Hemos escuchado y leído a muchos analistas y opinadores señalando que si tenemos el riesgo de retornar al pasado (se habla de los años 80s y 90s del Siglo anterior) y que el conflicto armado se acabó y demás aspectos. Todo ello a partir de una ofensiva violenta de atentados y actos contra la Fuerza Pública y la población civil -especialmente en el Cauca, Valle del Cauca y Catatumbo- y especialmente por el condenable atentado contra el precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay en la ciudad de Bogotá.
Quisiera señalar que nada indica que nosotros tengamos una historia circular (estemos dando vueltas alrededor de los mismos problemas), o que estemos retrocediendo al pasado. Pero igualmente no podemos hacer caso omiso de elementos que han estado presentes en nuestra historia y siguen teniendo incidencia tanto en los elementos de nuestra cultura política, como en la comprensión de muchos de nuestros comportamientos como sociedad y cómo asumimos las disputas políticas. La tendencia a mirar al adversario como enemigo, al uso de la violencia para lograr resultados políticos, la tendencia al hegemonismo político y a excluir la posibilidad de compartir o conciliar con otros. Lo que tenemos muy interiorizado es la idea del desquite y la venganza (aunque tendamos a negarlo) y a considerar que si ganamos un pedazo de poder político es para imponer nuestros puntos de vista.
En últimas, no es que estemos retornando al pasado, es qué hay elementos de nuestra tradición y cultura política que siguen presentes y no hay ninguna disposición a modificarlos (las coaliciones y acuerdos son para que aprueben lo que yo pienso no para consensuar puntos de vista).
Por supuesto, hoy estamos en una sociedad mejor y más informada, con fuerzas de seguridad estatales más capacitadas y con una mayor exposición a la comunidad internacional, todo lo cual hace que aún que hubiere la disposición a realizar mayores hechos de violencia, sin embargo hay mayores dispositivos de control, entre ellos y de gran importancia, un mayor conocimiento y respeto a las normas constitucionales.
Pero el conflicto armado continúa con sus transformaciones de la hora (como se ha venido transformando desde sus orígenes, sin que nunca haya llegado a ser una amenaza real para el Estado), con esos remanentes de cultura política excluyentes y muy propensos al uso de la violencia (verbal, física y simbólica) y por el momento no parece haber una posibilidad de superación, entre otras razones porque poco se ha hecho en ese sentido. Por eso en el lenguaje político se sigue usando expresiones como esclavistas, guerrillero, fascistas, sediciosos, nazis, etc., que no es otra cosa que un retorno permanente a momentos de nuestro pasado que no queremos o no podemos olvidar. Que si se aprueba una decisión legislativa la pregunta enseguida es quiénes fueron los triunfadores y quienes los perdedores, en la lógica de vencedores y vencidos, no muy lejana a la de amigo-enemigo.
Por ello es de gran significación la intervención de la Conferencia Episcopal y el Cardenal de la Iglesia Católica al convocar a las cabezas de los tres poderes públicos y de los organismos de control a firmar un compromiso para desescalar el lenguaje y respetar las distintas instituciones. Seguramente no lograremos grandes resultados, pero algo que se avance en esa dirección debe ser valorado positivamente. La campaña electoral, tanto para Congreso como para Presidencia, que ya está comenzando no contribuye en ese sentido sino más bien a acentuar esas lógicas de amigo-enemigo
Considero que el cambio en esas dimensiones culturales es fundamental y ojalá próximos gobiernos tomen eso como prioridad, pero no hay que hacerse muchas ilusiones.
Alejo Vargas Velásquez, Doctor en Ciencia Política, Analista de Paz, Seguridad y Defensa
Foto tomada de: Infobae
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