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Mostrar el mal, hacer justicia

23 junio, 2025 By Slavoj Žižek Leave a Comment

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Recordemos la escenificación del Asalto al Palacio de Invierno organizada en Petrogrado el 7 de noviembre de 1920 (1), para conmemorar el tercer aniversario de la Revolución de Octubre. Decenas de miles de obreros, soldados, estudiantes y artistas trabajaron día y noche, alimentándose a base de kasha (las insípidas gachas de trigo), infusión y manzanas congeladas, para preparar la representación en el lugar mismo en el que tres años antes “se produjo realmente” el acontecimiento. De coordinar el trabajo se encargaron oficiales del Ejército y artistas, músicos y directores teatrales de vanguardia, desde Malévich hasta Meyerhold. Aunque esta era una actuación, no la “realidad”, los soldados y marinos se interpretaban a sí mismos. Muchos de ellos no solo habían participado en el suceso de 1917, sino también en encarnizadas batallas reales de la Guerra Civil que se libraron en las cercanías de Petrogrado, una ciudad sitiada y sometida a una fuerte escasez de alimentos. Un contemporáneo comentó acerca de la escenificación: “El historiador futuro registrará que, durante una de las revoluciones más sangrientas y brutales, toda Rusia actuaba teatralmente” (2). Y el teórico formalista Víktor Shklovski observó que “se está produciendo una especie de proceso básico que transforma el tejido vivo en lo teatral” (3).

Deberíamos, no obstante, someter esta idea de “tejido vivo transformado en lo teatral” a un análisis crítico más atento. ¿Qué se escenificó exactamente en 1920? Las repeticiones teatrales nunca son un asunto inocente, siempre transforman sutilmente la realidad que reconstruyen, en especial tratándose de una realidad con tanta carga política como la Revolución de Octubre. “Esta escenificación histórica, contemplada por 100.000 espectadores, proporcionó el modelo para las películas oficiales realizadas con posterioridad, que mostraban una lucha feroz durante el asalto al Palacio de Invierno, cuando, en realidad, los insurgentes bolcheviques encontraron poca oposición” (4). El Gobierno provisional estaba reducido a varios ministros reunidos en el Palacio de Invierno. Unos pocos guardias rojos accedieron por la entrada de servicio y los detuvieron… (Antes de este ataque, el propio Kérenski salió del palacio en un coche que él mismo conducía). Murió un marinero porque se le resbaló el fusil de las manos. Y cuatro guardias rojos y otro marinero fallecieron a causa de balas perdidas. Ese fue el cómputo total de bajas en aquel día histórico. La mayoría de los habitantes de Petrogrado no sabía siquiera que se estaba produciendo una revolución. Lenin tomó un tranvía el día anterior para llegar a la reunión bolchevique en la que se declaró la revolución, y estuvo a punto de perderse, a pesar de que los tranvías funcionaban bien… Es fácil imaginarlo diciéndole al conductor “lo siento, voy con prisa, tengo que hacer la revolución”… Un tranvía llamado revolución.

Pero no era solo este caos el que había que borrar. Cuando en Rusia creció la insatisfacción popular y se aceptó la idea de Lenin de que había una oportunidad para la revolución, la mayoría de los líderes del Partido Bolchevique intentaba organizar un levantamiento popular masivo. Trotski, sin embargo, defendía un punto de vista que a los marxistas tradicionales solo podía parecerles blanquista: una pequeña elite bien entrenada debía tomar el poder. Tras una breve oscilación, Lenin se puso de parte de Trotski (5). Contra los trotskistas recientes que hablan de un Trotski (casi) “democrático”, partidario de la auténtica movilización de masas y de la democracia de base, habría que resaltar que Trotski era muy consciente de la inercia de las masas, lo más que se puede esperar de ellas es la insatisfacción caótica. Una pequeña fuerza de asalto revolucionaria, bien entrenada, debía aprovechar el caos para golpear al poder y abrir el espacio necesario para que las masas pudieran organizarse realmente. Surge entonces, sin embargo, la cuestión crucial ¿Qué hace esta pequeña elite? ¿En qué sentido “toma el poder”? Se hace visible así la verdadera novedad de Trotski: la fuerza de asalto no “toma el poder” en el sentido tradicional de golpe de Estado palaciego, ocupando sedes del Gobierno y cuarteles generales del ejército. No se centra en enfrentarse desde las barricadas a la policía o a un ejército. Veamos algunos fragmentos de un libro singular de Curzio Malaparte, Técnica del golpe de Estado (1931), para entenderlo mejor:

“A la policía de Kérenski y a las autoridades militares les preocupaba en especial la defensa de las organizaciones oficiales y políticas del Estado: las sedes del Gobierno, el Palacio Mariinski, sede del Consejo de la República; el Palacio Táuride, donde se reunía la Duma; el Palacio de Invierno y el Cuartel General. Cuando Trotski descubrió este error, decidió atacar solo las ramas técnicas del Gobierno nacional y municipal. Para él, la insurrección era solo cuestión de técnica. “Para derrocar el Estado moderno”, dijo, “hace falta un partido de asalto, expertos técnicos y bandas de hombres armados comandadas por ingenieros”.

En vísperas del golpe de Estado, Trotski le dijo a Yerzinski que la Guardia Roja debía pasar por alto el Gobierno de Kérenski; que lo principal era capturar el Estado, no luchar contra el Gobierno con ametralladoras; que el Consejo de la República, los ministros y la Duma tenían una importancia secundaria en la táctica de insurrección y no deberían ser objetivos de una rebelión armada; que la clave del Estado no radicaba en sus organizaciones políticas y administrativas, ni siquiera en el Táuride, el Mariinski o el Palacio de Invierno, sino en sus servicios técnicos, como las centrales eléctricas, las oficinas de telégrafos y de teléfono, el puerto, las fábricas de gas y las cañerías de agua” (6).
Trotski apuntó así a la red material (técnica) del poder (ferrocarriles, electricidad, suministro de agua, correos, etc.), una red sin la cual el poder estatal pende en el vacío y se vuelve inoperativa. La leyenda dice que, en las primeras horas de ese día, después de que sus hombres hicieran todo esto, Trotski les dijo a los líderes bolcheviques: “Vale, hemos ganado la revolución, estoy cansado, me voy a dormir un rato”. Lenin y los demás pasaron entonces a liderar a las masas movilizadas para luchar contra la policía y asaltar el Palacio de Invierno (un acto sin importancia real)…

En lugar de entregarnos a un triste rechazo democrático moralista de dicho procedimiento, deberíamos analizarlo con frialdad y pensar en cómo aplicarlo hoy, puesto que la táctica de Trotski ha ganado nueva actualidad con la digitalización progresiva de nuestras vidas, en lo que podría denominarse la nueva era del poder poshumano. La mayoría de nuestras actividades (y pasividades) se registra ahora en una nube digital que también nos evalúa permanentemente, haciendo no solo un seguimiento de nuestros actos sino también de nuestros estados emocionales. Cuando más plenamente libres nos consideramos (navegando por una red en la que todo está disponible) estamos siendo totalmente “externalizados” y sutilmente manipulados. Todo está hoy regulado por una red digital, desde el transporte hasta la salud, desde la electricidad hasta el agua. Por eso Internet es nuestro bien común más importante hoy en día, y la lucha por controlarla es LA lucha de hoy. El enemigo lo compone la suma de bienes privatizados y controlados por el Estado, corporaciones (Google, Facebook) y organismos de seguridad estatal.

