Recordemos la escenificación del Asalto al Palacio de Invierno organizada en Petrogrado el 7 de noviembre de 1920 (1), para conmemorar el tercer aniversario de la Revolución de Octubre. Decenas de miles de obreros, soldados, estudiantes y artistas trabajaron día y noche, alimentándose a base de kasha (las insípidas gachas de trigo), infusión y manzanas congeladas, para preparar la representación en el lugar mismo en el que tres años antes “se produjo realmente” el acontecimiento. De coordinar el trabajo se encargaron oficiales del Ejército y artistas, músicos y directores teatrales de vanguardia, desde Malévich hasta Meyerhold. Aunque esta era una actuación, no la “realidad”, los soldados y marinos se interpretaban a sí mismos. Muchos de ellos no solo habían participado en el suceso de 1917, sino también en encarnizadas batallas reales de la Guerra Civil que se libraron en las cercanías de Petrogrado, una ciudad sitiada y sometida a una fuerte escasez de alimentos. Un contemporáneo comentó acerca de la escenificación: “El historiador futuro registrará que, durante una de las revoluciones más sangrientas y brutales, toda Rusia actuaba teatralmente” (2). Y el teórico formalista Víktor Shklovski observó que “se está produciendo una especie de proceso básico que transforma el tejido vivo en lo teatral” (3).
Deberíamos, no obstante, someter esta idea de “tejido vivo transformado en lo teatral” a un análisis crítico más atento. ¿Qué se escenificó exactamente en 1920? Las repeticiones teatrales nunca son un asunto inocente, siempre transforman sutilmente la realidad que reconstruyen, en especial tratándose de una realidad con tanta carga política como la Revolución de Octubre. “Esta escenificación histórica, contemplada por 100.000 espectadores, proporcionó el modelo para las películas oficiales realizadas con posterioridad, que mostraban una lucha feroz durante el asalto al Palacio de Invierno, cuando, en realidad, los insurgentes bolcheviques encontraron poca oposición” (4). El Gobierno provisional estaba reducido a varios ministros reunidos en el Palacio de Invierno. Unos pocos guardias rojos accedieron por la entrada de servicio y los detuvieron… (Antes de este ataque, el propio Kérenski salió del palacio en un coche que él mismo conducía). Murió un marinero porque se le resbaló el fusil de las manos. Y cuatro guardias rojos y otro marinero fallecieron a causa de balas perdidas. Ese fue el cómputo total de bajas en aquel día histórico. La mayoría de los habitantes de Petrogrado no sabía siquiera que se estaba produciendo una revolución. Lenin tomó un tranvía el día anterior para llegar a la reunión bolchevique en la que se declaró la revolución, y estuvo a punto de perderse, a pesar de que los tranvías funcionaban bien… Es fácil imaginarlo diciéndole al conductor “lo siento, voy con prisa, tengo que hacer la revolución”… Un tranvía llamado revolución.
En lugar de entregarnos a un triste rechazo democrático moralista de dicho procedimiento, deberíamos analizarlo con frialdad y pensar en cómo aplicarlo hoy, puesto que la táctica de Trotski ha ganado nueva actualidad con la digitalización progresiva de nuestras vidas, en lo que podría denominarse la nueva era del poder poshumano. La mayoría de nuestras actividades (y pasividades) se registra ahora en una nube digital que también nos evalúa permanentemente, haciendo no solo un seguimiento de nuestros actos sino también de nuestros estados emocionales. Cuando más plenamente libres nos consideramos (navegando por una red en la que todo está disponible) estamos siendo totalmente “externalizados” y sutilmente manipulados. Todo está hoy regulado por una red digital, desde el transporte hasta la salud, desde la electricidad hasta el agua. Por eso Internet es nuestro bien común más importante hoy en día, y la lucha por controlarla es LA lucha de hoy. El enemigo lo compone la suma de bienes privatizados y controlados por el Estado, corporaciones (Google, Facebook) y organismos de seguridad estatal.
Esto nos devuelve a nuestro punto de partida: un suceso se escenifica teatralmente con el fin de ocultar la realidad de dicho suceso, para hacerlo encajar en la imagen ideológica que se tiene de él, o –más en concreto– con el fin de construir esta imagen. A través de su escenificación, la Revolución de Octubre se convierte retroactivamente en lo que debería haber sido como suceso fundador de un nuevo orden sociopolítico. Hay un paralelismo extraño entre esta escenificación y la posición de la justicia. Recuérdese el conocido aforismo: “No solo hay que hacer justicia, también debe de poder verse que se ha hecho justicia”. Esta frase la acuñó Lord Hewart, presidente del Tribunal Supremo de Inglaterra en 1924. Observó que la cuestión no era si la presencia de un secretario judicial adjunto con intereses en el caso juzgado, o si el despacho de abogados con el que colaboraba dicho secretario y que estaba involucrado en el juicio civil, habían influido en la sentencia sobre el caso que había provocado la apelación. Lord Hewart observó a continuación que no era importante lo que se hubiera hecho realmente, sino lo que pudiera parecer que se había hecho, y sostuvo lo siguiente: “No debe hacerse nada que provoque la más leve sospecha de que se ha producido una interferencia inadecuada en el curso de la justicia” (7). El motivo para reescenificar la Revolución de Octubre era homólogo: “No debe hacerse nada que cree la más leve sospecha de que se ha producido una interferencia inadecuada con el curso correcto de la revolución”, como por ejemplo un círculo reducido de especialistas de élite actuando antes del hecho en sí.
