Es un acontecimiento para el que no sobra, piensa seguramente el presidente, una buena ambientación, con discursos y consignas coreadas; y con una movilización en las plazas, con cierto aliento simbólico, que dé la sensación de un evangelio que la multitud ha esperado por largo tiempo; cambio y mensaje que nadie sería capaz de detener.
Movilización sin traumatismos
Lo cual no es tan malo ni tan peligroso, como los más aprensivos lo temen; ni tan eficaz, como en la otra trinchera, los más optimistas lo esperan. En realidad, las manifestaciones populares tienen un impacto riesgoso solo en coyunturas críticas, como las que han sacudido a Venezuela y al Perú, situaciones en las que los actores pierden los papeles. Si no sobrevienen dichas coyunturas, las movilizaciones tienden a la rutina; a convertirse en un rito para reproducir periódicamente las lealtades con el gobierno o con la oposición.
En el horizonte próximo no se prevé una coyuntura crítica, a la manera de una ruptura interna en el Estado, patentada, no en una simple querella entre facciones políticas, sino en desencuentros insalvables que comprometan la suerte de instituciones fundamentales, esos conflictos insuperables, en los que eventualmente se ven envueltos como actores las Fuerzas Armadas, el Congreso o las Cortes.
A estas alturas nadie va a pensar que hay una fractura seria que desestabilice al órgano ejecutivo, menos que lleve a una parálisis del Estado o, peor aún, a su colapso, lo que es usual en algunos países del vecindario. En casa, por el contrario, todo permanece en orden en lo que se refiere a los altos heliotropos; los asuntos y las acciones siguen el curso de los canales impuestos por la Constitución. Aunque no faltan las aves de mal agüero que descubren siempre las sombras amenazantes contra el nuevo poder, esos espectros shakesperianos (con los que hablaba Hamlet), como los del capital, el militarismo o la reacción. Pero ese no es el escenario en la Colombia por el momento.
Las contradicciones que posiblemente afecten las reformas, para bien o para mal, son las que surgen en el ámbito de la representación política; es decir, en las bancadas del Congreso.
Solo que el presidente Petro dispone de una amplia mayoría, una coalición tan fuerte como las que tuvieron los últimos tres presidentes, reflejo de un poder presidencial que posee tanto peso gravitacional que los partidos y las facciones prefieren estar del lado del gobierno, con o sin mermelada, con muchas o pocas gabelas, es cuestión de atracción institucional, ideológica y cultural por parte de los núcleos que más irradian poder; claro, no quiere decir que entonces rechacen la mermelada.
El poder presidencial supone una fuerza centrípeta que endereza como un imán las bancadas y los liderazgos hacia el centro del poder; lo hacen por supuesto, hasta cierto umbral en el que, por interés o por distancia ideológica, algunos prefieren correr con los costos de ser oposición; ya que sus ganancias al pertenecer a la coalición gobernante no van a ser significativas y en cambio pueden espantar a sus bases; alguien tiene que hacer de oposición, para reservarse las posibilidades de convertirse en alternativa de gobierno.
El Trámite Parlamentario
Luego de la agitación y las consignas, llega como una epifanía el debate en el Congreso alrededor de las reformas, contenidas en los proyectos de ley y de actos legislativos, enviados por el presidente y sus ministros a las mesas directivas de Cámara y Senado. Ya tocó. Es en estas instancias en donde se toman las decisiones, no en las calles; aunque en estas se presiona.
Formalizado y radicado el proyecto de la salud, tal vez el orden más sensible, el que más afectará a los colombianos, queda abierta la discusión. Será alrededor de la primera de las reformas sociales, que podrían recoger la voluntad del cambio ofrecido en la campaña.
Por lo visto el proyecto propone un revolcón en el modelo conque opera el sistema basado en las EPS, empresas privadas; claro con el Estado detrás respaldándolas. Lo sustituye por un manejo más directo por parte de este último, a través de la ADRES (Administradora de los Recursos del Sistema General de Seguridad Social en Salud), que controlará y distribuirá los recursos financieros; también, el Estado propiciará el aseguramiento de los pacientes y la gestión del riesgo en su salud, lo cual quedará en manos inmediatamente de las clínicas y de los hospitales, entidades a las que la administradora nacional de la salud giraría los pagos, todo ello acompañado con un programa único de información sobre los pacientes. Se trata de un sistema vertido en un molde ciertamente más estatalista, lo cual no es bueno ni malo en sí mismo, pero sí lleno de azares, como lo mostraron experiencias pasadas; eso sí, habrá avances dado el énfasis especial puesto en la atención primaria y en la medicina preventiva.
La alteración del modelo parece radical, lo es de hecho; sin ser necesariamente una transformación claramente progresista o revolucionaria, algo que puede ser el signo de los tiempos en las reformas, al menos en algunas de ellas; por ejemplo, en la que se ocupa de los asuntos políticos.
¿Se impone la coalición?
Para su plan de reformas, el gobierno que es progresista por su perfil alternativo frente a las élites políticas tradicionales, cuenta con una mayoría super confortable en el Congreso, el lugar en donde ahora se producirán las aprobaciones o las negaciones respecto de las propuestas, ya lejos los ecos de la movilización, la oficial y la de los opositores.
Las reformas contienen elementos progresistas, pero también algunos inconvenientes o inconsistencias o vacíos, algo que da paso a las incertidumbres, acerca de su eficacia transformadora; incluso, se trata de componentes o rasgos que representarían involuciones de orden institucional y político.
Descontada la oposición cerrada del Centro Democrático, el debate pasará más por el aro de las contradicciones en la coalición gobernante; no tanto, hay que decirlo, por razones ideológicas cuanto más bien por las incertidumbres que abren sus aspectos más problemáticos, institucional y financieramente hablando. Por ejemplo, las incertidumbres que pueda concitar todo aquello que se refiera, en el caso de la salud, a la capacidad del Estado para manejar y controlar la tarea gigantesca de pagos, cobros y facturas de un sistema tan complejo como lo es el sistema de salud; o por la injerencia de la politiquería regional.
Las dificultades que están asociadas con tales incertidumbres pueden efectivamente provocar fracturas en la coalición mayoritaria. Sin embargo, la discusión razonada entre las bancadas, y su habilidad en la construcción de consensos, son factores que conducirían a los ajustes en las reformas, de modo que estas se salven, toda vez que las contradicciones ideológicas y morales no tienen un carácter irreconciliable.
Por lo demás, los partidos tradicionales parecen coincidir en la idea de que es conveniente permanecer en la misma cama representada por la coalición de gobierno. A su turno, el presidente Petro querrá asegurar dicha compañía, por razones de gobernabilidad; pues para nadie es un secreto que la adhesión del partido liberal, del conservador y del partido de la U, le garantiza la aprobación de los proyectos que hacen el tránsito por el Congreso.
El gobierno de Petro y los partidos están obligados a no tensar la cuerda y a atezar un espíritu de transacción inteligente, para lo cual será necesario prescindir de las precipitaciones, proceder a un debate sensato, unas técnicas y unos métodos éticamente obligatorios, al menos en el proyecto de la reforma a la salud. Lo delicado de los cambios en un campo relacionado con un derecho tan crucial, es algo que demanda la mayor finura en las argumentaciones y en las soluciones.
Es una lógica de transacciones y consensos que no está lejos de las tradiciones en las élites colombianas, solo que en este caso tendría que estar divorciada del mundo paralelo de los favores mutuos y del veneno clientelista.
Ricardo García Duarte
Foto tomada de: El País
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