Más en concreto, Estados Unidos logró establecer un orden financiero, comercial e industrial mundial, bajo su hegemonía, luego de la Segunda Guerra Mundial, exportando el excedente productivo de su gran porte industrial a los países arruinados por la guerra. Así sobrevivieron primero y luego se recuperaron Alemania, Japón, Francia, Inglaterra, Corea del Sur y demás países de la órbita capitalista, arruinados por la guerra. Vinieron entonces los “milagros” de la reindustrialización de estos países, bajo nuevos patrones tecnológicos y de gestión empresarial, más eficientes y competitivos que las viejas instalaciones fordistas norteamericanas. Más recientemente (y luego de la caída del “campo socialista” en los años 90), con el ingreso de China a la Organización Mundial de Comercio (2001), se hizo evidente el congelamiento del aparato industrial estadounidense y el consiguiente carácter estructural del déficit comercial de Estados Unidos con el resto del mundo.
Mediante la globalización, ocurrida durante los últimos 35 años, se presentaron dos fenómenos asociados: primero, las empresas industriales exitosas relocalizaron sus instalaciones, a escala planetaria, en aquellos espacios económicos donde encontraron mano de obra calificada, recursos naturales disponibles, instituciones económicas y políticas favorables a la generación de nuevos productos y nuevos procesos productivos, y allí aprovecharon las nuevas tecnologías de información, de comunicaciones, de sistemas, los nuevos materiales, así como el encogimiento de los espacios económicos, dados los avances en transportes terrestres, marítimos y aéreos. Las distancias terrestres dejaron de ser euclidianas y se hicieron fragmentadas, discontinuas, fractales, determinadas por las redes. En ese contexto de la globalización, primero Europa y luego Asia, en especial Japón, Corea del Sur, China e India, desplazaron la hegemonía estadounidense en múltiples sectores industriales, agrícolas y aún de servicios.
El segundo fenómeno de la globalización reciente ha sido el financiero. Se impuso la desregularización de los mercados de capitales y la valorización financiera de las empresas a escala global, no meramente nacional. (No hay espacio aquí para profundizar). Lo importante a destacar es que la valorización financiera, especulativa, de las empresas se disparó a escalas incuantificables. Al caso: la deuda fiscal de Estados Unidos, financiada con crédito de inversionistas estadounidenses, progresivamente pasó a ser financiada por poseedores de liquidez en dólares de los propietarios de activos de los países que tenían superávits comerciales con Estados Unidos, en particular de Japón, China, Corea del Sur, Europa, etcétera. Así, el déficit comercial estadounidenses, que intenta balancear con razón el presidente Trump, pone en riesgo no solo la estabilidad fiscal de ese país sino inmediatamente todo el sistema financiero de Wall Street.
Eso fue lo que vivió el mundo recién (2 de abril) cuando el presidente Trump impuso aranceles insostenibles a todas las naciones, en el marco de su guerra comercial con China: la amenaza de cierre del comercio global y en especial con China, Japón, Vietnam, Canadá, México… fue percibido por el mercado financiero y de divisas internacional como agotamiento de la burbuja financiera de Wall Street, alimentada con la compra de bonos del Tesoro de Estados Unidos por parte de los poseedores de liquidez, gracias a los superávits comerciales.
Como es sabido, el mercado de valores se desinfló de golpe en 9,5 billones de dólares, perdiendo 20% del máximo alcanzado de febrero. El presidente Trump tuvo que revertir sus medidas y en pocos días los mercados recuperaron parcialmente las pérdidas. Todo estudiante de economía, que haya cursado un buen semestre de macroeconomía keynesiana, sabe que esa burbuja especulativa va a reventar un día, sin reversa. Y entonces la crisis en la globalización financiera hará parar la globalización en los sectores industrial, agrícola y de servicios. Por fortuna nadie sabe cuándo estallará la burbuja. Muy seguramente, la fuga hacia monedas diferentes al dólar incrementará ese riesgo. Pero de la guerra comercial se sigue la guerra financiera, de monedas y entonces la guerra militar, entre potencias nucleares, se hace más inminente que nunca.
Para resumir:
- El presidente Trump tiene razón, desde la perspectiva estadounidense -no la nuestra-, en intentar obligar a que las empresas de ese país regresen para recuperar la dinámica industrial, agrícola y de servicios perdida durante la globalización reciente. Pero intentar hacerlo solo con política arancelaria caótica es ignorar la relación de interdependencia dinámica del sector real (productivo) con el sector financiero (especulativo), inherente al capitalismo financiero prevalente.
- Aparentemente la Administración Trump menospreció la capacidad de reacción del resto del mundo a su intento de unilateralismo agresivo. La República Popular China lleva muchos años preparándose para este momento y por eso solo el 25 % de sus exportaciones se realizan a Estados Unidos. China pasó de ser el primer poseedor de Bonos del Tesoro a ser el segundo, vendiendo suavemente para no perder sus valores. Más importante, uno de cada tres ingenieros del mundo es chino y anualmente ese país gradúa 1,5 millones de ingenieros nuevos. Por eso las ventajas en innovación tecnológica las está perdiendo EEUU en favor de Asia en general.
- Europa corre el mayor riesgo ante el diseño del nuevo orden internacional trumpista. Es el mayor mercado de consumidores del mundo y los nuevos aranceles serán insostenibles. Pero no tiene capacidad de reacción unánime. Por eso, aparentemente la Administración Trump prefiere negociar con cada país de la Unión Europea, lo que implica destruirla, como ocurrió con el Brexit y la fuga del Reino Unido.
- Ante el reto del nuevo orden internacional en construcción, a América Latina, la CELAC y a Colombia en particular, no les queda otra oportunidad sino diversificar sus dependencias. Eso nos da mayor margen de negociación y de inserción internacional creativa. La adscripción de Colombia en la Ruta de la Seda y la solicitud de sumarse a los BRICS, como la ha conducido el presidente Petro, responden de forma responsable a la búsqueda de nuevos mercados, nuevas fuentes de financiación y de asociación para la convivencia pacífica. Esta estrategia no implica, como lo sugieren algunos áulicos del neoliberalismo infantil, que Colombia rompa lasos comerciales con Estados Unidos, ni pida la salida de las bases militares estadounidenses existentes en Colombia, o de nuestra vinculación como socio global de la OTAN (recuérdese que Colombia es el único país de América Latina con estatus de socio global de la OTAN, una categoría que comparte con solo siete naciones más: Australia, Japón, Corea del Sur, Irak, Mongolia, Nueva Zelanda y Pakistán).
- Finalmente, si la Administración Trump reconoce que la política arancelaria caótica no es la ruta, está claro que China y el resto de Asia han salido ganadores del modelo prevaleciente de globalización y pueden retornar a la negociación concertada de un nuevo orden internacional, estable, incluyente y que reconozca los intereses del sur global. Pero eso es soñar, por ahora solo soñar, como nos enseñó Pepe Mujica, por quien invito a derramar una lágrima.
Jorge Pulecio
Foto tomada de: RTVE.es
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