“El valle es de oro amargo;
y el viaje es triste, es largo”.
César Vallejo
El oro en Colombia es la metáfora invertida del rey Midas, que cuanto tocaba convertía en oro, porque aquí el oro convierte lo que toca en destrucción, en muerte. Desde el camino a “El Dorado” que siguieron los conquistadores cinco siglos atrás, que de los pueblos originarios dejaron sólo calaveras y ruinas, todo por levantar el áureo metal. Por el oro de las entrañas americanas se esclavizó a 11 millones de almas africanas, con todas las formas legales. Se enterró en vida a miles de mineros pauperizados, y se traicionó la patria tantas veces como propinas hubo de multinacionales, por las concesiones mineras.
Es el oro el que modifica la vocación cocainera de la economía colombiana, que trasfiere sus ganancias a la extracción minera, y con toda la capacidad de violencia se aferra la mafia a sacar oro de la tierra y de los ríos. Claro, el precio del metal se ha multiplicado casi por 500 en dos décadas. Cuando el sector financiero del mundo se ha tornado en una cueva de estafadores, y el tesoro de los imperios se fundamenta en la fuerza, la solidez del oro es inmejorable garantía para las riquezas.
En Colombia todavía queda oro, a pesar de cinco siglos de saqueo. Y cuando su valor crece en el mundo es el activo por excelencia. Por eso las zonas de la minería del oro, que en mucho coinciden con las cocaleras, se vuelven fortines de los grupos ilegales, mientras la presencia estatal se reduce a la incursión de algunos uniformados que, armas en la mano hacen disparos, y terminan subordinados al poder mafioso.
Una pequeña tribuna, del tendido de la derecha, pide sangre en la arena, personajes que promueven el desorden para reclamar orden: corresponden a los de extracción social lumpesca, y son los mismos vampiros que necesitan perpetuar la violencia en Colombia para poder sobrevivir. Quieren sangre, y pretenden soliviantar a las Fuerzas Armadas, o en su defecto, al paramilitarismo. Ahora, lanzan voladores porque han logrado que uno de los componentes de la Paz Total se frene, el relacionado con el llamado Clan del Golfo, sedicientes Autodefensas Gaitanistas, antes Urabeños, o Uribeños. Una marca posicionada en la oferta de terror nacional, derivada del proceso con el paramilitarismo durante los gobiernos de Uribe, y el prófugo Luis Carlos Restrepo, alias El Tierno.
Ese mismo grupo acudió a los llamados del uribismo a desarrollar acciones contra el gobierno de Santos, y contra el proceso de paz con las antiguas FARC. Esa recidiva de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, luego AUC, con nuevo nombre acude al llamado de la extrema derecha, y sacude el orden público con el llamado paro minero del Bajo Cauca, según denunció el gobernador de Antioquia, Aníbal Gaviria.
El llamado paro de los mineros del oro señala una especie de Aleph (el punto por el que pasan todos los puntos, según el cuento de Jorge Luis Borges) en el conflicto colombiano: Es el ojo del huracán de la violencia común y política, el nuevo eje central de las mafias colombianas, así como un reservorio de ilegales para desestabilizar el gobierno del cambio; también es un poderoso factor de destrucción ambiental que depreda selvas, ríos, fauna y flora; es el cruce donde convergen las economías ilícitas, y el sumidero por donde se drena por billones la riqueza de la nación.
Con fuentes oficiales, un estudio de la Defensoría del Pueblo, y del Centro de Innovación Minero y Ambiental de la Universidad del Rosario señala que el 87% de las unidades de producción minera de oro, es ilegal. Una típica cifra macondiana, que está por encima de las tasas de países africanos, considerados fallidos. Si se estima que la producción aurífera en Colombia oscila entre 55 y 65 toneladas año, y que una onza de oro (31 gramos) vale $1.950 dólares, la evasión es de proporciones que pueden marcar la diferencia entre ser un país pobre y dejar de serlo.
Hasta ahora se ha otorgado una concesión implícita a los grupos paramilitares para la explotación aurífera, de la misma manera que se les ha delegado el manejo del orden público en la Colombia profunda. Hoy, el precio del metal áureo es astronómico, y seguirá subiendo con ritmo demencial, por lo que su demanda se traduce en presión violenta para su extracción en los territorios.
El paro minero expresa el reclamo del pequeño minero, el artesanal, que casi siempre es de subsistencia, mazamorreo se le dice en Antioquia, porque es para conseguir la mazamorra, el pan de cada día. Es un reclamo que el país no sólo ha desatendido, sino que ha traicionado, otorgándoles a las multinacionales extractivas los títulos que debieron haber sido el reconocimiento justo a siglos de ejercicio minero de las comunidades. Hoy la minería formal depende de la titularidad de la mina, es decir, quien no tiene título de propiedad no es un minero reconocido, y las concesiones mineras, en poder de las multinacionales, acaparan la titulación.
No queda lugar para la minería ancestral. La minería mecanizada, la que emplea maquinaria que vale miles de millones no está en manos del pequeño minero, sino de los grupos armados. El gobernador Aníbal Gaviria señala directamente al Clan del Golfo, que con la fuerza de las armas avasalla las mismas concesiones mineras, y el Estado colombiano hoy enfrenta demandas internacionales por incumplimiento de contratos de concesión.
La única forma de solucionar la situación del minero artesanal es revertir los títulos de concesión, porque no quedan áreas para formalizar, fuera de esto cualquier otra solución es un engaño. Por eso los intentos de formalización que hasta la fecha se han realizado han sido un fracaso.
La legislación encarga a los alcaldes el control de la minería ilegal, pero que a un alcalde de un municipio del Bajo Cauca antioqueño, del Darién, o del sur de Bolívar le encomienden regular esa minería, condena a las alcaldías de esos municipios a ser dominadas por las bandas ilegales, casi siempre paramilitares.
Corresponde al Estado colombiano retomar el tema del todo: en su dimensión minera, ambiental, social, jurídica, y militar. Esperemos que el presidente Gustavo Petro esté curado de espantos, tome esta bestia por los cachos, e instaure un orden justo y legal en la minería aurífera colombiana.
“el alquimista piensa en las secretas
leyes que unen planetas y metales.
Y mientras cree tocar enardecido
el oro aquel que matará la muerte,
Dios, que sabe de alquimia, lo convierte
en polvo, en nadie, en nada y en olvido”.
Jorge Luis Borges, El alquimista.
José Darío Castrillón Orozco
Foto tomada de: El Tiempo
Manuel caycedo says
Perspectiva de primera mano para ilustrar lo que se dice, sale en los pasquines capitalinos oficiales pero se tapa una y otra vez y nadie entiende ni le interesa entender. Es como cuando salió el COVID en China, de los chinos!… el tema del oro y paro minero de la gente “de por allá del bajo Cauca…” Error fatal en este país distraído y sin memoria.
Gracias x tu punto de vista y claridades.