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La política como negocio Degradación democrática, precarización del liderazgo y fractura del proyecto colectivo nacional

1 diciembre, 2025 By Carlos Medina Gallego Leave a Comment

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La política, concebida originalmente como el arte y la responsabilidad de gobernar en función del bien común, ha sido progresivamente vaciada de contenido ético, de visión estratégica y de vocación pública.

En las últimas décadas —y con mayor intensidad en los años recientes— ha emergido un fenómeno particularmente nocivo para la democracia latinoamericana: la mercantilización de la política, entendida como la transformación de los cargos públicos en instrumentos de enriquecimiento personal, ascenso social, protección de intereses privados o satisfacción de ambiciones individuales, sin que sea menos importante la instrumentalización que hace de ella las empresas de contratistas, la delincuencia común y los grupos armados ilegales de todo tipo.

Este fenómeno ha permitido que “cualquiera” —sin preparación, sin pensamiento estratégico, sin comprensión del Estado y sin compromiso con las mayorías excluidas— se postule, ocupe cargos o ejerza poder, amparado en un discurso superficial, emocional y desprovisto de un proyecto de país.

En este ensayo se examinan las condiciones histórico-políticas que han permitido esta degradación; los mecanismos contemporáneos que han reforzado la política como negocio; el impacto sobre la institucionalidad democrática; y los efectos sobre la producción de políticas públicas. Finalmente, se plantea una crítica contundente a la tendencia transversal —derecha e izquierda por igual— de precarizar el ejercicio político y sustituir el proyecto nacional por intereses faccionales, identitarios o clientelares.

  1. CONTEXTO HISTÓRICO: de la política como servicio público a la política como botín

La política latinoamericana ha sufrido procesos cíclicos de captura, privatización y corrupción del espacio público desde el siglo XIX. En Colombia, la tradición bipartidista consolidó durante más de un siglo un sistema político basado en clientelas, intercambios prebendales, lealtades personales y no en méritos o programas. Sin embargo, esta forma de hacer política, si bien excluyente, poseía reglas internas relativamente claras: las élites tradicionales se formaban en el ejercicio de gobierno, seguían trayectorias institucionales y asumían —aunque de manera limitada y paternalista— cierta responsabilidad por la estabilidad del Estado.

Este modelo entró en crisis en la segunda mitad del siglo XX. La violencia bipartidista, el Frente Nacional, el crecimiento urbano, la ampliación del sufragio y la irrupción de nuevos actores (movimientos sociales, insurgencias, guerrillas desmovilizadas, empresarios emergentes, mafias económicas, iglesias, medios de comunicación y ahora influenciadores digitales) reconfiguraron el campo político. A partir de los años ochenta, la política se democratizó numéricamente, pero se degradó éticamente.

Con la Constitución de 1991 se buscó profesionalizar la actividad pública, garantizar participación y abrir el sistema político. Sin embargo, la apertura coincidió con procesos de captura del Estado por parte de élites económicas criminales —especialmente las ligadas al narcotráfico— que vieron en la política una vía para legitimar fortunas, obtener protección institucional, influir en decisiones o monopolizar territorios. El fenómeno conocido como “narcopolítica” demostró que el acceso al poder dejó de depender de la preparación o la visión de país, y pasó a depender de la capacidad de financiar campañas, controlar votos o intimidar opositores.

Este histórico deterioro produjo un escenario en el que “cualquiera” podría llegar a la política, no porque se democratizara la meritocracia, sino porque se precarizó la exigencia mínima para gobernar.

  1. LA POLÍTICA COMO NEGOCIO: Clientelismo, nepotismo y corrupción estructural

Hoy la política funciona como una economía política del intercambio, donde tres lógicas convergen:

a). El clientelismo moderno. El clientelismo ya no es solo la entrega de favores o bienes a cambio de votos. Se ha sofisticado como un sistema de administración de contratos, cargos y recursos destinados a financiar maquinarias electorales. La contratación estatal —particularmente en alcaldías, gobernaciones y entidades descentralizadas— se convirtió en un mercado, donde cada actor político maneja “cuotas” y “bolsas de contratación”.

b). En este modelo, un candidato no necesita una visión de país, sino un patrocinador con capacidad de financiar su campaña. La política se convierte así en una inversión económica que debe recuperarse mediante el acceso al presupuesto público.

c). El nepotismo como mecanismo de control. La naturalización del nepotismo —familias enteras que gobiernan regiones, ocupan curules, administran alcaldías y gestionan contratos— se ha convertido en una forma de concentración del poder que bloquea la renovación generacional, impide el ingreso de perfiles preparados y reproduce prácticas patrimoniales. El fenómeno de las “casas políticas” muestra que buena parte de los cargos no están diseñados para servir a la sociedad, sino para preservar redes familiares de poder.

d). La corrupción estructural. La corrupción no es un accidente, sino un sistema integrado en la forma actual de hacer política. Se articula con la financiación irregular de campañas, el sobrecosto en contratos, la manipulación de regalías, la captura de órganos de control, el cabildeo empresarial y la colusión institucional. En este escenario, la preparación profesional del candidato es irrelevante: lo que importa es su capacidad de intermediar intereses.

