso del monopolio y, de nuevo, gracias a su intuición, Bejarano acierta en la comprensión de las las implicaciones negativas que tiene en el desarrollo económico.
En la concepción del Estado, Bejarano expresa una cierta simpatía por Poulantzas (1976). Muestra que no se puede concebir el Estado como si fuera una entidad pura sin tensiones ni contradicciones. En el proceso de construcción del Estado se presenten conflictos que no permiten establecer fronteras artificiales entre éste y la sociedad. En gran parte, porque no se trata de dos realidades autónomas y diferenciadas.
En sus reflexiones Bejarano evidencia la conflictividad intrínseca de las relaciones de poder y, entonces, pone en duda las percepciones simplistas del Estado que clasifican y jerarquizan. No entiende en qué sentido el Estado es una expresión del capital colectivo. Se plantea la relación entre la sociedad civil y el Estado, y muestra que dependiendo del marco conceptual, esta interacción se puede analizar de maneras muy diversas.
Para Bejarano los adjetivos con los que se califica al Estado, como monopolista, burgués, etc. no tienen mucho sentido. No se preocupa por definir el tipo de Estado porque el asunto le parece irrelevante. En sus reflexiones sobre la evolución de la economía, centra la atención en la forma como el gobierno va respondiendo a las necesidades de la coyuntura. Plantea la tensión, por un lado, entre la respuesta del Estado a las demandas internacionales y, por el otro, la necesidad de conservar la gobernabilidad interna (Bejarano 1980 a).
Nunca dudó Bejarano de la relevancia de la dimensión política. Las grandes decisiones en el campo de la política económica no dependen de la consistencia del modelo, sino del quehacer político: “… cualquiera que sea el modelo, su adopción en todo caso dependerá más del curso de la vida política y de la correlación de fuerzas entre las clases y las fracciones que de cualquier lógica económica, por dudoso o coherente que ella sea” (Bejarano 1980 b, p. 65). Su respeto por la política parte de un principio básico: la dimensión de lo colectivo es constitutiva de las sociedades, y éste es el espacio de la política[**].
4. Los alcances de la historiografía
Para Bejarano (1978 c, p. 22) “… pensarlo todo históricamente quiere decir enriquecer el universo interior mediante la recuperación del pasado y el establecimiento de una distancia frente a él”. Esta concepción de la historia reconoce la complejidad de la relación entre el sujeto que observa y el hecho que se quiere analizar. La subjetividad en la construcción del relato está presente, y es inevitable.
En el campo de la historiografía, Bejarano hace referencia a la escuela de los Annales (Febvre, Bloch y Braudel), en la que observa dos corrientes. Una que busca recurrir a los instrumentos que aportan las ciencias sociales, de tal forma que el hecho histórico se pueda contextualizar. Y otra, que avanzó hacia la llamada historia de las mentalidades, que centra la atención en el sujeto.
Bejarano se preocupa porque el primer camino puede llevar al determinismo, que es alimentado por un positivismo ingenuo. Y la segunda vía, que califica con ironía de “posmoderna” (Bejarano 1997 b), se caracteriza por un relato falto de contenido, que amenaza la cientificidad de la historia, y la aleja de la rigurosidad de las ciencias sociales.
“Si la historia se reduce al relato y a la hermenéutica, si renuncia a la reconstrucción del pasado, si los historiadores no pueden constituir una matriz disciplinar ni un programa de investigación por causa de la dispersión de enfoques, si la historia no es parte de las ciencias sociales, habrá necesidad de interrogarse sobre la responsabilidad del uso social del conocimiento histórico tanto en términos políticos como en términos del cuadro general de las ciencias, sobre la capacidad de la historia para aprender de los procesos regulares y no de los acontecimientos singulares, y habrá de preguntarse, finalmente, por el derecho de la historia a permanecer en el campo de las disciplinas académicas” (Bejarano 1997 b, p. 133).
Sin duda, la interpretación de la historia es una tarea que supera el comportamiento del individuo, pero cuando este enfoque se lleva hasta sus últimas consecuencias se cae fácilmente en el determinismo. Para Bejarano es claro que no se pueden proponer leyes a partir del análisis del hecho histórico. La siguiente frase pone en evidencia su escepticismo frente a lo que podría considerarse una lectura ideologizada de la historia.
“… para ser investigador marxista en Colombia […] se requiere una hipótesis, cuatro datos y una profunda confianza en la ignorancia de los demás” (Bejarano 1978 c, p. 21).