Todas las revoluciones pasadas han remodelado su imagen, incluso sin reescenificarla. En el caso de la Revolución francesa, la caída de la Bastilla, un suceso ridículamente carente de importancia en el que se liberó a 7 presos marginales, fue elevado posteriormente a la altura de las imágenes fundacionales de la Revolución. Hoy, sin embargo, está emergiendo gradualmente algo nuevo y extraño. Cuando los que están en el poder cometen un crimen horrendo, ya no se molestan siquiera en disfrazarlo mediante una reescenificación (o reinterpretación) que lo presente como un acto noble. En Gaza y en Cisjordania, en Ucrania, etcétera, el crimen se presenta con orgullo como lo que es, un crimen enorme. Los medios tenían razón al calificar la destrucción de Gaza como el primer genocidio televisado. Hoy, al lema de que “no solo se debe hacer justicia, también hay que hacerla de manera visible” se le da la vuelta: el mal (la limpieza étnica, la violencia genocida…) no solo hay que hacerlo, sino que también debe verse como lo que es, puro mal que ya no se enmascara con causas honradas.
¿Cómo vamos a luchar contra esta obscenidad completamente cínica, que parece impedir cualquier crítica efectiva, porque admite por adelantado nuestro reproche? (((Nuestra descripción ha simplificado la situación, puesto que hay una brecha que persiste en esta obscenidad. Los poderes del Estado no se identifican directamente con el mal que cometen. En sus declaraciones públicas, siguen hablando de paz, de humanidad (la publicidad de las FDI sigue afirmando que son el ejército más humano del mundo, etc.). En resumen, los dos planos coexisten. De manera desapasionada, el Estado sigue hablando de paz y humanidad, sin ningún compromiso subjetivo detrás, mientras que la opinión pública y partes de la propaganda estatal rebosan simultáneamente de la difusión abierta de lo que disfrutan cometiendo crímenes terribles. Esta brecha abre una forma de contraatacar mediante sencillos actos éticos públicos))).
El misterio radica en cómo puede ser eficaz esta estrategia (como sabemos por experiencia; véase el esfuerzo para marginar la carta pública antes señalada). Si bien (la mayor parte, no todo) el contenido ya se conoce públicamente y ha sido asumido con orgullo por quienes ejercen el poder, lo que marca la diferencia es la posición subjetiva del enunciado. El 7 de noviembre de 2024, tras el partido entre el Ajax y el Macabi de Tel Aviv, estallaron en Ámsterdam enfrentamientos entre seguidores del Macabi y manifestantes propalestinos. Ya antes del encuentro, cientos de seguidores del equipo israelí circularon por el centro de Ámsterdam arrancando banderas palestinas de las ventanas de las casas y gritando lemas obscenos como “En Gaza no hay colegios abiertos porque hemos matado a todos los niños”… Todo lo que necesitamos hacer es repetir estas palabras con vergüenza. Mientras que los seguidores del Macabi disfrutaban sin freno de su obscenidad, nosotros redimimos nuestro deseo humano mostrando la vergüenza que tales actos nos provocan.
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(1) Resumo aquí mi propia descripción en Como un ladrón en pleno día, Barcelona, 2021.
(2) Citado en Susan Buck-Morss, Dreamworld and Catastrophe, Boston, 2022, p. 144.
(3) Ibíd.
(4) “La Revolución de Octubre”, Wikipedia.
(5) Como un ladrón en pleno día, cit.
(6) Citado de (https://archive.org/stream/CurzioMalaparteTechniqueCoupDEtatTheTechniqueOfREvoluiton_djvu.txt).
(7) “The origins of “Justice must be seen to be done”, Wikipedia.
(8) “We can’t say we didn’t know”, Israeli academics demand end to war on Gaza”, Al Jazeera.
Slavoj Žižek
Fuente: https://www.publico.es/opinion/columnas/mostrar-mal-justicia.html
Foto tomada de: https://www.publico.es/opinion/columnas/mostrar-mal-justicia.html
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