Pero si todo esto ya lo sabemos ¿dónde encaja Trotski? La red digital que sostiene el funcionamiento de nuestras sociedades y sus mecanismos de control es la figura suprema de red técnica que sostiene el poder. ¿No le confiere esto nueva actualidad a la idea planteada por Trotski de que la clave del Estado no se sitúa en sus organizaciones políticas y administrativas, sino en sus servicios técnicos? En consecuencia, de igual modo que, para Trotstki, asumir el control del correo, la electricidad, los ferrocarriles, etcétera, constituía el momento clave en la captura revolucionaria del poder, ¿no es cierto que hoy en día la “ocupación” de la red digital es absolutamente crucial si queremos quebrar el poder del Estado y del capital? Y de igual modo que Trotski exigió la movilización de un grupo reducido y bien entrenado, formado por “un partido de asalto, expertos técnicos y bandas de hombres armados comandadas por ingenieros” para resolver esta “cuestión de la técnica”, la lección de las últimas décadas es que ni las protestas masivas de la ciudadanía ni los movimientos políticos organizados y con visiones políticas elaboradas son suficientes. Necesitamos también una reducida fuerza de asalto formaba por “ingenieros” resueltos (jáqueres, denunciantes…), organizados en forma de grupo conspirador disciplinado. Su tarea será la de “tomar” la red digital, extraerla de las manos de las corporaciones y las agencias digitales que ahora la controlan de facto.

Esto nos devuelve a nuestro punto de partida: un suceso se escenifica teatralmente con el fin de ocultar la realidad de dicho suceso, para hacerlo encajar en la imagen ideológica que se tiene de él, o –más en concreto– con el fin de construir esta imagen. A través de su escenificación, la Revolución de Octubre se convierte retroactivamente en lo que debería haber sido como suceso fundador de un nuevo orden sociopolítico. Hay un paralelismo extraño entre esta escenificación y la posición de la justicia. Recuérdese el conocido aforismo: “No solo hay que hacer justicia, también debe de poder verse que se ha hecho justicia”. Esta frase la acuñó Lord Hewart, presidente del Tribunal Supremo de Inglaterra en 1924. Observó que la cuestión no era si la presencia de un secretario judicial adjunto con intereses en el caso juzgado, o si el despacho de abogados con el que colaboraba dicho secretario y que estaba involucrado en el juicio civil, habían influido en la sentencia sobre el caso que había provocado la apelación. Lord Hewart observó a continuación que no era importante lo que se hubiera hecho realmente, sino lo que pudiera parecer que se había hecho, y sostuvo lo siguiente: “No debe hacerse nada que provoque la más leve sospecha de que se ha producido una interferencia inadecuada en el curso de la justicia” (7). El motivo para reescenificar la Revolución de Octubre era homólogo: “No debe hacerse nada que cree la más leve sospecha de que se ha producido una interferencia inadecuada con el curso correcto de la revolución”, como por ejemplo un círculo reducido de especialistas de élite actuando antes del hecho en sí.

Todas las revoluciones pasadas han remodelado su imagen, incluso sin reescenificarla. En el caso de la Revolución francesa, la caída de la Bastilla, un suceso ridículamente carente de importancia en el que se liberó a 7 presos marginales, fue elevado posteriormente a la altura de las imágenes fundacionales de la Revolución. Hoy, sin embargo, está emergiendo gradualmente algo nuevo y extraño. Cuando los que están en el poder cometen un crimen horrendo, ya no se molestan siquiera en disfrazarlo mediante una reescenificación (o reinterpretación) que lo presente como un acto noble. En Gaza y en Cisjordania, en Ucrania, etcétera, el crimen se presenta con orgullo como lo que es, un crimen enorme. Los medios tenían razón al calificar la destrucción de Gaza como el primer genocidio televisado. Hoy, al lema de que “no solo se debe hacer justicia, también hay que hacerla de manera visible” se le da la vuelta: el mal (la limpieza étnica, la violencia genocida…) no solo hay que hacerlo, sino que también debe verse como lo que es, puro mal que ya no se enmascara con causas honradas.