Bejarano piensa que se debe avanzar la comprensión de la historia a partir de análisis sistemáticos con instrumentos relativamente probados en las disciplinas sociales. Advierte que cuando se entra en el terreno de la historia de las mentalidades los soportes metodológicos se pierden, los puntos de referencia desaparecen, y la diversidad de opiniones termina siendo tan amplías que los discursos se quedan sin contenido.
En opinión de Bejarano, habría que insistir en un mecanismo en el que se combinen de manera adecuada dos presiones. Una que parte de la subjetividad del historiador, que permite ordenar y analizar los hechos. Y, otra, que se centra en los datos positivos, y que ayuda a reconstruir el imaginario. La interpretación subjetiva es inevitable, pero debe estar sustentada en hechos reales. Por esta razón, en sus análisis de la evolución de la economía colombiana observa hechos que considera relevantes, y a partir de allí interpreta y analiza. Su visión amplia lo lleva a construir un discurso por fuera de las opciones maniqueas.
Y en la historia no hay leyes porque el comportamiento de los seres humanos es incierto, y los resultados de las dinámicas sociales son impredecibles. La historia no es lineal, ni responde a la “lógica causa-efecto”. La interpretación de los hechos “debe hacerse según una perspectiva más evolucionista, en la que es decisiva la capacidad mutua de adaptación al clima de dificultades y a los contextos cambiantes internos y externos que el propio proceso va generando” (Bejarano 1999 b, p. 182). Este llamado de atención es reiterado.
“… deberíamos insistir en que no hay, ni puede haber cuando se consideran las sociedades en su carácter concreto, una línea continua de evolución de relaciones de producción más atrasadas hacia formas más desarrolladas, sino que hay ciclos, periodos de avance y retroceso de las relaciones sociales determinadas por coyunturas especificas, que no se distribuyen uniformemente en todas las regiones y que no permiten por tanto una caracterización precisa a partir de una periodización global de la sociedad global” (Bejarano 1983 b, p. 58).
La historiografía de los años cincuenta y sesenta tuvo que superar “trabajosamente un ambiente intelectual, institucional y político que en nada fue propicio para el desarrollo de la investigación” (Bejarano 1994 a, p. 504).
Es necesario abrir el diálogo entre la historia y otras disciplinas. En el caso de la economía, mientras que los historiadores se acercan a los hechos sin teoría, los economistas persisten en la “eficacia de la teoría para explicarlo todo, desdeñando las complejidades de la totalidad social” (Bejarano 1994 a, p. 487). Ambos tienen que complementarse. De lo contrario, “este diálogo no será fructífero”.
5. El optimismo moderado frente a la paz
La intuición de Bejarano para entender las dinámicas sociales por fuera de esquemas preconcebidos le permitió desarrollar habilidades sorprendentes como analista y negociador.
En las reflexiones de Bejarano sobre los procesos de paz, no hay ningún afán por copiar experiencias de otros países, o por aplicar principios normativos ad hoc. Deja espacio para la incertidumbre, porque los procesos de negociación llevan a resultados inesperados. Examina los hechos con la autoridad que se desprende de su experiencia: Consejería de Paz durante el gobierno Barco, Consejero Presidencial de Paz durante el gobierno Gaviria – y como tal responsable de las negociaciones con el EPL, el PRT y el MQL -, negociador principal en las conversaciones de Caracas con la Cgsb en 1991, embajador de Colombia y miembro del grupo de países amigos de los procesos de paz en El Salvador y Guatemala.
Bejarano es muy crítico de las interacciones que se suelen proponer para entender los determinantes de la violencia. No está de acuerdo con las afirmaciones usuales que asocian la violencia a factores como la pobreza, la desigualdad, la incapacidad del Estado, la cultura, la sicología, etc. Las relaciones no son unicausales. La comprensión de la violencia requiere un visión integral, y no se puede pretender que haya una causalidad directa[††]. El fenómeno de la violencia es intrínsecamente multidimensional.
Se han presentado dos polos analíticos. Uno es la mirada estructuralista, que en su visión más taxativa vincula la violencia a la lógica del capital, que en su devenir genera insurgencias y contra insurgencias (Moncayo 2015). Para Moncayo no hay sujetos individuales, sino lógicas abstractas del capital. El ritmo de la guerra y la paz está supeditado a los movimientos endógenos del capital. Bejarano no dudaría en calificar este enfoque como determinista. Otra perspectiva, radicalmente distinta, centra la atención en el comportamiento de los individuos, así que le atribuye una relevancia importante a la decisión individual (Giraldo 2015)[‡‡].
Bejarano se queja de la poca atención que le han prestado los economistas al estudio de la violencia, y a sus implicaciones.
