Tres de ellas se distancian con ventajas considerables, de acuerdo con la encuesta de INVAMER. Esta ubica en la punta de la carrera a Iván Cepeda con un casi 32% en las intenciones de voto, seguido de lejos por Abelardo de la Espriella, dueño de un 18%; mientras tanto, mucho más atrás con su pedaleo fatigoso pero persistente se asoma Sergio Fajardo, respaldado por un 8% del electorado potencial.
Las fuerzas se decantan: entre los tres —todos varones, vaya problema de género— concentran casi el 60%; el otro 40% se disuelve en una fragmentación cuyos componentes comenzarán a orbitar en torno de los focos más intensos.
Por otra parte, las tendencias ideológicas también se definen: el primero de los candidatos —el que ganaría si las elecciones fueran este domingo— representa a la izquierda; es quizás el “tibio” que le hacía falta a esta vertiente ideológica; de talante moderado, ha sido más cercano a la causa de las víctimas y de los derechos humanos. El segundo, representa a una extrema derecha pugnaz; personalmente salido de tono; es casi siempre exhibicionista y cómicamente narciso, una mímesis que lo pone a tono con cierta derecha internacional de estilo provocador. Finalmente, el último de los escapados del lote se inscribe en el centro del arco político; por cierto, con una constancia, a veces admirable, a veces irrisoria; eso sí, es dueño de una muy buena formación académica y se hace acompañar por equipos humanos competentes.
Lo que sucedió después de la consulta interna del Pacto Histórico
El milagro de esa depuración electoral, de la “limpia” ancestral que siempre regresa para desbrozar la maleza en los espíritus, parece ser obra de la Consulta del 26 de octubre en el Pacto Histórico. Este fue un evento en tiempos políticos fríos que, sin embargo, calentó el ambiente.
No sólo posicionó bien a un candidato progresista, con una plataforma incuestionable de casi tres millones de votos; sino que indirectamente liquidó a la pujante y belicosa candidata de la derecha, salida de las filas de un periodismo defensor del status-quo y buscapleitos, hostil a los procesos de paz.
Lo cual le abrió paso al ascenso en las encuestas de otra alternativa derechista, la representada por De la Espriella, un candidato que puede impresionar a muchos electores por su desparpajo y por sus mensajes simplistas y descarados en favor del orden, sólo que llenos de un ánimo vengativo contra la izquierda y el petrismo, algo que paradójicamente lo puede limitar al mismo tiempo en su ascendiente dentro de la opinión pública: primero por el fastidio que provoca su gesto extravagante y en segundo lugar por el temor que despierta entre los temperamentos razonables y moderados; es un candidato que con sus actitudes se mimetiza en modelos como el bukelismo o el movimiento MAGA en Estados Unidos, expresión subliminal de esa pulsión que va por el aniquilamiento del otro.
Simultáneamente, la consolidación de Iván Cepeda como alternativa política, aparentemente le ha puesto techo a las posibilidades electorales de Sergio Fajardo, el representante más definido del centro político e ideológico, el mismo que durante meses se mantuvo como una constante entre las posibles alternativas de éxito; pero que ahora sólo aparece como una tercera opción; cuadriplicada por el potencial electoral de Iván Cepeda y duplicada en las encuestas por el estridente candidato de la extrema derecha. Suceden las cosas como si hubiera empezado a frenarse en ese tope de los dos millones de votos; de verdad insuficientes para competir en la primera vuelta presidencial; incluso, muy distantes de los cuatro millones y medio que alcanzó hace ocho años, cuando estuvo empujado por la novedad y la frescura de su candidatura en aquel momento.
Con todo, sus posibilidades de crecimiento se mantienen vivas, lo que en el breve plazo estarían dictadas por su probable alianza con Claudia López, lo cual en una suma simple se traduciría inmediatamente en un caudal de tres millones, aún insuficientes; sin que eso impida por supuesto una especie de suma compleja, un factor multiplicador que los sitúe a ambos —a Fajardo y a Claudia—, si se hiciera realidad esa unión; en la perspectiva de una renovada fuerza simbólica, en condiciones de ampliar su fuerza electoral; eso sí, con el reto de atraer electores de la centro-derecha; pero sin que puedan evitar el riesgo de que sus predios sean conquistados por la izquierda, comandada en esta ocasión por un candidato que no despierta miedos en esas zonas ideológicas del centro.
Entre la moderación y el revanchismo
Está claro que una de las amenazas matemáticas que enfrenta el centro es la de que por el flanco de su izquierda vea minado su terreno por la influencia del candidato Cepeda, el mismo que puntea en las encuestas; esa condición de potencial ganador le puede acercar indecisos, pragmatismo obliga; pero que son atraídos, claro está, por su perfil moderado y discreto que lo aleja de la rivalidad pendenciera. Él mismo ha dicho que no participará en debates que se conviertan en una feria de insultos y ataques personales, promesa ésta que, lejos de dibujarlo como un “tibio”, le traerá positivamente réditos electorales, como ya se está viendo.
Son condiciones difíciles, con las que tendrán que competir los candidatos centristas en su interés por aparecer como políticos equilibrados y alejados de los extremismos nocivos.
Cepeda, desde la izquierda, le regala la pelota de la identidad radicalizada y del estilo pendenciero a los candidatos de la extrema derecha y de un anti-petrismo hirsuto, el que por cierto no ha conseguido que la favorabilidad del presidente baje nunca del 32% o 34% en las encuestas.
De esa manera, si se suman las intenciones de voto de Cepeda y de los candidatos del centro, Fajardo y Claudia, se obtiene una suma casi del 45% en favor de la moderación.
Mientras tanto, la polarización, asociada en esta ocasión al revanchismo anti-petrista, recogería por lo pronto un 28%, sumados De la Espriella, Vicky, Cabal, Valencia y Uribe Londoño, aunque este último no va más.
Un 28% para la polarización y un 45% de posible respaldo para la competencia razonable que por supuesto no reniega del compromiso: es todo ello una relación matemática que por lo pronto desvirtúa la polarización y el radicalismo extremo, como la regla central, la que en cambio deja su lugar en el juego electoral a un sistema mixto de polarización y al mismo tiempo de competencia política leal.
Ricardo García Duarte
Foto tomada de: https://ivancepedacastro.com/

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