  1. LA FIGURA DEL CANDIDATO “CUALQUIERA”: Vaciamiento intelectual y precarización del liderazgo

En Colombia (y buena parte de la región) asistimos a la proliferación de candidatos improvisados: influenciadores, presentadores de televisión, pastores, actores, empresarios, activistas coyunturales, outsiders sin experiencia pública, líderes con discursos mesiánicos o figuras emergentes sin trayectoria.

Este “cualquiera” no accede a la política por compromiso social, sino por tres razones principales: 1. Interés económico: ver la política como una profesión rentable. 2. Escalamiento simbólico: buscar fama, visibilidad o prestigio social. 3. Ambición personal: sentirse “con derecho” a gobernar sin demostrar capacidad.

Este fenómeno está ligado a un vaciamiento conceptual de lo político: Se reemplaza el conocimiento del Estado por anécdotas personales; se sustituye la visión de país por discursos emocionales de coyuntura; se reduce el debate programático a slogans superficiales; se trivializan los problemas estructurales —desigualdad, pobreza, informalidad, violencia, transformación productiva— en promesas simplistas.

Hoy cualquiera cree que puede ser presidente o presidenta porque la política dejó de exigir preparación, experiencia, lectura del mundo y ética pública. En vez de ser una responsabilidad, se convirtió en una plataforma.

  1. LA SEGURIDAD CIUDADANA COMO EXCUSA PARA LA PRECARIZACIÓN PROGRAMÁTICA

Una característica recurrente en esta nueva clase política es que sus discursos giran casi exclusivamente en torno a la seguridad ciudadana, pero de forma reactiva, populista y desarticulada de un proyecto estratégico nacional. La seguridad se convierte en un eslogan electoral, no en una política pública integral.

El énfasis en la seguridad responde a cuatro tendencias:

  1. Es un tema de alto impacto emocional: miedo, angustia y percepción de inseguridad son fácilmente instrumentalizables.
  2. Permite discursos simples: “más policías”, “mano dura”, “cárcel para todos”.
  3. Oculta la falta de propuesta económica, social o ambiental.
  4. Evita la complejidad de discutir reformas estructurales: tributaria progresiva, transición energética, industrialización, salud, educación, justicia y distribución del poder.

Al centrarse en la seguridad como único eje programático, los candidatos ocultan su falta de formación en Estado, historia económica, política internacional, gestión pública, derechos humanos y desarrollo territorial.

La política quedaría así reducida a administrar miedos en lugar de construir futuro como bienestar, justicia social, democracia autentica y, desde luego, seguridad en un sentido amplio.

  1. LA AUSENCIA DE PROYECTO DE PAÍS: desarticulación con lo regional y lo global

Los nuevos candidatos de la política-negocio carecen de visión sistémica: no entienden la posición de Colombia en América Latina, la importancia de la integración regional, la diplomacia económica, los retos de la transición productiva mundial, ni el impacto de la geopolítica contemporánea.

La consecuencia es grave: Colombia queda gobernada por líderes que solo piensan en la próxima elección, no en las próximas décadas.

No existen diagnósticos sobre: la transformación del modelo extractivo; la crisis climática; la economía digital; las cadenas globales de valor; la reconfiguración del conflicto armado; la revolución tecnológica; la fragilidad de la democracia en el continente.

La política sin visión se traduce en improvisación, oportunismo y parálisis institucional.

  1. DEGRADACIÓN DEL SENTIDO DE LO PÚBLICO: la política ya no es para servir, sino para servirse

Un rasgo central de esta precarización política es el desplazamiento del sentido ético del servicio público. Antes, incluso en contextos de desigualdad extrema, la política tenía un mínimo reconocimiento como espacio de responsabilidad. Hoy predominan tres concepciones degradadas:

a). La política como carrera privada. Los cargos públicos se convierten en un trampolín laboral. Un concejal busca ser representante; un representante busca ser senador; un senador busca ser ministro; un ministro busca ser presidente. No por compromiso, sino por acumulación de poder.

b). La política como inversión. El candidato invierte recursos —propios o de terceros— esperando un retorno: contratos, secretarías, puestos, participación en negocios, concesiones, licencias.

c). La política como protección. El acceso a un cargo otorga fueros, influencia, capacidad de evitar investigaciones y poder de negociación con agentes estatales y privados.