“… no deja de ser sorprendente la escasa preocupación de los economistas por identificar con mayor precisión los efectos de la violencia sobre la producción, la asignación de recursos o las transformaciones en el sistema productivo agropecuario y, antes bien, lo que la mayoría de los economistas adoptan son, por lo general, hipótesis derivadas del sentido común, sobre los efectos adversos que cabría esperar de situaciones de violencia en la economía” (Bejarano 1990 a, p. 30).
Cuando era Consejero Presidencial para la Paz, expresa optimismo sobre las posibilidades de la paz.
“La posibilidad de una solución negociada es más factible, más viable ahora que nunca, a la luz de las circunstancias políticas nacionales e internacionales, pero para buscar acuerdos se necesitan dos, y la paz se hace solo con quien quiere hacerla” (Bejarano 1992, p. 58).
Se debe evitar el “facilismo” de la paz, que se presenta cuando ninguno de los grupos tiene “la fuerza suficiente como para imponer al Estado reformas estructurales de fondo” (Bejarano 1994 c, p. 76). Esta situación se presentó durante las negociaciones de Barco. Y durante estos años el Estado no respondió de manera adecuada.
“… si bien los acuerdos alcanzados con las organizaciones guerrilleras fueron limitados y si bien la consolidación política de la Alianza Democrática mostró las bondades del proceso de paz, los desarrollos posteriores mostraron también la relativa inflexibilidad del sistema político para permitir concesiones significativas a los alzados en armas, así como la lentitud del Estado para responder a sus compromisos en términos de reinserción y reincorporación a la vida civil, limitaciones que en cualquier caso sirvieron de referencia para las negociaciones con la Coordinadora Guerrillera y que solo parcialmente pudieron superarse en los dos primeros años de la administración Gaviria” (Bejarano 1994 c, p. 76).
Para que la paz sea posible es necesario que se lleven a cabo las transformaciones estructurales que no se hicieron en los ochenta, y que tampoco se están haciendo ahora, después de los acuerdos de La Habana.
Examina el costo del conflicto. En sus estimaciones, la violencia guerrillera afecta el producto agropecuario en 16,6%, y en 9% el PIB (Bejarano 1990 a, p. 30). Concluye que “los efectos de la violencia sobre la actividad agropecuaria es “reducida”. Seis años después su análisis es muy diferente, y replantea sus cálculos. Ahora dice que el impacto de la guerrilla en la producción agropecuaria es significativo.
“… el incremento del producto agropecuario afectado por la presencia de la guerrilla es significativo; para 1994 se estima que el 32,6% del producto agropecuario nacional está afectado por la presencia de las organizaciones guerrilleras y por sus actividades, mientras que en 1987 se situaba alrededor de 23%” (Bejarano 1996 c, p. 96).
A pesar de la importancia del conflicto, el “cansancio de la guerra” que se sintió claramente en El Salvador, en la ciudades colombiana no se percibe. En los sectores urbanos…
“… lo que hay es el fastidio propio de una molestia con la que debe convivirse, por lo que su correlato, la paz con la guerrilla, pareciera ser un propósito sin duda deseable, pero por el cual los sectores urbanos quizá no estén dispuestos a pagar ningún costo en términos de las materias negociadas…” (Bejarano 1996 c, p. 103).
El poco interés de las zonas urbanas en el conflicto es una de las razones del débil apoyo de la sociedad civil al proceso de construcción de la paz (Bejarano 1999 c).
Reflexionando sobre las posibilidades de cambios estructurales de la economía que pudieran contribuir a la paz, Bejarano es muy escéptico sobre las diferentes alternativas de reforma agraria.
“La posibilidad de una reforma agraria masiva requeriría de una presión en su favor que solo podría configurarse, o bien por una confluencia de sectores campesinos y los sectores urbanos industriales que conserve la estabilidad del sistema político, confluencia que está lejos de ser probable, o bien de una presión campesina organizada que desborde el propio sistema político, lo que por ahora tampoco parece probable. Así, el curso de las discusiones sobre reforma agraria parece detenerse en los modestos alcances del plan de rehabilitación, que es, a no dudarlo, lo que el gobierno ha venido entendiendo como reforma agraria” (Bejarano 1984 a, p. 64).
Critica con fuerza a los llamados “violentólogos” porque aunque han avanzado en “explorar los orígenes, la naturaleza, las modalidades y la geografía del conflicto”, han sido incapaces de aplicar sus conocimientos a propuestas fácticas en los procesos de negociación.
