Con la intervención de Trump en Naciones Unidas ha crecido la sensación de que es una persona errática y ajena, no solo a los usos y costumbres diplomáticas, sino al mero sentido común. Se comporta como un emperador caprichoso. Recuerda demasiado a la reina de corazones de Alicia en el país de las maravillas, esa reina llena de una “furia ciega” que condenaba a muerte a cualquiera que desafiara sus opiniones.
¡Que le corten la cabeza! decía la reina de corazones. ¡No funciona esta escalera mecánica! Grita Trump. ¡No funciona este teleprompter! ¡Alguien se está metiendo en verdaderos problemas! ¡Sé muy bien de lo que hablo: sus países se van al infierno por sus políticas migratorias! ¡Yo habría remodelado esta sede y me habría embolsado un buen dinero y todo estaría lleno de marmol, pero se lo dieron a otros!¡Las energías renovables son una estafa! ¡Los ecologistas radicales quieren que paren las fábricas y matar a todas las vacas! ¡El cambio climático es el mayor timo contra el mundo! En la campaña, la gorra más vendida decía: Trump tenía razón en todo! ¡Soy muy bueno haciendo predicciones. ¡Todos dicen que me debían dar el premio Nobel de la paz por cada una de las siete guerras que he parado en los últimos siete meses! No es literatura: es lo que ha dicho Trump en Naciones Unidas.
Lo de las siete guerras y los siete meses recuerda a los siete días en los que Dios creó el mundo. Pero Trump es más importante que Dios y como juega al golf, ha mantenido la referencia al siete, pero los ha convertido en meses para no andar agobiado ahora que está haciendo renacer al planeta.
Trump ha insultado a Naciones Unidas y a todos los presidentes del mundo que estaban presentes. Y también, claro, a sus ciudadanos. Ha dicho que Naciones Unidas financia invasiones al entregar ayuda humanitaria a los refugiados y ha dicho que la gran mentira del siglo no son las lociones crecepelo sino el calentamiento global, que es un invento de comunistas hippies.
No es la primera vez que se miente en Naciones Unidas. Otro dirigente norteamericano, el vicepresidente Colin Powell dijo en esa sede que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva. Era mentira, pero mucha gente se lo creyó. Trump odia a Sadik Khan, el alcalde de Londres de origen pakistaní. Le odia desde que Kahn, en 2015, deseó que Trump no ganara. Trump le insultó y dijo que si ganaba prohibiría la entrada a los EEUU de los musulmanes. Kahn le contestó con elegancia: “Tu visión del islam es ignorante, y sin darte cuenta les estás haciendo el juego a los extremistas, que nos quieren hacer creer que los valores liberales occidentales son incompatibles con la corriente principal y mayoritaria de musulmanes, y claro que son compatibles”, le respondía Khan a la BBC.
Bueno, pues en Naciones Unidas, Trump ha dicho que Londres ha caído en manos de los islamistas, después de señalar, prácticamente, que todo el que no sea blanco, es inmigrante, aunque vivan en sus propios países: “Miren, Londres, donde el alcalde es de lo peor. Londres ha cambiado tanto, tantísimo, que ahora quieren imponer la sharía”.
Trump es tan idiota que iría a México y cuando viera a gente con la piel morena diría a Ricardo Salinas Pliego: tienen ustedes aquí demasiados inmigrantes.
Contaba un periodista, citando al economista italiano Carlo María Cipolla, que los verdaderos idiotas son los que hacen daño a otros y, al tiempo, se hacen daño a sí mismos. Pese a las campañas de publicidad, es lo que está haciendo Trump y su equipo de seguidores en, por ejemplo, Argentina. No hay ninguna cifra económica que haya mejorado con Milei. Y cuando se ha reunido en Nueva York con Trump, ha posado con un tuit que su equipo, no menos descerebrados que él, le ha imprimido y enmarcado, como si fuera un título universitario. Trump parece que va a prestarle dólares a Milei, que terminarán en los bolsillos de sus amigos que inmediatamente lo llevarán fuera del país. Lo pagarán todos los argentinos. Y cuando vuelvan a ganar los peronistas, tendrán que hacerse cargo de esa deuda, no podrán gobernar para las mayorías, y las élites inventarán otro Milei para intentar tumbar ese gobierno. No sé cuánto tiempo van a aguantar los pueblos esa farsa. Es lo que explica el auge de la extrema derecha en Europa.
Trump ha ido a Naciones Unidas, se ha bajado los pantalones y ha orinado en el pódium sobre el mundo. Nos parecía excesivo aquello de Nikita Jrushchov dando zapatazos en el atril, pero lo de Trump es inigualable.
Otro discurso histórico, pero, muy al contrario, por su altura, ha sido el de Gustavo Petro, que se ha puesto al lado de los de Fidel Castro, de Salvador Allende, del Che Guevara y de Hugo Chávez. Porque en ese atril, después de hablar Trump, volvía a oler a azufre. E igual que el presidente venezolano llegó a la sede de la ONU después de ver a un padre con una niña con las piernas arrancadas en Bagdad por una bomba de George Bush, Petro llegó con el balance que le entregó la relatora especial de Naciones Unidas para Palestina, Francesca Albanesse, y que habla de 680.000 muertos por la intervención criminal sionista, la mitad o más seguramente niños. Una masacre autorizada por Donald Trump.