En este modelo, la política dejó de ser un mecanismo para resolver problemas públicos y se transforma en un negocio personalista que reproduce desigualdades y bloquea el desarrollo nacional.

  1. LA CRISIS ES TRANSVERSAL: Derecha e izquierda participan por igual en la degradación

Es un error creer que este fenómeno es patrimonio exclusivo de la derecha tradicional. La izquierda —o quienes se autodenominan progresistas— también ha reproducido prácticas clientelistas, nepotistas o improvisadas cuando acceden al poder. En muchos casos: replican las lógicas que antes criticaban; nombran amigos sin idoneidad; construyen maquinarias territoriales; manipulan discursos identitarios para ocultar vacíos programáticos; administran el Estado con improvisación técnica.

La derecha instrumentaliza el miedo; la izquierda instrumentaliza la indignación. Ambas se alejan de la construcción de un proyecto colectivo, ambas se refugian en relatos emocionales, ambas descuidan la formación de cuadros políticos y ambas han permitido que la política se convierta en un campo de disputa entre intereses faccionales y no de construcción de bienestar.

  1. CONSECUENCIAS PARA LA DEMOCRACIA y EL ESTADO

La degradación de la política genera cinco impactos estructurales:

a). Desconfianza creciente de la ciudadanía. La gente percibe que la política no resuelve, no transforma, no protege. La abstención crece y la legitimidad del sistema democrático se erosiona.

b). Fragmentación del proyecto nacional. Sin visión estratégica, el Estado se convierte en un conjunto de decisiones aisladas y contradictorias.

c). Incapacidad para enfrentar problemas estructurales. La política-negocio no puede diseñar ni ejecutar políticas de largo plazo: ni desarrollo productivo, ni reforma fiscal, ni paz territorial, ni transición energética.

d). Penetración de intereses criminales y empresariales. Cuando la política está en venta, quien posee recursos —legales o ilegales— puede capturar decisiones públicas.

e). Pérdida del sentido republicano del poder. El poder deja de ser una responsabilidad ética para convertirse en una mercancía.

IDEAS FUERZA A MANERA DE CIERRE

La política, en su forma más noble, debería ser un proceso de construcción colectiva orientado a garantizar derechos, distribuir oportunidades, resolver conflictos y proyectar el destino de un país.

En Colombia, sin embargo, se ha convertido en un negocio que atrae a individuos movidos por el ego, la codicia, el oportunismo o el deseo de poder. Esta degradación no distingue entre derecha e izquierda: ambas han contribuido, con diferentes lenguajes y estéticas, a la precarización del liderazgo y al vaciamiento del sentido público.

La derecha ha fomentado un modelo empresarial de la política, donde el Estado es un botín corporativo, la seguridad es un producto comercial y el ciudadano es un cliente. La izquierda, por su parte, en lugar de construir alternativas éticas y programáticas sólidas, ha caído muchas veces en prácticas faccionales, identitarias y clientelares que reproducen las mismas lógicas que denuncian.

Ambas orillas han permitido que la política se convierta en un escenario donde cualquiera —sin formación, sin visión, sin responsabilidad social— pueda aspirar, ganar y gobernar.

La crítica debe ser contundente: un país no puede ser conducido por improvisados, oportunistas o mercaderes del miedo y la indignación. La política no es un escenario para el lucro personal ni un teatro donde se interpreta un personaje por temporadas electorales. Es una función pública que exige preparación, ética, visión estratégica, responsabilidad histórica y compromiso profundo con la dignidad humana.

Mientras la política siga siendo tratada como negocio y no como servicio, Colombia seguirá atrapada en un ciclo de mediocridad, desconfianza y retrocesos. El desafío es recuperar la política como instrumento de transformación, reconstruir la legitimidad del Estado y devolver al liderazgo público su sentido más noble: servir a la sociedad a través del ejercicio del poder del Estado y NO servirse del Estado para degradar cada vez más la sociedad.

Carlos Medina Gallego, Historiador – Analista Político

Foto tomada de: Senado de la República

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Dra. Carolina Corcho Mejía, Presidenta Corporación Latinoamericana Sur, Vicepresidenta Federación Médica Colombiana

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