“… la “violentología” pareciera agotar la utilidad de su estudio tan pronto se entra en el esquivo terreno de las propuestas de solución, las que por otra parten suelen reducirse, o bien a los aspectos de fortalecimiento de la democracia como presupuestos de la aclimatación de la paz, o bien a alguna sugerencias, tan manidas como impertinentes, sobre los llamados diálogos regionales, en cuyo límite pareciera agotarse la capacidad propositiva de la “violentología”” (Bejarano 1995 c, p. 245).
6. El desarrollo económico y el papel del sector agropecuario
La Cepal y la reprimarización
Bejarano muestra que no solamente en Colombia sino en el conjunto de países de América Latina, se ha avanzado hacia un proceso de reprimarización. Los discursos sobre la apertura han sido ingenuos porque suponen que las exportaciones tienen una dinámica superior a las importaciones. Realmente, la apertura ha sido “hacia adentro”, y este proceso se agudizó desde el 2000.
Compartiendo el optimismo cepalino, a comienzos de los años setenta, Bejarano pensaba que la dinámica de la economía y de la inversión estaría centrada en la producción de bienes de consumo, y no en la actividad extractiva. En sus palabras:
“Nuestra hipótesis puede ser formulada así: el proceso de industrialización dependiente crea las condiciones para que la inversión extranjera produzca no ya las materias primas para la exportación sino bienes para el consumo interno. En este sentido, el capital extranjero se ubica en aquellas ramas de la industria que se caracterizan por ser las más dinámicas y en las que predominan condiciones monopólicas. Este mismo proceso concede ventajas monopólicas a la industria extranjera sobre la industria nacional, con las consecuentes tasas de ganancia superiores a las de la industria monopólica nacional” (Bejarano 1972, p. 273).
En su opinión, la inversión extranjera no se iba a dirigir hacia la explotación de materias primas, sino al desarrollo de la industria de bienes de consumo durables. Este era el postulado cepalino, y Bejarano supone que los inversionistas extranjeras iban a caminar en la misma dirección. En realidad no sucedió así. Por lo menos desde los años noventa, los inversionistas han preferido al sector extractivo.
Advierte el tipo de acumulación es impuesto desde el centro (Bejarano 1981). La posición que ocupa la división del trabajo en los países de la periferia depende de las decisiones que se tomen afuera. Y estas políticas no se deben rechazar solamente porque son heterónomas, sino porque son “contraccionistas de la actividad económica” y “regresivas desde el punto de vista social” (Bejarano 1985, p. 181). Es partidario de los impuestos progresivos. Citando a Esteban Jaramillo, recuerda que en los primeros años del siglo XX más del 90% de los impuestos eran indirectos, mientras que en los países desarrollados la participación oscilaba entre 50% y 60% (Bejarano 1975, p. 70).
El sector agropecuario
Critica el enfoque funcionalista, porque el sector rural no debe estar al servicio del desarrollo industrial, sino que ambos interactúan. Y, además, el sector agrícola puede “… hacer contribuciones significativas en forma directa para mejorar las tasas de crecimiento de la economía en su conjunto, tal como ha ocurrido en Corea, Malasia, Taiwan, Tailandia y otros países” (Bejarano 1989 b, p. 254; 1996 a). Además, la agricultura debe contribuir a la erradicación de la pobreza y a la satisfacción de necesidades básicas. Se requiere que el sector se modernice y se consoliden las cadenas productivas que favorecen la competitividad. El exceso de proteccionismo no es conveniente[§§].
Bejarano (1978 b) diferencia tres aproximaciones al desarrollo agropecuario en la segunda mitad del siglo XX. Una es la visión de Currie (1951, 1978). La otra es la sustitución de importaciones. Y, finalmente, la promoción de exportaciones, con la consolidación de la gran unidad agropecuaria.
El primer modelo, muy marcado por la concepción del desarrollo de autores como Lewis (1954), tenía dos componentes. Uno es el mejoramiento de la productividad en el campo. Si se aumenta la productividad por trabajador se presenta un excedente de mano de obra que, en la mirada de Currie (1978), es absorbido por las dinámicas urbanas. La aproximación de Lewis se inscribe en las teorías del dualismo del mercado laboral. Se supone que los agricultores en pequeña escala están dotados con abundante mano de obra familiar, cuyo costo de oportunidad es casi cero, al tiempo que enfrentan una escasez aguda de capital (Lewis 1954, Observación I de Sen (1962)[***]). La abundancia de mano de obra los lleva a una mayor aplicación de este factor en su pequeña explotación, con el objetivo de maximizar el producto que luego será repartido entre los miembros de la familia en una lógica chayanoviana.
