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Política y educación

5 junio, 2023 By David Rico Palacio Leave a Comment

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En la larga historia de enfrentamientos armados y guerra civiles, Colombia registra un episodio que se prolongó durante poco más de un año por un motivo aparentemente fútil. Y no es que el asunto fuera en sí mismo intrascendente, es que, si bien es decisivo y de una importancia singular, lo que sucedió revela más la incapacidad del pueblo colombiano para resolver conflictos que el hecho necesario de la guerra, más aún si lo que la desencadenó no fue la acción reformadora de luchas progresistas, sino la reacción violenta de un espíritu ultraconservador. En 1886 se desató en Colombia lo que se conoce como la “Guerra de las escuelas”: un conflicto político con matices religiosos que derivó en guerra civil produciendo un sinnúmero de muertos, pues el partido conservador llevó a cabo una guerra de guerrillas para sublevarse contra el gobierno liberal de Aquileo Parra. La llama comenzó en el Cauca, y el incendio pronto se extendió hasta Antioquia, Tolima, Boyacá y Cundinamarca. La razón que detonó la guerra fue el descontento conservador ante la reforma educativa que consideró antirreligiosa y anticlerical. El gobierno liberal, asesorado por una comisión traída de Alemania, quiso emprender la transformación de los métodos tradicionales de enseñanza, entonces dominados por el fuerte influjo de la Iglesia Católica. Los propósitos modernos de la Ilustración que le imprimen a la escuela un carácter laico provocó la férrea oposición de la facción conservadora, la cual bloqueó cualquier intento de secularizar la educación. La autoridad eclesiástica tomó parte importante en la sublevación, y abusando de la influencia de su ministerio actuó a favor de los promotores de la guerra civil.

Ante cada intento de reforma, el conservatismo anuncia mil calamidades y amenaza con la guerra. Reprochan la injerencia del gobierno en las escuelas, como si la intromisión de la sociedad en la educación fuera invento exclusivo del pensamiento progresista, el cual quiere cambiar su carácter al arrebatar la educación de la influencia de la clase dominante: “La gran industria destruye todos los lazos familiares entre los proletarios y convierte a los hijos en simples artículos de comercio e instrumentos de trabajo” (Marx).

Si es verdad como afirma la Constitución en su artículo 67 que “la educación formará al colombiano en el respeto a los derechos humanos, a la paz y a la democracia”, entonces ella debe proponerse en primer lugar la enseñanza de la justicia, la libertad y la igualdad social.   “La exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas en la educación”, dice T. Adorno. Pero lo monstruoso parece no haber penetrado suficientemente en la conciencia de los colombianos, por lo cual fácilmente se repite el horror. Así pues, toda educación debe dirigirse contra la barbarie. Pero la educación no basta por sí sola para provocar transformaciones sociales y políticas:

“La educación no es la clave única para abrir la puerta de la transformación político social de la sociedad. Esta no es la única, pero sin ella no se hace nada. Si ella no lo hace sola es porque necesita contar con otras dimensiones de la organización política del Estado y de la sociedad” (Freire, 2008)

El modelo económico moldea el sistema educativo que estructura el tipo de enseñanza que se imparte. Replantear los aspectos negativos que definen una sociedad es tarea de una fuerza práctica que no solo se resiste a reproducir las viejas formas, sino que las destruye. Educar para la democracia es educar para el ejercicio participativo de una ciudadanía consciente que cuestiona posverdades, que critica la malicia, que desnuda la mentira, que sospecha de verdades fabricadas por medios tendenciosos al tiempo que reclama sus derechos.

Rousseau ha escrito que la oposición de intereses particulares ha hecho necesaria la creación de las sociedades, de modo que lo que la ha hecho posible es el acuerdo acerca de estos mismos intereses: “Es lo que hay de común en estos diferentes intereses lo que configura el vínculo social, y si no hubiese un punto en el que todos los intereses coincidiesen, no habría sociedad” (2012). Este principio ha sido retomado por Gustavo Petro cuando insistentemente ha hablado de un acuerdo sobre lo fundamental. Pero las viejas élites se niegan a un acuerdo de esta índole y ponen en peligro el proyecto que pretende construir una sociedad menos injusta y más igualitaria partiendo de un nuevo acuerdo sobre aspectos básicos de un tipo de sociedad razonablemente equitativo. Las reformas del gobierno Petro han provocado la reacción violenta de grupos poderosos e influyentes con los cuales se han profundizado las contradicciones, ya no entre intereses opuestos de particulares, sino entre diferentes grupos de clases sociales, pues la sociedad no se compone de individuos aislados, sino que los mismos individuos están atravesados por intereses que comparten por su posición social de clase. Los poderes políticos, económicos y tradicionalmente religiosos se han unido en santa alianza contra el gobierno Petro. Esta confabulación está empeñada en hacer creer que un clima de tranquilidad económica solo es posible mediante la crisis política de este gobierno, pues el camino positivo de las reformas es interpretado como excusa para explicar el desconcierto de “el mercado” y promover la crisis de la economía. En consecuencia, los medios quieren convencer a la ciudadanía de que si al actual gobierno le va bien el país queda sumergido en la incertidumbre, de modo que solo la crisis política de su gobierno puede dar confianza a “los mercados” y presionar hacia abajo el precio del dólar.

Sin embargo, la acción política del pueblo organizado que defiende las reformas produce cada vez mayor conciencia sobre los que obstaculizan la realización de estas. La reforma de la educación ya no puede ser motivo de guerra, sino principio de transformación social. Educar para la democracia es educar para acción política, pero la acción política es a su vez el medio necesario para producir un cambio sustancial en la enseñanza.

Aquellos que se oponen al espíritu reformador para promover la guerra deben saber que ya pasó el tiempo en que la confrontación de clases quedaba oscurecida por el enfrentamiento a muerte entre los mismos pobres, y que llegó el momento de una lucha que revela el conflicto de una abierta oposición de clases, sin caer en el espejismo tentador de promover la guerra que estimula la derecha.

David Rico

Foto tomada de: Banrepcultural.org

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Filed Under: Revista Sur, RS Desde el sur

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