¿Cómo vamos a luchar contra esta obscenidad completamente cínica, que parece impedir cualquier crítica efectiva, porque admite por adelantado nuestro reproche? (((Nuestra descripción ha simplificado la situación, puesto que hay una brecha que persiste en esta obscenidad. Los poderes del Estado no se identifican directamente con el mal que cometen. En sus declaraciones públicas, siguen hablando de paz, de humanidad (la publicidad de las FDI sigue afirmando que son el ejército más humano del mundo, etc.). En resumen, los dos planos coexisten. De manera desapasionada, el Estado sigue hablando de paz y humanidad, sin ningún compromiso subjetivo detrás, mientras que la opinión pública y partes de la propaganda estatal rebosan simultáneamente de la difusión abierta de lo que disfrutan cometiendo crímenes terribles. Esta brecha abre una forma de contraatacar mediante sencillos actos éticos públicos))).

Recordemos que recientemente más de 1.200 académicos israelíes han publicado una carta abierta pidiendo a las autoridades de las instituciones académicas israelíes que “se pronuncien” y actúen para parar la guerra en Gaza. “Como académicos, reconocemos nuestra propia responsabilidad en estos crímenes”, afirma la carta. “Son las sociedades humanas, no solo los gobiernos, las que cometen crímenes contra la humanidad. Algunas lo hacen por medio de la violencia directa. Otras, aprobando los crímenes y justificándolos, tanto antes como después de que se produzcan, y guardando silencio y silenciando voces en los espacios de aprendizaje. Es este lazo de silencio el que claramente permite que crímenes evidentes permanezcan incólumes, sin penetrar las barreras del reconocimiento”. “No podemos afirmar que no lo supiésemos“, añade la carta. “Hemos permanecido en silencio demasiado tiempo. Por las vidas de los inocentes y por la seguridad de toda la población de este país… si no pedimos el cese inmediato de la guerra, la historia no nos perdonará” (8).

El misterio radica en cómo puede ser eficaz esta estrategia (como sabemos por experiencia; véase el esfuerzo para marginar la carta pública antes señalada). Si bien (la mayor parte, no todo) el contenido ya se conoce públicamente y ha sido asumido con orgullo por quienes ejercen el poder, lo que marca la diferencia es la posición subjetiva del enunciado. El 7 de noviembre de 2024, tras el partido entre el Ajax y el Macabi de Tel Aviv, estallaron en Ámsterdam enfrentamientos entre seguidores del Macabi y manifestantes propalestinos. Ya antes del encuentro, cientos de seguidores del equipo israelí circularon por el centro de Ámsterdam arrancando banderas palestinas de las ventanas de las casas y gritando lemas obscenos como “En Gaza no hay colegios abiertos porque hemos matado a todos los niños”… Todo lo que necesitamos hacer es repetir estas palabras con vergüenza. Mientras que los seguidores del Macabi disfrutaban sin freno de su obscenidad, nosotros redimimos nuestro deseo humano mostrando la vergüenza que tales actos nos provocan.

____________

(1) Resumo aquí mi propia descripción en Como un ladrón en pleno día, Barcelona, 2021.

(2) Citado en Susan Buck-Morss, Dreamworld and Catastrophe, Boston, 2022, p. 144.

(3) Ibíd.

(4) “La Revolución de Octubre”, Wikipedia.

(5) Como un ladrón en pleno día, cit.

(6) Citado de (https://archive.org/stream/CurzioMalaparteTechniqueCoupDEtatTheTechniqueOfREvoluiton_djvu.txt).

(7) “The origins of “Justice must be seen to be done”, Wikipedia.

(8) “We can’t say we didn’t know”, Israeli academics demand end to war on Gaza”, Al Jazeera.

Slavoj Žižek

Fuente: https://www.publico.es/opinion/columnas/mostrar-mal-justicia.html

Foto tomada de: https://www.publico.es/opinion/columnas/mostrar-mal-justicia.html

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