Al examinar la forma como se llevó a cabo en Colombia el desplazamiento de la fuerza de trabajo de la agricultura a los sectores urbanos, Bejarano (1989 a, p. 201) muestra que los intercambios tuvieron lugar, sobre todo, entre la agricultura y los servicios urbanos. Esta sustitución se reflejó en una pérdida de productividad, ya que la productividad de la agricultura era relativamente mayor a la del sector servicios. El país perdió la oportunidad de hacer una mejor reasignación de los factores.
La segunda lectura mencionada por Bejarano es el modelo de sustitución de importaciones. Se buscaba una mayor dirección de los mercados con el fin de reducir la dependencia del sector externo.
El tercer camino es la promoción de exportaciones, y una forma de hacerlo es a través de la agroindustria. Es más sencillo lograr que la actividad exportadora sea realizada por grandes unidades productivas. Es muy difícil lograr que las fincas pequeñas sean exportadoras.
A pesar de los esfuerzos que se han realizado por mejorar la productividad agropecuaria, los resultados finales no han sido exitosos. Mucho menos ahora. En los diez últimos años la importación de alimentos básicos pasó de 1 millón a 14 millones de toneladas de alimentos básicos. Además, como se desprende del último censo agropecuario, la concentración de la tierra aumentó de manera significativa, y el Gini es de 0,93%. La pequeña propiedad agropecuaria tiene un peso significativo. De acuerdo con el Censo Nacional Agropecuario (CNA 2014), el 70,8% de los productores están vinculados a unidades productoras agropecuarias (UPA) menores de 5 hectáreas, que ocupan el 3,1% del área censada. Estas pequeñas fincas no alcanzan a generar los recursos básicos para sostener a una familia. Los excedentes del 83% de las fincas ni siquiera llega al valor de una unidad agrícola familiar (UAF), que es el nivel de ingreso que permite que las condiciones de vida de la familia sean dignas[†††]. El censo muestra la enorme diferencia que existe entre estas fincas pequeñas y las grandes extensiones. En las UPA de más de 1.000 ha. se ubican el 0,2% de los productores, y ocupan el 59,5% del área[‡‡‡]. Se trata de grandes extensiones de tierra con una baja productividad por hectárea. El censo ha puesto en evidencia la pésima distribución de la tierra. Esta concentración es un obstáculo a la modernización del campo, a la dinamización del mercado de tierras, y a la consolidación de la demanda interna (Bonilla y González 2016).
En los análisis de productividad, siguiendo a Berry y Cline (1979), Bejarano (1998 a, p. 90) destaca el cumplimiento de la hipótesis de la “relación inversa”: la productividad media por hectárea en las fincas pequeñas es mayor que en las fincas grandes. La productividad media por trabajador sí aumenta con el tamaño de la finca[§§§]. Tal y como muestran varios trabajos de Berry, la relación inversa es un indicador de las potencialidades que tienen las pequeñas fincas. Y de allí se derivan conclusiones a favor de la distribución de la tierra.
“… bajo ciertas condiciones de acceso a los recursos la pequeña propiedad pudiera ser más favorable al crecimiento de la producción agrícola que una estructura basada en la concentración de la tierra en pocas manos y en una reducida élite rural” (Bejarano 1998 a, p. 98).
Apertura y neoliberalismo
Al presentar la posición de los autores frente a la apertura, Bejarano (1980 b) hace la distinción entre los pensadores de la Cepal, y la escuela neoliberal. Utiliza la categoría neoliberal con reservas porque no le parece la más conveniente. De todas maneras, la distinción es relevante y sí pone en evidencia diferencias significativas entre ambos enfoques. Así define los objetivos del pensamiento neoliberal: “… el mercado no solo garantiza por sí mismo la eficiencia productiva sino el desenvolvimiento de la actividad humana, lo que a la larga ha de reflejarse en que el crecimiento acabará por atenuar las desigualdades sociales” (Bejarano 1980 b, p. 40). Las implicaciones de esta apreciación no se profundizan. Y, sin duda, esta lectura corresponde al imaginario de los ideólogos del llamado neoliberalismo. En la práctica no ha sucedido así porque, aún en contra del ideario del mercado, la participación del Estado ha sido creciente y el gasto público se ha consolidado. Los hechos muestran que los gobiernos han sido incapaces de reducir el gasto público. La ideología neoliberal no ha logrado su propósito de reducir el tamaño del Estado. Y frente a esta realidad, es curioso que los críticos continúen denunciando las políticas neoliberales como si, efectivamente, hubieran logrado la reducción de la importancia del Estado.