Colombia, con 300.000 muertos a sus espaldas por una lucha contra la droga que es una tapadera para la defensa de los intereses geopolíticos de los EEUU, junto con Sudáfrica, que tiene la memoria del apartheid que encerró a los negros en reservas llamadas bantustanes, han liderado la lucha contra el genocidio en Gaza, una palabra prohibida y castigada en las redes sociales y que ya empieza a nombrarse sin miedo. Ya son 155 los países que reconocen el Estado palestino y salvo las derechas, que no quieren hablar de genocidio solo para no darle la razón a la izquierda, todo el planeta sabe que están asesinando inocentes en nombre del sionismo. Bueno, y del Rey de España, Felipe VI, al que estos cientos de miles de muertos no le parecen suficiente razón para hablar de genocidio, y ha preferido contentar a la derecha española, más cerca de los sionistas que de la decencia.
En todos los países donde no gobierna la derecha, la oposición ha hecho campaña a favor de Israel, hasta el punto de que un ex presidente de Colombia, como Iván Duque ha estado hace unos días fotografiándose con Netanyahu mientras asesinaban a más de 20 niños todos los días en Gaza. ¿Por qué lo ha hecho? Por lo mismo por lo que Ricardo Salinas Pliego o Lilly Téllez pueden estar a favor de invasiones, aranceles o ataques a su propio país cuando gobierna la izquierda, en este caso Claudia Sheinbaum. En España, Isabel Díaz-Ayuso gobierna, pero parece que está en la oposición. Y algo tiene con Israel que, como ha pasado con los negocios de su novio, terminará saliendo. No quieren a México ni a Colombia ni a España: se quieren a sí mismos. Y por eso, Trump, después de decir que andaba destrozado por el asesinato de un monstruo, Charles Kirk, por parte de otro monstruo, otro seguidor del movimiento MAGA, amante de las armas, racista y xenófobo, les mostró a los periodistas la reforma de un salón de baile que había hecho en la Casa Blanca. Mucha pena no tenía. Y mandó que despidieran al presentador Jimmy Kimmel cuando hizo notas en su programa esta incongruencia. En manos de quiénes está los EEUU y, desde ahí, el mundo.
Petro, vestido de guayabera, como García Márquez cuando fue a recoger el Nobel, reivindicó a Bolívar para decir que libertad o muerte. En vez de una espada, Petro llevaba un afilado lapicero en su mano. Y afirmó que la III Guerra mundial ya está en marcha, con millones de muertos -millones- en Ucrania, Gaza, Yemen, Sudán, Siria, Afganistán, Azerbayán, a los que hay que añadir los cientos de miles de muertos que producen las bandas de narcodelincuentes y que forman parte de la política exterior norteamericana. Regañó a Naciones Unidas, pero no para cerrarla, como plantea Trump, sino para reinventarla. Si no sirve para parar un genocidio hay que inventar otras Naciones Unidas. Y por eso, para que se puedan parar las masacres, reclamó a los pueblos que están despertando para que hagan despertar a sus mandatarios y, especialmente en los países de los BRICS, formen un cuerpo armado mundial que acabe con las guerras.
Acabar con el genocidio que hay en Gaza; acabar con el genocidio del cambio climático que mata las vidas que todavía no han nacido; acabar con el genocidio que acompaña a las migraciones y que han convertido el estrecho o el Darién o el desierto de Sonora en cementerios. Acabar con el genocidio que produce un sistema económico insaciable que es incompatible con la vida.
Mientras que Trump improvisaba estupideces, Petro dio una lección de economía política y recordó que las operaciones económicas, que los Estados nacionales -cada vez más ineficientes e inútiles-, que el capitalismo o que las guerras son relaciones sociales, es decir, relaciones no entre cosas que no tienen voluntad e inertes, sino entre personas que toman decisiones. Por eso, la guerra tiene que dejar de ser contra el “narcotráfico”, que nadie sabe muy bien qué es, y serlo contra los “narcotraficantes”. Porque así, como le contaba la Garganta profunda que destapó el Watergate a Bob Woodward, al periodista que representaba el recientemente fallecido Robert Redford en la película “Todos los hombres del Presidente”, podremos seguir el dinero. Porque si queremos acabar con la violencia de las drogas, hay que acabar con el blanqueamiento que permite el sistema financiero internacional y con el uso geopolítico que hace EEUU de la lucha contra la droga.
No dejó Petro de llamarle a Trump, además de irracional -niega la ciencia-, de mentiroso -acusa sin pruebas a los demás- y de ladrón -quiere robarle el petróleo a Venezuela y por eso acosa al país con barcos y submarinos- de asesino. Porque mandar asesinar a jóvenes, presuntamente delincuentes, lanzando un misil sobre una lanchita en el mar Caribe, es decir, pulverizándoles sin derecho a juicio y de esa manera desproporcionada, es un asesinato. Y si los países del mundo no fueran dependientes del dólar y de las armas gringas, primaría la decencia y le dirían a Trump: eres un asesino. Como ha hecho Gustavo Petro de manera valiente y llenando de dignidad al pueblo colombiano y con él, a toda la gente decente que piensa de la misma manera.
Ya vendrá otro Robert Redford, que seguramente será latino, y hará esa película. Mientras, la flotilla Sumud sigue su rumbo a Gaza.
Juan Carlos Monedero
Foto tomada de: Los Ángeles Times
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