Ya hemos pasado antes por esto: una oposición generalizada de los demócratas a una guerra escandalosa, especialmente entre los jóvenes, mientras una buena parte de la cúpula del partido sigue sin estar dispuesta a detener la participación de los Estados Unidos en ese conflicto. En los años 60, fue Vietnam. Hoy se trata de Gaza.
Los ecos de esa división se hicieron notar con fuerza en la reunión de esta semana del Comité Nacional Demócrata en Minneapolis. Allí, el martes, el Comité de Resoluciones del partido votó en contra de presentar una moción para que los demócratas se opusieran oficialmente al suministro continuado de armas a Israel para que librear su guerra de exterminio. Sí votó a favor de una resolución que, en esencia, reafirmaba la posición de la administración Biden sobre la guerra: pedir una solución de dos Estados, la liberación de los rehenes y el fin del conflicto. Sin embargo, esa resolución no decía nada sobre el suministro continuo por parte de los Estados Unidos de armas con las que el Gobierno de Netanyahu viene librando su guerra.
La resolución que se aprobó la redactó el presidente del DNC, Ken Martin. La que fue rechazada la redactó Allison Minnerly, miembro del DNC, una joven de Florida de 26 años que se dedica a la movilización de votantes. Su resolución contó con el apoyo de la mayoría de los miembros jóvenes del DNC, incluidos los líderes de los College Democrats of America [estudiantes universitarios] y los High School Democrats of America [estudiantes de instituto].
Durante la reunión del comité celebrada el martes, los defensores de la resolución de Minnerly presentaron enmiendas que la habrían hecho más aceptable para la mayoría de los miembros del Comité Nacional Demócrata, sobre todo aquella en la que se especificaba que la prohibición de armas solo se aplicaría a las armas ofensivas (y no, por lo tanto, a las armas defensivas como los sistemas antimisiles de la Cúpula de Hierro de Israel). Con eso se habría ajustado efectivamente su resolución a la que Bernie Sanders presentó el mes pasado en el Senado, que fracasó ante la oposición unánime de los republicanos, pero que sí obtuvo el apoyo de la mayoría de los demócratas del Senado, que votaron a favor por un margen de 27 a 17.
Sin embargo, los partidarios de la resolución de Martin también votaron asimismo en contra de esa enmienda, por temor a que, así modificada, la resolución de Minnerly pudiera prevalecer si llegaba al pleno en la reunión general del miércoles. El hecho de que votaran a favor de la enmienda los partidarios de la resolución en la comisión demostró su deseo de modificar su posición inicial, si con ello podían hacer que la cúpula del partido se alineara con la posición de la base del partido: una encuesta de Gallup de finales de julio reveló que solo el 8 % de los demócratas apoyaba la guerra de Israel contra Gaza, mientras que una encuesta de Quinnipiac publicada ayer mismo reveló que los demócratas se oponían, por un margen de 75 % a 18 %, a que los Estados Unidos enviaran más ayuda militar a Israel para su guerra.
Aparentemente, Martin comprendió que estaría lanzando al partido al abismo si presentaba su propia resolución. En lugar de eso, la retiró y mantuvo una reunión improvisada de cinco minutos con Minnerly, en la que acordó formar una comisión para elaborar una postura del Partido que, presumiblemente, reflejara un mayor consenso. Minnerly acogió con satisfacción su propuesta, con la esperanza, según me comentó, de que la comisión elaborase algo que reflejara mejor la opinión de la «gente común» que forma en las filas del Partido.
Si nos retrotraemos 60 años atrás, podemos encontrar la misma dinámica generacional. Fue en 1965 cuando Lyndon Johnson comenzó a desplegar gran número de tropas norteamericanas en Vietnam, una medida que inicialmente contó con el respaldo de la mayoría de los demócratas. Sin embargo, cuando los informativos nocturnos de televisión comenzaron a revelar la realidad de nuestra guerra —la destrucción indiscriminada de aldeas, el número creciente de víctimas civiles—, los jóvenes norteamericanos se volvieron en contra del conflicto. Sus filas no se limitaban a los radicales del SDS [Students for a Democratic Society] (que, en 1965, no eran realmente tan radicales). Ese año fue también testigo de cómo la primera organización demócrata se pronunciaba en contra de la guerra: los Jóvenes Demócratas de California, encabezados en ese momento por dos estudiantes de la Facultad de Derecho de la UCLA, Henry Waxman y Howard Berman, que más tarde se convertirían en congresistas demócratas de importancia nacional. La oposición a la guerra creció entre los jóvenes hasta el punto de definir a su generación frente a la de sus mayores. Dentro de las filas de los activistas demócratas, fueron los jóvenes los que no sólo se manifestaron contra la guerra, sino que también recorrieron los distritos electorales y trabajaron en los listados de teléfonos [para llamar a los votantes] de los candidatos presidenciales demócratas contrarios a la guerra: Eugene McCarthy en 1968 y George McGovern en 1972.
No es que la oposición demócrata a esa guerra se limitara a los jóvenes, al igual que la oposición demócrata a la guerra de Gaza tampoco se limita a la actual generación Z. Dicho esto, la oposición al apoyo de los Estados Unidos a la guerra de Netanyahu se está convirtiendo en una cuestión determinante para los jóvenes norteamericanos, y el apoyo a la guerra está disminuyendo incluso entre los republicanos más jóvenes. Cuando medio millón de israelíes están saliendo regularmente a las calles para oponerse a la campaña de Bibi de arrasar completamente Gaza, a pesar de la insistencia de los principales generales israelíes en que Hamás ha sido derrotado, y a pesar de la amenaza que su nueva ofensiva supone para los rehenes israelíes que quedan, el argumento de que seguir suministrando armas ofensivas a Israel expresa nuestra solidaridad con ese país queda cada vez más desmentido por el propio pueblo israelí, harto ya de la matanza de Bibi. Hoy en día, nuestro suministro de armas se ha convertido en una expresión de solidaridad únicamente con los asesinos ultranacionalistas de derecha miembros del gabinete israelí, cuyo apoyo Bibi no se atreve a perder.
Los líderes demócratas más sensibles políticamente, como esos 27 senadores demócratas, parecen haber comprendido tanto la censura moral que supone enviar armas a estos fanáticos como la idiotez estratégica de enajenarse a la base de su propio partido y, más concretamente, de obligar a los jóvenes demócratas a definirse por oposición al estamento de poder del partido, ya de por sí asediado. Que pueda transmitirse esa sensibilidad política a los imbéciles del Comité Nacional Demócrata sigue siendo una incógnita.
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