Para Bejarano es claro que en los años ochenta la economía colombiana continúa siendo cerrada. Su nivel de apertura es muy bajo. Lejos de avanzar hacia la apertura, en los años setenta la economía se cerró. En su opinión, los datos muestran que el gobierno de López (1974-1978) no ha sido tan abierto como usualmente se piensa. Los críticos califican este momento como aperturista y neoliberal. Para Bejarano esta percepción es equivocada, Es necesario diferenciar entre las declaraciones y las realidades de los países. Y entre ambas dimensiones existen asimetrías significativas, porque la intencionalidad de los gobiernos no se refleja en políticas económicas concretas. Las relaciones de causalidad son complejas. Los incentivos que han propuesto los países no han dado los resultados esperados. Y de manera contundente, Bejarano afirma “… sin duda, la liberación de importaciones en Colombia después de 1975 ha sido puramente retórica” (Bejarano 1980 b, p. 56). Esta apreciación es pertinente. El análisis ex-post indica que la apertura apenas comenzó a concretarse desde los años noventa, con el gobierno de Gaviria (1990-1994).
Bejarano insiste en que la definición de la apertura depende de la naturaleza complementaria o competitiva de cada economía. La sustitución de importaciones se puede realizar cuando los procesos son competitivos, porque si la dinámica es complementaria, la sustitución no es exitosa. En los análisis del comercio internacional, se suele olvidar esta diferencia, que es fundamental. No tiene ninguna duda de que el propósito de largo plazo de la política económica continúa siendo el estímulo a las exportaciones, y la consolidación del mercado interno: “Las alternativas de desarrollo futuro del país, sin embargo, parecen seguir centrándose entre la adopción de la estrategia exportadora y la industrialización hacia adentro…” (Bejarano 1980 b, p. 65). Este tono es cepalino.
Siguiendo esta línea, Bejarano (1982 a) critica la orientación de la inversión y del gasto público, que no estimuló la producción de bienes de capital, y que terminó favoreciendo las importaciones. Contrasta las preferencias de la inversión colombiana con las de otros países, como Brasil. Allí la inversión pública sí tuvo un claro sesgo a favor de la producción de maquinaria pesada. Si Colombia le hubiera apostado a este tipo de inversión, quizás el proceso de reprimarización no habría sido tan intenso. Con cierta ingenuidad, Bejarano mantenía la ilusión de que el proceso de industrialización llevara a la “consolidación del sector de maquinaria pesada” (Bejarano 1982 a, p.139). Todavía a comienzos de los ochenta, se vislumbraba la posibilidad del fortalecimiento de la industria.
Descentralización y convergencia
En su análisis del plan de desarrollo de Antioquia, Bejarano cuestiona la poca descentralización que existe en Colombia. El margen de maniobra de los departamentos es débil. Los departamentos son “… impotentes para determinar objetivos en términos de crecimiento y asignación de recursos y desde luego en términos de bienestar de su población” (Bejarano 1982 a, p. 136). Este diagnóstico es acertado para describir la situación que se vivía en los 80s, y continúa teniendo validez hoy. Mientras el municipio tiene enormes potencialidades fiscales, derivadas de la ley 388 de 1997, el departamento no tiene autonomía herramientas tributarias. A raíz de la creación de las regiones administrativas de planificación, algunos gobernadores han insistido en que las nuevas modalidades del ordenamiento territorial deben darle mayor autonomía fiscal y política a los departamentos. Y siguiendo esta lógica han exigido más recursos propios.
En el estudio de las dinámicas regionales, Bejarano llama la atención sobre la necesidad de buscar que haya convergencia y, de manera acertada, la relaciona con las condiciones de bienestar, y no con las estructuras de producción. En sus palabras, “… el equilibrio entre las regiones debe ser más un problema de bienestar que de equivalencias en la estructura económica, los que les impediría explotar sus ventajas comparativas con detrimento del desarrollo nacional” (Bejarano 1982 a, p. 137). Así que se tiene que combinar la heterogeneidad productiva con el acercamiento en términos de calidad de vida.
La discusión sobre convergencia es relevante. Es equivocado tratar de homogeneizar estructuras productivas porque ello iría en contra de las ventajas comparativas que tendría cada departamento. Esta percepción es adecuada como instrumento de política pública. La heterogeneidad de los departamentos es relevante desde el punto de vista del desarrollo económico. Si se explotan bien estas potencialidades se logra un mejoramiento de la productividad y de las condiciones de vida. Pero, en opinión de Bejarano, la convergencia tendría que juzgarse desde la calidad de vida. Esta aproximación es adecuada, y ello se confirma con los debates recientes sobre los procesos de convergencia.
De nuevo se trae a colación el sentido que tendría la comparación entre los países o las regiones. Los indicadores usuales, como el Doing Business, que proponen avanzar hacia una meta común. Este tipo de parametrización, pero más cercano a las condiciones de vida, también se observa en medidas como el índice de desarrollo humano (IDH). Detrás de cada índice subyace una homogeneidad valorativa que, de alguna forma, invita a la convergencia. Sen (1999) observa que las grandes religiones del mundo comparten los elementos constitutivos de lo que sería una buena vida. Piensa Bejarano que la intuición común sobre la buena vida es el principio rector de la convergencia.
El corto y el largo plazo
En su análisis sobre el desarrollo, Bejarano muestra la necesidad de diferenciar los resultados del corto y del largo plazo. Advierte sobre las confusiones que se presentan entre ambas miradas.
“Existe una contradicción entre la estrategia de desarrollo y las posibilidades reales de la economía; se han sacrificado el crecimiento de la demanda interna y el crecimiento de largo plazo en favor de una estabilidad de corto plazo, que solo muy precariamente se está consiguiendo y que además, no resolverá mayor cosa en el largo plazo aunque, sin duda, sí contribuirá al prestigio político de este cuatrenio” (Bejarano 1982 a, p. 119).
En varios textos Bejarano destaca la relevancia de tener una perspectiva amplia, en la que es relevante la consolidación del mercado interno. Las fórmulas que propone para la reactivación de la economía tienen un aire keynesiano, que se manifiesta en frase como “…el manejo de tasas de interés debe hacerse en función prioritariamente de la reactivación productiva y no de la estabilidad en sí misma del mercado de capitales” (Bejarano 1982 d, p. 132). Al perder de vista un horizonte de largo alcance, el debate económico termina siendo muy miope. Y los logros de corto plazo satisfacen los propósitos de los gobiernos pero no resuelven los problemas estructurales de la economía[****].
El crecimiento pro-pobre
Bejarano se adelanta a la discusión contemporánea sobre el “crecimiento pro pobre” (Kakwani, Khandker y Son 2004). En sus palabras, “… en el orden de lo posible para Colombia, se puede contabilizar claramente un mayor crecimiento con una mejor distribución del ingreso que elimine la pobreza absoluta” (Bejarano 1982 c, p.123). En otras palabras, para que la pobreza disminuya es necesario que el crecimiento esté acompañado de una mejor distribución del ingreso. Es necesario conjugar las estrategias de crecimiento y equidad. Sería ideal que las dinámicas de la economía llevaran a que el ingreso de los más pobres crezca “más rápido que el ingreso nacional per cápita” (Bejarano 1988, p. 200).
7. Conclusiones
La lectura de Bejarano es una invitación a pensar la economía alrededor de la “acción humana”, como diría Mises (1949). La mirada integral e interdisciplinaria ayuda a tratar de comprender la complejidad de la sociedad. Como decía Bejarano, el economista debería “saber de todo”. Admiró a Arendt y, como ella, estaba convencido de que la comprensión es una tarea inacabada.
“La comprensión no tiene fin y, por lo tanto, no produce resultados ciertos; es el modo específicamente humano de vivir, porque cada individuo singular necesita reconciliarse con un mundo en el que ha nacido como un extraño y en el que, en la medida de su específica unicidad, siempre permanecerá como un extraño. La comprensión comienza con el nacimiento y acaba con la muerte. En la medida en que la aparición de los gobiernos totalitarios es el acontecimiento central de nuestro mundo, comprender el totalitarismo no supone perdonar nada, sino reconciliarnos con un mundo en el que tales cosas son posibles” (Arendt 1953, p. 3).
Hace 20 años mataron a Chucho. Y nuestra tarea es tratar de entender. Y con Arendt habría que buscar, sabiendo que no las vamos a encontrar, las razones por las cuales se decide, al interior de la Universidad, destrozar el cerebro de una mente lúcida. La negación radical del otro es una forma de totalitarismo. Y, de nuevo, si queremos reconciliarnos con este mundo, en el que tales cosas son posibles, no nos queda más remedio que seguir luchando por comprender. A pesar de su escepticismo, y de sus reiteradas dudas, Chucho pensaba que era posible avanzar hacia la paz.
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[*] Sobre la complejidad de la personalidad de Bejarano hablan bien estos dos textos de Rivera y de Kalmanovitz:
“Inteligente y feo, era una especie de Kalmanovitz cimarrón, mucho menos clasificable, por su desesperante independencia de grupos y sectas. Sus vecinos de generación no le perdonamos (es un decir, se entiende) no haber sido mamerto en alguno de los matices” (Rivera 1999).
“Chucho era perfectamente desparpajado y desleal. Se burlaba permanentemente de personas e instituciones con base en su malicia y su facilidad de palabra. Su padre había sido conductor de taxi, obviamente de mínimos recursos y Chucho debió asistir a sistemas religiosos y públicos de educación, logrando jalarse él mismo de sus talones. Era el gran orgullo de su padre. A nosotros nos miraba con desdén, diciendo que habíamos sido alimentados con cucharita de oro. Tenía la enorme facilidad de escribir graciosamente y con ello dejaba perplejo a su público, aportando en muchos campos del conocimiento. Incentivaba a sus estudiantes a conocer y leer, a veces siendo exigente con la calidad de los trabajos escritos, pero aparecía desabrochado al decirles que aprendían más discutiendo de política con sus compañeros en la cafetería que mamándose la carreta de un profesor malo, en lo cual hasta tenía razón (aquí lo parafraseo). Tan serio era en esto que su objetivo principal durante su decanatura fue construir la cafetería de la facultad, lo que efectivamente logró” (Kalmanovitz 1999, p. 187).
[†] Cuando ocasionalmente utiliza estas nociones, como en Bejarano (1981), lo hace sin mayores pretensiones analíticas, y de forma intuitiva. En este texto se refiere a la plusvalía absoluta y relativa, pero sin ningún ánimo de demostrar su afirmación y, mucho menos, de profundizar en su significado analítico.
[‡] Sobre la obra de Veblen, ver Tilman (1993).
[§] Ver, además, Tenjo (1983).
[**] Es importante examinar la relación entre las distintas formas de organización regional, y las identidade nacionales. “El punto central consiste en saber cuál es el papel de la organización social regional, desde el punto de vista de los mecanismos de intermediación, respecto de objetivos y de búsquedas de identidades nacionales” (Bejarano 1990 b, p. 115).
[††] “… tan pronto como nos interrogamos sobre el entorno económico, social o político que hace posible tal multiplicidad e intensidad de la violencia, las respuestas se hacen menos asibles y las interpretaciones, quizá como fruto de nuestra incapacidad para enfrentarlas, o siquiera para comprenderlas, derivan con facilidad hacia el lugar común. Suelen verse, pues, desde la simplificación que atribuye el conflicto a la pobreza o la estrechez del espacio político, hasta aquella postura que, de una manera más simple, encuentra en una “actitud permisiva” del Estado o de la propia sociedad, la persistencia de los hechos violentos, en una amplia gama de interpretaciones de desigual alcance pero, en todo caso, siempre insuficientes” (Bejarano 1990, pp. 23-24).
[‡‡] En los artículos incluidos en el informe de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas (2015) se observa bien la tensión entre los enfoques determinista y las miradas que le dan margen de acción a los sujetos.
[§§] Ver, además, Bejarano (1989 c, d, e, f; 1995 a, b; 1998 a, b).
[***] “Observación I: Cuando al trabajo familiar empleado en el agricultura se le “imputa un valor”, en términos de la tasa del salario estándar, gran parte de la agricultura india aparece sin remuneración” (Sen 1962, p. 243).
[†††] De acuerdo con la ley 505 de 1999 (República de Colombia 1999), el valor de la UAF es 1.080 salarios mínimos legales diarios, que en pesos de hoy corresponde a $26.557.815 al año y a $2.213.151 mensuales.
[‡‡‡] La concentración ha aumentado de manera significativa. En el censo agropecuario anterior, que fue en 1970, las fincas de más de 1.000 ha. ocupaban el 30% del área. Esta participación aumentó a 59,5% en el 2014.
[§§§] De aquí se derivan los Observaciones II y III de Sen.
“Observación II: En líneas generales, la “rentabilidad” de la agricultura aumenta con el tamaño de la explotación. La “rentabilidad” equivale al excedente (o déficit) del valor de la producción con respecto a los costos, incluyendo el valor imputado de la mano de obra” (Sen 1962, p. 243).
“Observación III: De manera general, la productividad por acre disminuye con el tamaño de la explotación” (Sen 1962, p. 243).
Bejarano no cita el artículo de Sen, que se ha convertido en un punto de partida relevante para el análisis de las condiciones de producción de la agricultura.
[****] “… quizás el hecho de que se haya perdido la perspectiva de largo plazo, ha introducido en el país un estilo de debate económico – suponiendo que haya debate -centrado en los problemas de coyuntura, de corto plazo, que se adelanta a menudo mediante una larga enumeración de problemas que debieran resolverse, pero sin que se establezcan prioridades, metas y mucho menos mecanismos de política” (Bejarano 1982 c, p. 122).
Foto tomada de: HSB Noticias
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